Primera Lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses (4,1-8):
Por Cristo Jesús os rogamos y exhortamos: Habéis aprendido de nosotros cómo proceder para agradar a Dios; pues proceded así y seguid adelante. Ya conocéis las instrucciones que os dimos, en nombre del Señor Jesús. Esto quiere Dios de vosotros: una vida sagrada, que os apartéis del desenfreno, que sepa cada cual controlar su propio cuerpo santa y respetuosamente, sin dejarse arrastrar por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios. Y que en este asunto nadie ofenda a su hermano ni se aproveche con engaño, porque el Señor venga todo esto, como ya os dijimos y aseguramos. Dios no nos ha llamado a una vida impura, sino sagrada. Por consiguiente, el que desprecia este mandato no desprecia a un hombre, sino a Dios, que os ha dado su Espíritu Santo.
Palabra de Dios
Salmo 96,R/. Alegraos, justos, con el Señor
Santo Evangelio según san Mateo (25,1-13):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: «¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!» Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: «Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas.» Pero las sensatas contestaron: «Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis.» Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: «Señor, señor, ábrenos.» Pero él respondió: «Os lo aseguro: no os conozco.» Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.»
Palabra del Señor
Compartimos:
Hace poco, el papa León XIV exhortaba a los jóvenes a no conformarse con menos que la santidad. No para ser colocados en una hornacina, ciertamente, sino más bien para seguir una llamada de Dios que no admite negociaciones ni regateos.
Juan Bautista era así: irreductible. Costara lo que costara (y a él le costó la cabeza) proclamaría lo que era verdad. A Herodes le caía bien y podría haberse avenido a lo que quisiera el poder, como hacen, hacemos tantos. Y sin embargo, lo arriesgó todo porque no podía conformarse con menos que la santidad. A veces es necesario perder la cabeza. La santidad heroica que llega al martirio, claro está, no es nada fácil. Pero tampoco es nada fácil esa otra santidad callada, diaria, que aguanta con paciencia los pequeños o grandes defectos del prójimo; la que se sacrifica porque otros vivan mejor; la que defiende la verdad y la justicia; la que mantiene la esperanza y la alegría en medio de la adversidad. No tiene mucho brillo, pero es heroica en su perseverancia, en su terca fidelidad. La santidad de los grandes actos se requiere ocasionalmente; no tanto en nuestro mundo más acomodado, pero sí en los países que sufren persecución y martirio por la fe, como está ocurriendo hoy día en Congo, en Siria y en otros países africanos y del Oriente Medio.
La santidad diaria, la callada y desapercibida, se requiere todos los días y a todas horas. Y pide una decisión constante de cumplir la voluntad de Dios. ¿De dónde vendrá la fuerza para hacerlo? La primera lectura asegura a Jeremías todo lo que necesita saber: «Cíñete y prepárate; ponte en pie y diles lo que yo te mando. No temas, no titubees delante de ellos, para que yo no te quebrante.
Mira: hoy te hago ciudad fortificada, columna de hierro y muralla de bronce”.
Y también en la primera lectura correspondiente al viernes de la XXI Semana del Tiempo Ordinario se dice claramente: la voluntad de Dios es vuestra santidad. O, como se dice en otro lugar: la voluntad de Dios es que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Esa luz de la verdad es la que sitúa el listón nada menos que en la santidad.
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