lunes, 7 de julio de 2025

Lunes de la XIV Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura del libro del Génesis (28,10-22a):

En aquellos días, Jacob salió de Berseba en dirección a Jarán. Casualmente llegó a un lugar y se quedó allí a pernoctar, porque ya se había puesto el sol. Cogió de allí mismo una piedra, se la colocó a guisa de almohada y se echó a dormir en aquel lugar. Y tuvo un sueño: Una escalinata apoyada en la tierra con la cima tocaba el cielo. Ángeles de Dios subían y bajaban por ella.

El Señor estaba en pie sobre ella y dijo: «Yo soy el Señor, el Dios de tu padre Abrahán y el Dios de Isaac. La tierra sobre la que estás acostado, te la daré a ti y a tu descendencia. Tu descendencia se multiplicará como el polvo de la tierra, y ocuparás el oriente y el occidente, el norte y el sur; y todas las naciones del mundo se llamarán benditas por causa tuya y de tu descendencia. Yo estoy contigo; yo te guardaré dondequiera que vayas, y te volveré a esta tierra y no te abandonaré hasta que cumpla lo que he prometido.»

Cuando Jacob despertó, dijo: «Realmente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía.»

Y, sobrecogido, añadió: «Qué terrible es este lugar; no es sino la casa de Dios y la puerta del cielo.»

Jacob se levantó de madrugada, tomó la piedra que le había servido de almohada, la levantó como estela y derramó aceite por encima. Y llamó a aquel lugar «Casa de Dios»; antes la ciudad se llamaba Luz.

Jacob hizo un voto, diciendo: «Si Dios está conmigo y me guarda en el camino que estoy haciendo, si me da pan para comer y vestidos para cubrirme, si vuelvo sano y salvo a casa de mi padre, entonces el Señor será mi Dios, y esta piedra que he levantado como estela será una casa de Dios.»

Palabra de Dios


Salmo 90,R/. Dios mío, confío en ti


Santo Evangelio según san Mateo (9,18-26):

En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, se acercó un personaje que se arrodilló ante él y le dijo: «Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, ponle la mano en la cabeza, y vivirá.»

Jesús lo siguió con sus discípulos. Entretanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto, pensando que con sólo tocarle el manto se curaría.

Jesús se volvió y, al verla, le dijo: «¡Animo, hija! Tu fe te ha curado.»

Y en aquel momento quedó curada la mujer.

Jesús llegó a casa del personaje y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo: «¡Fuera! La niña no está muerta, está dormida.»

Se reían de él. Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la niña de la mano, y ella se puso en pie. La noticia se divulgó por toda aquella comarca.

Palabra del Señor


Compartimos:

En el libro del Génesis que meditamos en la lectio continua de esta semana, Jacob está huyendo de su hermano Esaú, que lo busca para matarlo. Este, en principio, es el heredero de la promesa de Dios, pero no es lo que Dios quiere. Dios desea, contra todo pronóstico, que sea Jacob y no Esaú, mostrándoselo a aquel en un sueño, arquetipo bíblico para indicar que Dios se revela.


Dios actúa con total libertad al elegir a quienes colaboran en la historia de la salvación. Incluso de las debilidades y errores humanos, sabe sacar algo bueno para llevar adelante su plan de redención. Jacob, lleno de sorpresa y disposición hacia el Señor, proclama en el texto: “Si Dios está conmigo y me protege en el camino que llevo, si me da alimento y ropa para vestirme, y si regreso sano y salvo a casa de mi padre, entonces el Señor será mi Dios, y esta piedra que he erigido como estela será una casa de Dios”. Rompiendo con las leyes de la primogenitura, esta elección de Jacob sorprendió a todo israelita.


En el evangelio de hoy, Mateo nos narra dos milagros de Jesús, intercalados el uno en el otro: un hombre le pide que devuelva la vida a su hija que acaba de fallecer, y una mujer queda curada con sólo tocar la orla de su manto. Aunque ambos se consideran indignos de recibir la gracia de Jesús, confían en su poder. El hombre que se pone de rodillas y la mujer que se tumba sigilosamente para tocar el manto de Jesús sin ser vista, no entienden el poder del Señor como “dynamis”, fuerza o violencia, sino como “exousía”, el poder de la liberación y sanación, que utiliza no para dominar, sino para curar.


Nunca creas que no eres digno. Dios siempre actúa porque te ama a pesar de tu miseria y, si hace falta, escribe con renglones torcidos. Acércate y déjate sanar por Él.

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