martes, 17 de junio de 2025

Martes de la XI Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios (8,1-9):

Queremos que conozcáis, hermanos, la gracia que Dios ha dado a las Iglesias de Macedonia: En las pruebas y desgracias creció su alegría; y su pobreza extrema se desbordó en un derroche de generosidad. Con todas sus fuerzas y aún por encima de sus fuerzas, os lo aseguro, con toda espontaneidad e insistencia nos pidieron como un favor que aceptara su aportación en la colecta a favor de los santos. Y dieron más de lo que esperábamos: se dieron a sí mismos, primero al Señor y luego, como Dios quería, también a nosotros. En vista de eso, como fue Tito quien empezó la cosa, le hemos pedido que dé el último toque entre vosotros a esta obra de caridad. Ya que sobresalís en todo: en la fe, en la palabra, en el conocimiento, en el empeño y en el cariño que nos tenéis, distinguíos también ahora por vuestra generosidad. No es que os lo mande; os hablo del empeño que ponen otros para comprobar si vuestro amor es genuino. Porque ya sabéis lo generoso que fue nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza.

Palabra de Dios


Salmo 145,R/. Alaba, alma mía, al Señor


Santo Evangelio según san Mateo (5,43-48):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.»

Palabra del Señor


Compartimos

Este es uno de esos textos evangélicos en que se ve que Jesús no se deja llevar por la prudencia que debe tener todo gobernante o todo líder y termina cayendo en una radicalidad que está totalmente fuera de lugar. Uno se pregunta quiénes serían sus asesores para llegar a hacer declaraciones como éstas. Y también se entiende que Jesús terminase como terminó: muriendo malamente en la cruz. No podía ser de otra manera.


En aquel mundo, como el de ahora, había muchas fronteras. A pesar de que el imperio romano era uno y ocupaba la mayor parte del mundo conocido de la época, seguía habiendo muchas fronteras, muchos muros que separaban a unos pueblos de otros, a unas familias de otras, a unas tradiciones de otras, a unas religiones de otras, a unas lenguas de otras. Y ya se sabe que el “otro”, casi por definición, suele ser visto como una amenaza, como un enemigos. En eso, después de que hayan pasado dos mil años, no nos diferenciamos mucho. Seguimos llenos de fronteras que separan. Levantamos muros de contención, no para evitar que pasen las mercancías sino sobre todo para evitar que pasen las personas. Nadie, en especial los políticos, sabe que hacer con la inmigración, con las personas que salen de su país en busca de una vida mejor. Y se les termina viendo como una amenaza, como gente que nos viene a quitar lo nuestro, como posibles delincuentes. En definitiva, como enemigos. Y los inmigrantes son solo un ejemplo. Abundan las rencillas que dividen y ponen fronteras entre familias y dentro de las familias, entre los seguidores de un equipo deportivo y otro o de una ideología y otra.


Y ahí nos viene Jesús a decirnos que hay que amar a los enemigos. Nos parece imposible pero es verdad. Es que así es el Reino de Dios. Un Dios que ES amor no puede ser de otra manera. Ama a todos sin excepción, sin condiciones. Y nos invita a nosotros a seguirle y a hacer lo mismo. Aquí no cuentan las prudencias humanas. Lo que cuenta son las manos abiertas, capaces de crear paz y reconciliación y fraternidad. Porque si el Reino no se hace con ese cemento del amor, ¿en que se queda entonces?

lunes, 16 de junio de 2025

Lunes de la XI Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura de la Primera Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios (6,1-10):

Secundando su obra, os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios, porque él dice: «En tiempo favorable te escuché, en día de salvación vine en tu ayuda»; pues mirad, ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación. Para no poner en ridículo nuestro ministerio, nunca damos a nadie motivo de escándalo; al contrario, continuamente damos prueba de que somos ministros de Dios con lo mucho que pasamos: luchas, infortunios, apuros, golpes, cárceles, motines, fatigas, noches sin dormir y días sin comer; procedemos con limpieza, saber, paciencia y amabilidad, con dones del Espíritu y amor sincero, llevando la palabra de la verdad y la fuerza de Dios. Con la derecha y con la izquierda empuñamos las armas de la justicia, a través de honra y afrenta, de mala y buena fama. Somos los impostores que dicen la verdad, los desconocidos conocidos de sobra, los moribundos que están bien vivos, los penados nunca ajusticiados, los afligidos siempre alegres, los pobretones que enriquecen a muchos, los necesitados que todo lo poseen.

Palabra de Dios


Salmo  97,R/. El Señor da a conocer su victoria


Santo Evangelio según san Mateo (5,38-42):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: «Ojo por ojo, diente por diente». Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas.»

