jueves, 19 de septiembre de 2024

Jueves de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario. San Jenaro, obispo y mártir

Primera Lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (15,1-11):

Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis, y en el que estáis fundados, y que os está salvando, si es que conserváis el Evangelio que os proclamé; de lo contrario, se ha malogrado vuestra adhesión a la fe. Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, después a todos los apóstoles; por último, se me apareció también a mí. Porque yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pues bien; tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído.

Palabra de Dios

Salmo 117,R/. Dad gracias al Señor porque es bueno

 Santo Evangelio según san Lucas (7,36-50):

En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume.

Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: «Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora.»

Jesús tomó la palabra y le dijo: «Simón, tengo algo que decirte.»

Él respondió: «Dímelo, maestro.»

Jesús le dijo: «Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?»

Simón contestó: «Supongo que aquel a quien le perdonó más.»

Jesús le dijo: «Has juzgado rectamente.»

Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama.»

Y a ella le dijo: «Tus pecados están perdonados.»

Los demás convidados empezaron a decir entre sí: «¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?»

Pero Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz.»

Palabra del Señor

Compartimos:

El Evangelio de hoy nos presenta dos tipos de personas ante Jesús: el fariseo y la mujer pecadora, que expresan dos actitudes ante Jesús: la autosuficiencia y el arrepentimiento. Y en medio de ellos Jesús que es la misma misericordia y el perdón sin  límites. A veces pensamos que hay actos imperdonables; o pensamos que nuestras propias faltas no merecen el perdón; o decimos aquello de «yo perdono pero no olvido». Perdonar es una experiencia difícil, y también pedir perdón (nuestro orgullo tantas veces nos lo impide), igual que aceptar que nos perdonen. Tenemos dentro de nosotros el deseo de ser perfectos, de hacerlo todo bien, de no equivocarnos nunca. Pero a veces nos equivocamos y otras veces tenemos que desandar el camino y tomar otra dirección, ¡es tan difícil!


A veces preferimos seguir adelante por el camino que sabemos que es el equivocado, antes que reconocerlo. Esto sucede porque la humildad es una virtud difícil de vivir. La humildad es “andar en verdad”: a veces acertamos y a veces no; a veces hacemos las cosas bien, pero otras veces no. La humildad es una virtud sencilla, pero nosotros a veces somos complicados, el orgullo nos lleva a complicarnos la vida. El perdón es el remedio a nuestro orgullo. El perdón no consiste en un simple «aquí no ha pasado nada». Perdonar es reconocer que «aquí sí ha pasado algo malo (el pecado, sea cual sea) pero yo te perdono». El perdón tiene un efecto transformador de la persona, es realmente un invento de Dios. El perdón tiene un efecto curativo, restaurador, regenerador.


Estando Jesús a la mesa entra una mujer pecadora, con la vida destrozada. Ella no ha sido invitada al banquete, pero irrumpe en la sala para pedirle el perdón a Jesús con gestos de arrepentimiento. La mujer no abre la boca, tan sólo expresa el dolor de su vida insostenible con gestos de amor hacia Jesús. Y es que el pecado no sólo es una ofensa hacia alguien, también embrutece la propia alma y afecta al propio pecador, pues alimenta su egoísmo, acorta sus esperanzas, reduce sus deseos de bondad. La mujer tiene fe en que Jesús puede perdonarla. Y Jesús perdona sus pecados, pero no sólo eso: afirma que su fe la ha salvado y le otorga la paz. La transformación de esta mujer es completa. La mujer entró en la casa avergonzada y sale reconocida y perdonada. Antes la mujer había perdido su dignidad, estaba desesperada, acabada, excluida. Ahora Jesús afirma que está salvada, que vuelve a tener dignidad, que puede recobrar la paz.


La experiencia de la mujer es también nuestra experiencia. A nosotros el egoísmo nos vence muchas veces, a cada uno de una manera distinta, pues  los pecados de cada uno son distintos. A nosotros también se nos regala gratuitamente el perdón de Dios. También Jesús nos dice: «Tu fe te ha salvado». También nos da su paz. La mujer del evangelio «ama mucho, porque se le ha perdonado mucho». Es un ejemplo para nosotros, una invitación y una llamada a que reconozcamos que Dios también nos perdona mucho, nos lo perdona todo, nos perdona siempre. El perdón que recibimos de Dios nos transforma, nos enriquece  y nos hace mejores personas. Gracias al perdón podemos volver a amar. El amor es la fuerza del alma y la llave que abre todas las puertas.

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