miércoles, 6 de agosto de 2025

Transfiguración del Señor

Primera Lectura

Lectura de la profecía de Daniel (7,9-10.13-14):

Durante la visión, vi que colocaban unos tronos, y un anciano se sentó; su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas. Un río impetuoso de fuego brotaba delante de él. Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros. Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.

Palabra de Dios


Salmo 96,R/. El Señor reina altísimo sobre toda la tierra


Segunda Lectura

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pedro (1,16-19):

Cuando os dimos a conocer el poder y la última venida de nuestro Señor Jesucristo, no nos fundábamos en fábulas fantásticas, sino que habíamos sido testigos oculares de su grandeza. Él recibió de Dios Padre honra y gloria, cuando la Sublime Gloria le trajo aquella voz: «Éste es mi Hijo amado, mi predilecto.» Esta voz, traída del cielo, la oímos nosotros, estando con él en la montaña sagrada. Esto nos confirma la palabra de los profetas, y hacéis muy bien en prestarle atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día, y el lucero nazca en vuestros corazones.

Palabra de Dios


 Santo Evangelio según san Lucas (9,28b-36):

En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él.

Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»

No sabía lo que decía. Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube.

Una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.»

Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.

Palabra de Dios

Compartimos:

Esta historia de la Transfiguración, la fiesta que hoy celebramos, marca un punto importante en la relación entre Jesús y sus amigos más cercanos. Es un punto importante pero no definitivo, como se verá más adelante, cuando llegan los momentos más difíciles de verdad. Basta recordar que al momento de la pasión Pedro niega tres veces conocer a Jesús y los demás discípulos salen corriendo asustados y atemorizados.


Pero es un momento importante porque en la vida pública de Jesús ha habido muchos cambios. De aquella primavera de Galilea en que eran multitudes los que seguían a Jesús ya queda poco. Las multitudes se han quedado en unos pocos. Es la consecuencia del enfrentamiento de Jesús con las autoridades religiosas de su tiempo. Cunde el desánimo entre las filas de sus más allegados. Quizá piensan en sus adentros que no ha valido la pena dejar su vida ordinaria para seguir a Jesús. Quizás…


Precisamente en ese momento colocan los evangelistas esta historia de la Transfiguración. Con sus más amigos, con los más cercanos, Jesús hace un aparte. Se da un paseo hasta lo alto de una montaña. Allí tienen tiempo para charlar tranquilos. Desde lo alto de la montaña, las cosas se ven de otra manera. Surge la confidencia tranquila. Se abre el corazón con más facilidad. La comunicación es más sencilla. Escuchamos con más atención porque no hay ruido que distraiga. Se comprende mejor al otro. Ahí se les hizo más claro a Pedro, Santiago y Juan quién era Jesús. Y cuánto valía la pena seguir con él. Pasase lo que pasase luego. Lo que ven, lo que sienten, lo que experimentan, les ha llegado tan adentro que no les resulta fácil decírselo a los demás. Pero saben que tiene sentido haberlo dejado todo para irse con Jesús.


Quizá a nosotros nos haga falta también de vez en cuando un rato de subir a la montaña, de charlar con tranquilidad, de escuchar al Otro, de dejar que su Palabra nos llegue al corazón. Y luego volver al camino con fuerzas renovadas. Al menos, debemos ser conscientes de nuestra debilidad, por un tiempo.

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