Palabra del Señor


Compartimos:

Se me ocurre que para comentar esta lectura sería bueno usar el lenguaje de los jóvenes de hoy: ¡Qué fuerte! Es verdad, es fuerte lo que dice Jesús: plantear de esta manera tan radical el perdón (un perdón  sin condiciones) como un elemento esencial para sus seguidores. Es fuerte porque nuestro mundo no funciona así. Seamos decentes y reconozcámoslo.


Estas palabras de Jesús tan radicales, tan opuestas a lo que vivimos y sentimos, me han hecho recordar, por oposición, una frase que he leído recientemente en una novela. Era la novela “El Padrino” de Mario Puzo. Pues bien, prácticamente en la última página de la novela, uno de los protagonistas para justificar todos los asesinatos que se cometen en el relato, dice con toda claridad: “En nuestro mundo no hay lugar para el perdón.” Así de claro y así de honesto. Podemos pensar que eso sucede solo en ese mundo de la mafia y de delincuentes de que se habla en la novela. Pero no es verdad. Es difícil encontrar en nuestra sociedad esa capacidad auténtica para el perdón. Y menos entre colectivos. Podíamos poner numerosos ejemplos pero baste pensar en israelíes y palestinos, que llevan setenta años en guerra y en conflicto y que aplican continuamente lo de “ojo por ojo y diente por diente”. Pero así solo van a lograr terminar todos ciegos y desdentados. O podemos pensar en aquella imagen de Goya en que dos hombres luchan con garrotes, enterrados hasta las rodillas en un paisaje desolado. La viva imagen del conflicto, del odio, de la violencia que demasiadas veces inunda las relaciones humanas.


Pero ese camino, el del “ojo por ojo y diente por diente” no lleva a ningún sitio. Sólo el perdón abre caminos de futuro. El perdón y el olvido también. Porque el perdón incluye necesariamente dar al otro la posibilidad de volver a empezar, de reconocer su error (¿y quién está libre de error? ¿quién no ha necesitado nunca el perdón?) y tener una nueva oportunidad. No se trata de hacer nada más que lo que Dios hace con nosotros: estar cerca de nosotros, perdonar y permitirnos siempre volver a empezar como si nada hubiese sucedido.

domingo, 15 de junio de 2025

ÁNGELUS DEL Santo Padre

Plaza de San Pedro

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!:

Acabamos de concluir la celebración eucarística por el Jubileo del Deporte, y ahora con alegría dirijo mi saludo a todos ustedes, deportistas de diversas las edades y procedencias. Les exhorto a vivir la actividad deportiva, incluso a nivel competitivo, siempre con espíritu de gratuidad, con espíritu “lúdico” en el sentido noble de este término, porque en el juego y en la sana diversión el ser humano se asemeja a su Creador.


Quiero subrayar que el deporte es un camino para construir la paz, porque es una escuela de respeto y lealtad, que hace crecer la cultura del encuentro y la fraternidad. Hermanas y hermanos, los animo a practicar este estilo de manera consciente, oponiéndose a toda forma de violencia y opresión.


¡El mundo actual lo necesita tanto! De hecho, hay muchos conflictos armados. En Myanmar, a pesar del cese del fuego, continúan los combates, con daños incluso a las infraestructuras civiles. Invito a todas las partes a emprender el camino del diálogo inclusivo, el único que puede conducir a una solución pacífica y estable.


En la noche del 13 al 14 de junio, en la ciudad de Yelwata, en el área administrativa local de Gouma, en el estado de Benue, Nigeria, se produjo una terrible masacre en la que unas doscientas personas fueron asesinadas con extrema crueldad, la mayoría de ellas desplazados internos acogidos por la misión católica local. Rezo para que la seguridad, la justicia y la paz prevalezcan en Nigeria, un país querido y tan afectado por diversas formas de violencia. Y rezo especialmente por las comunidades cristianas rurales del estado de Benue, que son víctimas incesantes de la violencia.


Pienso también en la República de Sudán, devastada por la violencia desde hace ya más de dos años. Me ha llegado la triste noticia de la muerte del sacerdote Luke Jumu, párroco de El Fasher, víctima de un bombardeo. Mientras aseguro mis oraciones por él y por todas las víctimas, renuevo el llamamiento a los combatientes para que se detengan, protejan a los civiles y emprendan un diálogo por la paz. Exhorto a la comunidad internacional a intensificar sus esfuerzos para proporcionar al menos la asistencia esencial a la población, gravemente afectada por la crisis humanitaria.


Seguimos rezando por la paz en Oriente Medio, en Ucrania y en todo el mundo.


Esta tarde, en la Basílica de San Pablo Extramuros, será beatificado Floribert Bwana Chui, joven mártir congoleño. Fue asesinado a los veintiséis años porque, como cristiano, se oponía a la injusticia y defendía a los pequeños y a los pobres. ¡Que su testimonio dé valor y esperanza a los jóvenes de la República Democrática del Congo y de toda África!


