lunes, 24 de julio de 2023

Lunes de la 16ª semana del Tiempo Ordinario

Primera lectura

Lectura del libro del Éxodo (14,5-18):

En aquellos días, cuando comunicaron al rey de Egipto que el pueblo había escapado, el Faraón y su corte cambiaron de parecer sobre el pueblo, y se dijeron: «¿Qué hemos hecho? Hemos dejado marchar a nuestros esclavos israelitas.»

Hizo preparar un carro y tomó consigo sus tropas: tomó seiscientos carros escogidos y los demás carros de Egipto con sus correspondientes oficiales. El Señor hizo que el Faraón se empeñase en perseguir a los israelitas, mientras éstos saltan triunfantes. Los egipcios los persiguieron con caballos, carros y jinetes, y les dieron alcance mientras acampaban en Fehirot, frente a Baal Safón. Se acercaba el Faraón, los israelitas alzaron la vista y vieron a los egipcios que avanzaban detrás de ellos y, muertos de miedo, gritaron al Señor.

Y dijeron a Moisés: «¿No había sepulcros en Egipto?, nos has traído a morir en el desierto; ¿qué es lo que nos has hecho sacándonos de Egipto? ¿No te lo decíamos en Egipto: "Déjanos en paz, y serviremos a los egipcios; más nos vale servir a los egipcios que morir en el desierto"?»

Moisés respondió al pueblo: «No tengáis miedo; estad firmes, y veréis la victoria que el Señor os va a conceder hoy: esos egipcios que estáis viendo hoy, no los volveréis a ver jamás. El Señor peleará por vosotros; vosotros esperad en silencio.»

El Señor dijo a Moisés: «¿Por qué sigues clamando a mí? Di a los israelitas que se pongan en marcha. Y tú, alza tu cayado, extiende tu mano sobre el mar y divídelo, para que los israelitas entren en medio del mar a pie enjuto. Que yo voy a endurecer el corazón de los egipcios para que los persigan, y me cubriré de gloria a costa del Faraón y de todo su ejército, de sus carros y de los guerreros. Sabrán los egipcios que yo soy el Señor, cuando me haya cubierto de gloria a costa del Faraón, de sus carros y de sus guerreros.»

Palabra de Dios

Salmo15,R/. Cantaré al Señor, sublime es su victoria

 Santo Evangelio según san Mateo (12,38-42):

En aquel tiempo, algunos de los escribas y fariseos dijeron a Jesús: «Maestro, queremos ver un signo tuyo.»

Él les contestó: «Esta generación perversa y adúltera exige un signo; pero no se le dará más signo que el del profeta Jonás. Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo; pues tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra. Cuando juzguen a esta generación, los hombres de Nínive se alzarán y harán que la condenen, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás. Cuando juzguen a esta generación, la reina del Sur se levantará y hará que la condenen, porque ella vino desde los confines de la tierra, para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón.»

Palabra del Señor

Compartimos:

Los letrados y fariseos querían un milagro para creer en Jesús. Y nosotros muchas veces también. Pensamos que con un milagro todo sería más fácil. Pensamos que, si Dios es todopoderoso, debería arreglar las cosas para que los pobres no sufrieran la pobreza, los oprimidos la injusticia ni los enfermos la enfermedad. Es algo así como si le dijéramos a Dios: demuéstranos que eres de verdad Dios, Padre, Todopoderoso, que te preocupas de tus hijos e hijas, que no eres u n muñeco de feria ni un adorno en nuestras vidas. De alguna manera, le retamos: que nos demuestre lo que es y le seguiremos, creeremos en él, cumpliremos sus normas y leyes. Pero, por favor, que nos solucione la vida, que nos libre de tantas trabajos, angustias, preocupaciones, de la enfermedad y de la muerte, del desamor y la soledad.


Pero la verdad es que nuestro Dios no ha sido pródigo en hacer grandes signos que nos dejaran apabullados. Casi podemos decir que la historia de Dios entre nosotros empezó mal: en Belén, en un pesebre maloliente, nació un niño. Frágil, vulnerable, sin poder hablar ni expresarse más que a través de sus lloros. Y no siguió mucho mejor. Es verdad que Jesús hace algunos milagros pero su eficacia es muy relativa. Cura las enfermedades de algunos pero la mayoría siguen igual. Da de comer a una multitud pero eso no es nada comparado con las muchas gentes que pasan hambre y que no llegan a fin de mes. Y, por si no era suficiente, todo terminó mal: en la cruz. El fracaso total.


Y aún así hubo un grupo, unos cuantos de sus seguidores, que se empeñaron en decir que Jesús había resucitado, que había vencido a la muerte. Vivían con una nueva esperanza. Sentían el Espíritu de Jesús en medio de ellos, compartían el pan, atendían ellos a los pobres, vivían en fraternidad, trabajaban por la justicia. Y hablaban del Reino.


El gran signo de Dios no es que se oscurezca el sol a mediodía sino los muchos hombres y mujeres que a lo largo de la historia se han dejado la piel por vivir la fraternidad, por atender y servir a los necesitados, por hacer justicia para los oprimidos. Una nube de testigos nos rodea. Basta con que abramos los ojos. Y la fe brotará en nuestro corazón.

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