Primera Lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (15,12-20):
Si anunciamos que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo es que dice alguno de vosotros que lo muertos no resucitan? Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y, si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación carece de sentido y vuestra fe lo mismo. Además, como testigos de Dios, resultamos unos embusteros, porque en nuestro testimonio le atribuimos falsamente haber resucitado a Cristo, cosa que no ha hecho, si es verdad que los muertos no resucitan. Porque, si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís con vuestros pecados; y los que murieron con Cristo se han perdido. Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados. ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos.
Palabra de Dios
Salmo 16,R/. Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor
Santo Evangelio según san Lucas (8,1-3):
En aquel tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.
Palabra del Señor
Compartimos:
Lucas nos presenta hoy un pasaje exclusivo de él. Es un sumario de la actividad de Jesús, quien recorría ciudades y pueblos de Galilea anunciando el Evangelio en compañía de los Doce y de “algunas mujeres”, unas sanadas y otras que le ayudaban con sus bienes. Sabemos del papel marginal que los judíos (y los griegos y los romanos) de la época de Jesús le asignaban a la mujer. Para Jesús no es así. Él dignifica a las mujeres y las acepta como sus discípulas y deja que lo acompañen en su camino. Él les concede un papel importante en la evangelización, como luego hará también S. Pablo.
Jesús instaura una nueva forma de tratar a la mujer (para escándalo de sus contemporáneos), pero no sólo eso, sino que su comunidad de discípulos y discípulas que lo sigue representa el Reino de Dios en el que se reconcilian varones y mujeres, casados y solteros, sanos y enfermos ricos y pobres. En la comunidad en torno a Jesús hay inclusión y diversidad, y la mujer juega un papel singular en la misión de Jesús. Todos llamados a participar activamente en la evangelización independientemente de nuestro género, pasado o condición.
Las mujeres estuvieron al lado de Jesús desde el principio y fueron testigos de los hechos más importantes de su vida. No lo abandonaron ni en los momentos más difíciles. Siguieron a Jesús sin hacer ruido, pero con fidelidad eterna. San Juan Pablo II escribía: “La Iglesia da gracias a Dios por todas las mujeres y por cada una… La Iglesia expresa su agradecimiento por todas las manifestaciones del “genio” femenino aparecidas a lo largo de la historia… da gracias por todos los carismas otorgados a las mujeres… por todas las victorias debidas a su fe, esperanza y caridad; manifiesta su gratitud por todos los frutos de santidad femenina” (Milieris dignitatem, n. 31).
Acompañar a Jesús significa aceptar día tras día su Palabra como criterio válido para nuestra vida, ver en Él la autoridad a la que nos sometemos. Acompañar a Jesús nos pide cambiar y no cerrarnos a nosotros mismos y entregarnos a Él y vivir al servicio de la verdad y el amor como vivió Él. El discípulo es el llamado y el elegido por Jesús para dar testimonio de Él. Y como dice Pablo: “vivo yo, mas no yo, es Cristo quien vive en mí”. El discípulo representa a Cristo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.