¡Feliz domingo a todos! Y a ustedes, jóvenes, les digo: ¡los espero dentro de un mes para el Jubileo de los jóvenes! Que la Virgen María, Reina de la Paz, interceda por nosotros.


Angelus Domini…

La Santísima Trinidad (Ciclo C)

1ª Lectura (Prov 8,22-31): 

Así dice la sabiduría de Dios: «El Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas. En un tiempo remotísimo fui formada, antes de comenzar la tierra. Antes de los abismos fui engendrada, antes de los manantiales de las aguas. Todavía no estaban aplomados los montes, antes de las montañas fui engendrada. No había hecho aún la tierra y la hierba, ni los primeros terrones del orbe. Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del abismo; cuando sujetaba el cielo en la altura, y fijaba las fuentes abismales. Cuando ponla un límite al mar, cuyas aguas no traspasan su mandato; cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia: jugaba con la bola de la tierra, gozaba con los hijos de los hombres».

Palabra de Dios

Salmo responsorial: 8 R/. Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!


2ª Lectura (Rom 5,1-5): Hermanos: 

Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos; y nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. Más aún, hasta nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce constancia, la constancia, virtud probada, la virtud, esperanza, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.

Palabra de Dios


Versículo antes del Evangelio (Cf. Ap 1,8): Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Al Dios que es, que era y que vendrá.


Santo Evangelio (Jn 16,12-15): 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. Él me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: ‘Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros’».

Palabra de Dios

Compartimos:

Hoy celebramos la solemnidad del misterio que está en el centro de nuestra fe, del cual todo procede y al cual todo vuelve. El misterio de la unidad de Dios y, a la vez, de su subsistencia en tres Personas iguales y distintas. Padre, Hijo y Espíritu Santo: la unidad en la comunión y la comunión en la unidad. Conviene que los cristianos, en este gran día, seamos conscientes de que este misterio está presente en nuestras vidas: desde el Bautismo —que recibimos en nombre de la Santísima Trinidad— hasta nuestra participación en la Eucaristía, que se hace para gloria del Padre, por su Hijo Jesucristo, gracias al Espíritu Santo. Y es la señal por la cual nos reconocemos como cristianos: la señal de la Cruz en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

La misión del Hijo, Jesucristo, consiste en la revelación de su Padre, del cual es la imagen perfecta, y en el don del Espíritu, también revelado por el Hijo. La lectura evangélica proclamada hoy nos lo muestra: el Hijo recibe todo del Padre en la perfecta unidad: «Todo lo que tiene el Padre es mío», y el Espíritu recibe lo que Él es, del Padre y del Hijo. Dice Jesús: «Por eso he dicho: ‘Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros’» (Jn 16,15). Y en otro pasaje de este mismo discurso (15,26): «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí».

Aprendamos de esto la gran y consoladora verdad: la Trinidad Santísima, lejos de ponerse aparte, distante e inaccesible, viene a nosotros, habita en nosotros y nos transforma en interlocutores suyos. Y esto por medio del Espíritu, quien así nos guía hasta la verdad completa (cf. Jn 16,13). La incomparable “dignidad del cristiano”, de la cual habla varias veces san León el Grande, es ésta: poseer en sí el misterio de Dios y, entonces, tener ya, desde esta tierra, la propia “ciudadanía” en el cielo (cf. Flp 3,20), es decir, en el seno de la Trinidad Santísima.

sábado, 14 de junio de 2025

Sábado 10 del tiempo ordinario

1ª Lectura (2Cor 5,14-21):

 Nos apremia el amor de Cristo, al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron. Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos. Por tanto, no valoramos a nadie según la carne. Si alguna vez juzgamos a Cristo según la carne, ahora ya no. El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado.


Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el ministerio de la reconciliación. Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo-, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado la palabra de la reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por nuestro medio. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no habla pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios.

Palabra de Dios

Salmo responsorial: 102 R/. El Señor es compasivo y misericordioso.

Santo Evangelio (Mt 5,33-37): 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído también que se dijo a los antepasados: ‘No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos’. Pues yo digo que no juréis en modo alguno: ni por el Cielo, porque es el trono de Dios, ni por la Tierra, porque es el escabel de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran rey. Ni tampoco jures por tu cabeza, porque ni a uno solo de tus cabellos puedes hacerlo blanco o negro. Sea vuestro lenguaje: ‘Sí, sí’; ‘no, no’: que lo que pasa de aquí viene del Maligno».

