Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!
El Evangelio de hoy (Lc 10,1-12.17-20) nos recuerda la importancia de la misión, a la que todos estamos llamados, cada uno según su vocación y en las situaciones concretas en las que el Señor lo ha puesto.
Jesús envía a setenta y dos discípulos (v. 1). Este número simbólico indica que la esperanza del Evangelio está destinada a todos los pueblos. Tal es la amplitud del corazón de Dios: su abundante cosecha, es decir, la obra que Él realiza en el mundo para que todos sus hijos sean alcanzados por su amor y sean salvados.
Al mismo tiempo, Jesús dice: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha» (v. 2).
Por un lado, Dios, como un sembrador, ha salido generosamente al mundo a sembrar y ha puesto en el corazón del hombre y de la historia el deseo de infinito, de una vida plena, de una salvación que lo libere. Por eso la mies es mucha, el Reino de Dios germina como una semilla en la tierra y los hombres y mujeres de hoy, incluso cuando parecen abrumados por tantas otras cosas, esperan una verdad más grande, buscan un sentido más pleno para su vida, desean justicia y llevan en su interior un anhelo de vida eterna.
Por otra parte, son pocos los obreros que van a trabajar al campo sembrado por el Señor y que, antes aún, son capaces de reconocer, con los ojos de Jesús, el buen grano listo para la cosecha (cf. Jn 4,35-38). Hay algo grande que el Señor quiere hacer en nuestra vida y en la historia de la humanidad, pero son pocos los que se dan cuenta, los que se detienen para acoger el don, los que lo anuncian y lo llevan a los demás.
Queridos hermanos y hermanas, la Iglesia y el mundo no necesitan personas que cumplen con sus deberes religiosos mostrando su fe como una etiqueta exterior; necesitan, en cambio, obreros deseosos de trabajar en el campo de la misión, discípulos enamorados que den testimonio del Reino de Dios dondequiera que se encuentren. Quizás no falten los “cristianos de ocasión”, que de vez en cuando dan cabida a algún buen sentimiento religioso o participan en algún evento; pero son pocos los que están dispuestos a trabajar cada día en el campo de Dios, cultivando en su corazón la semilla del Evangelio para luego llevarla a la vida cotidiana, a la familia, a los lugares de trabajo y de estudio, a los diversos entornos sociales y a quienes se encuentran en necesidad.
Para hacer esto no se necesitan demasiadas ideas teóricas sobre conceptos pastorales; se necesita, sobre todo, rezar al dueño de la mies. En primer lugar, pues, está la relación con el Señor, cultivar el diálogo con Él. Entonces Él nos convertirá en sus obreros y nos enviará al campo del mundo como testigos de su Reino.
Pidamos a la Virgen María, que se entregó generosamente diciendo «Yo soy la servidora del Señor», y participando de esta forma en la obra de la salvación, que interceda por nosotros y nos acompañe en el camino del seguimiento del Señor, para que también nosotros podamos convertirnos en alegres trabajadores del Reino de Dios.
Queridos hermanos y hermanas,
Saludo con afecto a todos ustedes, fieles de Roma, peregrinos de Italia y de diversos países. Con el gran calor de este período, su camino para atravesar las Puertas Santas es aún más valiente y admirable.
En particular, saludo a las Hermanas Franciscanas Misioneras del Sagrado Corazón; a los alumnos y padres de la Escuela de Strzyzow y a los fieles de Legnica, en Polonia; al grupo greco-católico de Ucrania.
Saludo también a los peregrinos de Romano di Lombardia, Melìa (Reggio Calabria), Sassari y a la comunidad latinoamericana de la diócesis de Florencia.
Quisiera expresar mi más sincero pésame a todas las familias que han perdido a sus seres queridos, en particular por las niñas que se encontraban en el campamento estivo, durante la catástrofe causada por las inundaciones del río Guadalupe en Texas, Estados Unidos. Recemos por ellos.
Queridos hermanos, la paz es un deseo de todos los pueblos y es el grito doloroso de los que están desgarrados por la guerra. Pidamos al Señor que toque los corazones e inspire las mentes de los gobernantes, para que sustituyan la violencia de las armas por la búsqueda del diálogo.
Esta tarde me trasladaré a Castel Gandolfo, donde pienso permanecer para un breve período de descanso. Deseo a todos que puedan disfrutar de un tiempo de vacaciones para reponer fuerzas físicas y espirituales.
¡Feliz domingo a todos!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.