Palabra de Dios


Compartimos:

Hoy continúa Jesús comentándonos los Mandamientos. Los israelitas tenían un gran respeto hacia el nombre de Dios, una veneración sagrada, porque sabían que el nombre se refiere a la persona, y Dios merece todo respeto, todo honor y toda gloria, de pensamiento, palabra y obra. Por esto —teniendo presente que jurar es poner a Dios como testigo de la verdad de lo que decimos— la Ley les mandaba: «No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos» (Mt 5,33). Pero Jesús viene a perfeccionar la Ley (y, por tanto, a perfeccionarnos a nosotros siguiendo la Ley), y da un paso más: «No juréis en modo alguno: ni por el Cielo, (...), ni por la Tierra (...)» (Mt 5,34). No es que jurar, en sí mismo, sea malo, pero son necesarias unas condiciones para que el juramento sea lícito, como por ejemplo, que haya una causa justa, grave, seria (un juicio, pongamos por caso), y que lo que se jura sea verdadero y bueno.


Pero el Señor nos dice todavía más: «Sea vuestro lenguaje: ‘Sí, sí’; ‘no, no’» (Mt 5,37). Es decir, nos invita a vivir la veracidad en toda ocasión, a conformar nuestro pensamiento, nuestras palabras y nuestras obras a la verdad. Y la verdad, ¿qué es? Es la gran pregunta, que ya vemos formulada en el Evangelio por boca de Pilato, en el juicio contra Jesús, y a la que tantos pensadores a lo largo de los tiempos han procurado dar respuesta. Dios es la Verdad. Quien vive agradando a Dios, cumpliendo sus Mandamientos, vive en la Verdad. Dice el santo Cura de Ars: «La razón de que tan pocos cristianos obren con la exclusiva intención de agradar a Dios es porque la mayor parte de ellos se encuentran sometidos a la más espantosa ignorancia. Dios mío, ¡cuántas buenas obras se pierden para el Cielo!». Hay que pensar en ello.


Nos conviene formarnos, leer el Evangelio y el Catecismo. Después, vivir según lo que hemos aprendido.

viernes, 13 de junio de 2025

Viernes 10 del tiempo ordinario. San Antonio de Padua, presbítero y doctor de la Iglesia

1ª Lectura (2Cor 4,7-15):

 El tesoro del ministerio lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros. Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan; en toda ocasión y por todas partes, llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.


Mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte, por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. Así, la muerte está actuando en nosotros, y la vida en vosotros. Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: «Creí, por eso hablé», también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también con Jesús nos resucitará y nos hará estar con vosotros. Todo es para vuestro bien. Cuantos más reciban la gracia, mayor será el agradecimiento, para gloria de Dios.

Palabra de Dios

Salmo responsorial: 115 R/. Te ofreceré, Señor, un sacrificio de alabanza.

 Santo Evangelio (Mt 5,27-32): 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘No cometerás adulterio’. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna. Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo vaya a la gehenna.


»También se dijo: ‘El que repudie a su mujer, que le dé acta de divorcio’. Pues yo os digo: Todo el que repudia a su mujer, excepto el caso de fornicación, la hace ser adúltera; y el que se case con una repudiada, comete adulterio».

Palabra de Dios

Compartimos:

 Jesús nos habla claramente del amor indisoluble, fruto de un amor casto (“ecológico”, de respeto a la naturaleza). Tal como afirmó el Papa Francisco, «la santidad y la indisolubilidad del matrimonio cristiano, que con frecuencia se desintegra bajo la tremenda presión del mundo secular, debe ser profundizada por una clara doctrina y apoyada por el testimonio de parejas casadas comprometidas». Desgraciadamente, hoy en día, puede ser un tema polémico, porque parezca que vivir la castidad y la virtud de la santa pureza en medio de este mundo quede como algo trasnochado, o incluso como que puede quitarnos la libertad.


De lo que hay en nuestro corazón, hablan también nuestros “ojos”. La mirada de los esposos, por ejemplo, debe ser expresión de un amor casto y puro que dure para siempre. «Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón» (Mt 5,28).


Esta pureza de corazón se expresa tratando con dignidad nuestro cuerpo: «Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo», nos dice san Pablo (1Cor 6,19). El Evangelio de hoy tiene que llevar a entender lo sagrado del matrimonio. No se trata de entender el Evangelio de una manera literal, puesto que perder un ojo o una mano, no nos exime de pecar y además sería otro mal añadido. El sentido de las palabras de Jesús, es de sacrificio para ser fieles al proyecto de fidelidad a Dios, hasta vivir el matrimonio para lo que fue creado y después elevado a sacramento (para los cristianos).


Jesús quiere devolver a la ley divina su fuerza, y dice: «Todo el que repudia a su mujer (…) la hace ser adúltera» (Mt 5,32). Con estas palabras nos muestra hasta qué punto cada uno es responsable de la santidad de su esposo / esposa. Estamos llamados a ser “uno” en el santo matrimonio. Es cierto que muchas veces el matrimonio no es algo fácil: vivir santamente conlleva la cruz… «El amor no nos deja indiferentes», diría Benedicto XVI.

jueves, 12 de junio de 2025

Nuestro Señor Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote

1ª Lectura (2Cor 3,15-4,1.3-6): 

Hermanos: Hasta hoy, cada vez que los israelitas leen los libros de Moisés, un velo cubre sus mentes; pero, cuando se vuelvan hacia el Señor, se quitará el velo. El Señor del que se habla es el Espíritu; y donde hay Espíritu del Señor hay libertad. Y nosotros todos, que llevamos la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente; así es como actúa el Señor, que es Espíritu.


Por eso, encargados de este ministerio por misericordia de Dios, no nos acobardamos. Si nuestro Evangelio sigue velado, es para los que van a la perdición, o sea, para los incrédulos: el dios de este mundo ha obcecado su mente para que no distingan el fulgor del glorioso Evangelio de Cristo, imagen de Dios. Nosotros no nos predicamos a nosotros mismos, predicamos que Cristo es Señor, y nosotros siervos vuestros por Jesús. El Dios que dijo: «Brille la luz del seno de la tiniebla» ha brillado en nuestros corazones, para que nosotros iluminemos, dando a conocer la gloria de Dios, reflejada en Cristo.

Palabra de Dios


Salmo responsorial: 84 R/. La gloria del Señor habitará en nuestra tierra.


Versículo antes del Evangelio (Jn 13,34): Aleluya. Un mandamiento nuevo os doy, dice el Señor: que os améis los unos a los otros, así como yo os he amado. Aleluya.


Santo Evangelio (Mt 5,20-26):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.


»Habéis oído que se dijo a los antepasados: ‘No matarás; y aquel que mate será reo ante el tribunal’. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano "imbécil", será reo ante el Sanedrín; y el que le llame "renegado", será reo de la gehenna de fuego.


»Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda. Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo».

Palabra  de Dios

Compartimos:

Hoy, Jesús nos invita a ir más allá de lo que puede vivir cualquier mero cumplidor de la ley. Aún, sin caer en la concreción de malas acciones, muchas veces la costumbre endurece el deseo de la búsqueda de la santidad, amoldándonos acomodaticiamente a la rutina del comportarse bien, y nada más. San Juan Bosco solía repetir: «Lo bueno, es enemigo de lo óptimo». Allí es donde nos llega la Palabra del Maestro, que nos invita a hacer cosas “mayores” (cf. Mt 5,20), que parten de una actitud distinta. Cosas mayores que, paradójicamente, pasan por las menores, por las más pequeñas. Encolerizarse, menospreciar y renegar del hermano no son adecuadas para el discípulo del Reino, que ha sido llamado a ser —nada más y nada menos— que sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5,13-16), desde la vigencia de las bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-12).


Jesús, con autoridad, cambia la interpretación del precepto negativo “No matar” (cf. Ex 20,13) por la interpretación positiva de la profunda y radical exigencia de la reconciliación, puesta —para mayor énfasis— en relación con el culto. Así, no hay ofrenda que sirva cuando «te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti» (Mt 5,23). Por eso, importa arreglar cualquier pleito, porque de lo contrario la invalidez de la ofrenda se volverá contra ti (cf. Mt 5,26).


Todo esto, sólo lo puede movilizar un gran amor. Nos dirá san Pablo: «En efecto, lo de: No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud» (Rom 13,9-10). Pidamos ser renovados en el don de la caridad —hasta el mínimo detalle— para con el prójimo, y nuestra vida será la mejor y más auténtica ofrenda a Dios.

miércoles, 11 de junio de 2025

Miércoles de la X Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios (3,4-11):

Esta confianza con Dios la tenemos por Cristo. No es que por nosotros mismos estemos capacitados para apuntarnos algo, como realización nuestra; nuestra capacidad nos viene de Dios, que nos ha capacitado para ser ministros de una alianza nueva: no de código escrito, sino de espíritu; porque la ley escrita mata, el Espíritu da vida. Aquel ministerio de muerte –letras grabadas en piedra– se inauguró con gloria; tanto que los israelitas no podían fijar la vista en el rostro de Moisés, por el resplandor de su rostro, caduco y todo como era. Pues con cuánta mayor razón el ministerio del Espíritu resplandecerá de gloria. Si el ministerio de la condena se hizo con resplandor, cuánto más resplandecerá el ministerio del perdón. El resplandor aquel ya no es resplandor, eclipsado por esta gloria incomparable. Si lo caduco tuvo su resplandor, figuraos cuál será el de lo permanente.

Palabra de Dios


Salmo 98,R/. Santo eres, Señor, Dios nuestro


Santo Evangelio según san Mateo (5,17-19):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el Reino de los Cielos.»

Palabra del Señor


Compartimos:

Este texto se nos puede atragantar un poco. ¿Es que Jesús nos está diciendo que para ser seguidores suyos tenemos que ser perfectos judíos, cumpliendo al detalle cada una de las normas que tenían? No lo creo. Hay que fijarse en que Jesús dice que no ha venido a abolir sino a dar plenitud. Ahí está clave. Jesús nos invita a dar un paso adelante. No se trata de abolir pero sí de superar. Con Jesús hay una nueva ley, que engloba y supera la anterior.


Quizá para entender mejor este texto tendríamos que hacer memoria y recordar aquel pasaje en que Jesús se encuentra con un hombre que le pregunta qué tiene que hacer para heredar la vida eterna (Mt 10,17-25). Jesús con mucha paz le pregunta si ya ha cumplido los mandamientos. El hombre responde que sí. Y entonces Jesús da un salto adelante. No basta con eso. Le hace falta algo más: primero, vender todos sus bienes y darlos a los pobres y luego seguir a Jesús. Dicho en otras palabras: liberarse de todo lo que le ata y, así, ligero de equipaje, convertirse en discípulo, emprender un nuevo camino, que ya no está marcado por los mandamientos sino por el Reino.


En el texto de hoy, con otras palabras Jesús nos invita a dar ese mismo paso. A superar la etapa de la ley y las normas para entrar en otra dimensión. Viene a ser lo que san Agustín expresó diciendo “ama y haz lo que quieras”. Podemos poner un ejemplo muy sencillo: podemos ir a misa el domingo porque es una ley de la iglesia o podemos ir a misa el domingo porque es la oportunidad gozosa de compartir con nuestros hermanos y hermanas de comunidad nuestra fe, escuchar juntos la Palabra y compartir el pan de la Eucaristía. Es lo mismo pero no es lo mismo.


Podemos ser cristianos preguntándonos todo el tiempo si esto es pecado o no es pecado. O podemos ser cristianos pensando en qué podemos hacer para construir unas relaciones humanas más fraternales y más justas, en definitiva, para ir haciendo del Reino una realidad en nuestra vida y en la vida de los que nos rodean. Lo primero es quedarnos en la ley. Lo segundo es dar un salto adelante y vivir en la plenitud del Reino.

martes, 10 de junio de 2025

De la «Rerum Novarum» de León XIII, principios que son permanentes

Una de las notas más características de Rerum Novarum es que fue publicada el 5 de mayo de 1891, justo en el decimocuarto año del pontificado de León XIII. Esta exhortación sirvió para insuflar bocanadas de cordura, prudencia y sentido común en las postrimerías del siglo XIX, una época tiznada de miseria, pobreza, acentuadas desigualdades socioeconómicas y su consiguiente agitación revolucionaria; siempre desde una óptica equidistante con las ideologías políticas, por lo que muy crítica tanto con la posible avaricia de los grandes propietarios como con las recetas socialistas para erradicar semejante problema.


Rerum Novarum es una encíclica que exuda una desembarazada conciencia social, pero, a su vez, explícitamente reticente al ‘ismo’ del socialismo, además de condenatoria con los abusos de una economía de mercado huérfana de ápices compasión y límites morales.


Uno de los ejes vertebradores de esta encíclica es una defensa -sin cortapisas- de la propiedad privada, que es un derecho natural -superior al ámbito legal- que nos diferencia de los animales, por la capacidad natural de poseer que tenemos las personas, más allá de nuestra faculta animal de usar las cosas.


León XIII veía la propiedad privada amenazada tanto por una intervención excesiva del estado como de una libertad ilimitada por parte de los grandes capitales. Veía que había dos aspectos predominantes que la ponían en peligro: uno, el pecado de avaricia y codicia de algunas personas pudientes o acaudaladas, por redundar en detrimento de los “obreros indefensos”; dos, los “pruritos revolucionarios” y la “agitación sediciosa” desencadenada por determinados alborotadores sociales, por ofrecer una solución violenta y artificiosa a la situación de semejantes “obreros indefensos”.


En Rerum Novarum se deja claro que hay que evitar, en la medida de lo posible y siempre que se den unos mínimos de dignidad social, que el estado intervenga como sustituto de la caridad cristiana. Con estas palabras textuales lo pone de manifiesto en su punto número 17: “Cuando se ha atendido suficientemente a la necesidad y al decoro, es un deber socorrer a los indigentes con lo que sobra. «Lo que sobra, dadlo de limosna». No son éstos, sin embargo, deberes de justicia, salvo en los casos de necesidad extrema, sino de caridad cristiana, la cual, ciertamente, no hay derecho de exigirla por la ley. Pero antes que la ley y el juicio de los hombres están la ley y el juicio de Cristo Dios, que de modos diversos y suavemente aconseja la práctica de dar: «Es mejor dar que recibir»".


Como se puede ver en el párrafo anterior, León XIII insta a los ricos a ejercer la caridad cristiana como un deber social de una importancia capital, pero no tanto como un deber legal donde el estado tome partido. Ahora bien, en el punto número 26 de esta encíclica, sí que se deja rotundamente claro que hay una serie de situaciones límite que sí que hacen necesario cierto grado de intervención estatal; y lo hace en tales términos: “Si, por tanto, se ha producido o amenaza algún daño al bien común o a los intereses de cada una de las clases que no pueda subsanarse de otro modo, necesariamente deberá afrontarlo el poder público (…) Si la clase patronal oprime a los obreros con cargas injustas o los veja imponiéndoles condiciones ofensivas para la persona y dignidad humanas; si daña la salud con trabajo excesivo, impropio del sexo o de la edad, en todos estos casos deberá intervenir de lleno, dentro de ciertos límites, el vigor y la autoridad de las leyes. Límites determinados por la misma causa que reclama el auxilio de la ley, o sea, que las leyes no deberán abarcar ni ir más allá de lo que requieren el remedio de los males o la evitación del peligro”.


Aquí resulta meridiano aquello que se conoce como principio de subsidiariedad estatal, es decir, el estado como interventor suplente en casos extremos, no como agente principal. Por consiguiente, esta encíclica alerta a los ricos, y abre la puerta a cierto grado de intervención estatal subsidiaria, en casos como que el trabajador a su cargo ejerza su oficio durante un número de horas manifiestamente superior al de sus fuerzas, como que no disponga de la posibilidad de disfrutar de algunos momentos de ocio y como que le sea negado el descanso en domingos y festivos.


Con todo esto encima de la mesa, no cabe duda de que Rerum Novarum insta a los grandes propietarios a ser condescendientes y respetuosos con sus empleados; pero, además, les recuerda a dichos trabajadores que ellos, también, tienen el deber de cumplir con sus obligaciones.


¿Y por qué León XIII era más partidario del principio de subsidiariedad del estado -véase como suplente o sustituto en situaciones excepcionales- que del intervencionismo estatal? Por tres razones preponderantes: 


la primera, porque resulta más conveniente para garantizar el bien común, puesto que “los socialistas empeoran la situación de los obreros todos, en cuanto tratan de transferir los bienes de los particulares a la comunidad, puesto que, privándolos de la libertad de colocar sus beneficios, con ello mismo los despojan de la esperanza y de la facultad de aumentar los bienes familiares y de procurarse utilidades”; 

la segunda, para evitar que se ponga en peligro la propiedad privada, un derecho que es natural, superior al ámbito legal, y que, por ende, no se puede abolir; 

la tercera, por la alta posibilidad de que el poder público reemplace a la familia como núcleo fundamental de la sociedad y en cuanto a las relaciones paternofiliales de sus miembros (es decir, que el estado sustituya a los padres en sus derechos, obligaciones y deberes).

En el punto número 10 de Rerum Novarum, se incide en esta última cuestión de manera muy esclarecedora y meticulosa; reza así: “Querer, por consiguiente, que la potestad civil penetre a su arbitrio hasta la intimidad de los hogares es un error grave y pernicioso. Cierto es que, si una familia se encontrara eventualmente en una situación de extrema angustia y carente en absoluto de medios para salir de por sí de tal agobio, es justo que los poderes públicos la socorran con medios extraordinarios, porque cada familia es una parte de la sociedad. Cierto también que, si dentro del hogar se produjera una alteración grave de los derechos mutuos, la potestad civil deberá amparar el derecho de cada uno; esto no sería apropiarse los derechos de los ciudadanos, sino protegerlos y afianzarlos con una justa y debida tutela. Pero es necesario de todo punto que los gobernantes se detengan ahí; la naturaleza no tolera que se exceda de estos límites”.


Esta encíclica es, también, explícitamente contraria a la lucha de clases, a que las personas estén divididas y enfrentadas por su condición socioeconómica, puesto que todos somos hermanos, y compartimos la condición de “herederos en Dios” y “coherederos en Cristo”; lo que hace imprescindible un “amor fraternal de parentesco” entre todos los hijos del Señor.


Como solución fraternal a esta posible rivalidad de clases sociales, Rerum Novarum recomienda fomentar la creación de “sociedades de socorros mutuos”, donde haya una interacción colaborativa entre “obreros” y “patronos”. Como recoge su punto número 34, “los mismos patronos y obreros pueden hacer mucho en esta cuestión, esto es, con esas instituciones mediante las cuales atender convenientemente a los necesitados y acercar más una clase a la otra”; y pone como ejemplo a “los gremios de artesanos”, debido a que “reportaron durante mucho tiempo grandes beneficios a nuestros antepasados”, además de que “no sólo trajeron grandes ventajas para los obreros, sino también a las artes mismas un desarrollo y esplendor atestiguado por numerosos monumentos”.


A esto, añade su punto número 35 lo siguiente: “La reconocida cortedad de las fuerzas humanas aconseja e impele al hombre a buscarse el apoyo de los demás. De las Sagradas Escrituras es esta sentencia: «Es mejor que estén dos que uno solo; tendrán la ventaja de la unión. Si el uno cae, será levantado por el otro. ¡Ay del que está solo, pues, si cae, no tendrá quien lo levante!» (Ecl 4, 9-12). Y también esta otra: «El hermano, ayudado por su hermano, es como una ciudad fortificada» (Prov 18, 19). En virtud de esta propensión natural, el hombre, igual que es llevado a constituir la sociedad civil, busca la formación de otras sociedades entre ciudadanos, pequeñas e imperfectas, es verdad, pero de todos modos sociedades”.


Eso sí, León XIII incluyó una advertencia vital en el punto número 39 de su célebre encíclica, la cual dice así: “Las asociaciones de obreros se han de constituir y gobernar de tal modo que proporcionen los medios más idóneos y convenientes para el fin que se proponen, consistente en que cada miembro de la sociedad consiga, en la medida de lo posible, un aumento de los bienes del cuerpo, del alma y de la familia. Pero es evidente que se ha de tender, como fin principal, a la perfección de la piedad y de las costumbres, y asimismo que a este fin habrá de encaminarse toda la disciplina social. De lo contrario, degeneraría y no aventajarían mucho a ese tipo de asociaciones en que no suele contar para nada ninguna razón religiosa. Por lo demás, ¿de qué le serviría al obrero haber conseguido, a través de la asociación, abundancia de cosas, si peligra la salvación de su alma por falta del alimento adecuado? «¿Qué aprovecha al hombre conquistar el mundo entero si pierde su alma?». Cristo nuestro Señor enseña que la nota característica por la cual se distinga a un cristiano de un gentil debe ser ésa precisamente: «Eso lo buscan todas las gentes... Vosotros buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura»”.


Como colofón final, animo, utilizando palabras textuales del punto número 38 de Rerum Novarum, a aquellos “católicos de copiosas fortunas que, uniéndose voluntariamente a los asalariados, se esfuerzan en fundar y propagar estas asociaciones con su generosa aportación económica, y con ayuda de las cuales pueden los obreros fácilmente procurarse no sólo los bienes presentes, sino también asegurarse con su trabajo un honesto descanso futuro”. 

Martes de la X Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios (1,18-22):

¡Dios me es testigo! La palabra que os dirigimos no fue primero «sí» y luego «no». Cristo Jesús, el Hijo de Dios, el que Silvano, Timoteo y yo os hemos anunciado, no fue primero «sí» y luego «no»; en él todo se ha convertido en un «sí»; en él todas las promesas han recibido un «sí». Y por él podemos responder: «Amén» a Dios, para gloria suya. Dios es quien nos confirma en Cristo a nosotros junto con vosotros. Él nos ha ungido, él nos ha sellado, y ha puesto en nuestros corazones, como prenda suya, el Espíritu.

Palabra de Dios


Salmo 118,R/. Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo


Santo Evangelio según san Mateo (5,13-18):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.»

Palabra del Señor


Compartimos:

Es curioso que Jesús nos diga que somos/tenemos que ser la sal el mundo. Lo digo porque ahora los médicos están empeñados en quitarnos a todos la sal de los alimentos. Dicen que es mala para el corazón. Pero la verdad es que comer todos los alimentos sosos, es algo bastante aburrido. Es como si todo supiera a lo mismo. La sal realza el saber de cada alimentos y marca las diferencias.


Conclusión: igual tenemos que obedecer a los médicos y por el bien de nuestro corazón y de nuestras arterias conviene que dejemos de poner sal en los alimentos. Pero eso no significa que nuestra vida se tenga que volver sosa e insípida, aburrida en definitiva. Lo que Jesús nos pide es que pongamos en la vida propia, en las relaciones, la sal del Reino. Es una sal que nos hace comprender la realidad que nos rodea desde un punto de vista diferente. Podríamos decir que desde el punto de vista de Dios.


Con la sal del Evangelio comprenderemos perfectamente que más allá de las diferencias que traen consigo las fronteras, las ideologías, el sexo, la religión y tantas otras maneras que tenemos de separarnos y excluirnos unos a otros, hay algo que nos une: el ser hijos e hijas de Dios, hermanos unos de otros. Con la sal del Reino entenderemos muy bien que vale la pena luchar por la justicia y la fraternidad porque nos ayudará a ver mejor la injusticia y la intolerancia que imposibilitan vivir como hermanos e hijos de Dios.


El problema es si la sal se vuelve sosa. Es decir, si somos cristianos pero eso nos sirve sólo como una especie de garantía para asegurarnos la salvación y la tranquilidad de espíritu. Puede pasar que de tanto ir a misa y orar en la intimidad se nos olvide que seguir a Jesús tiene consecuencias para nuestra vida en los otros momentos en que no estamos rezando o no estamos en la Iglesia. El Evangelio, el Reino, tiene consecuencias para nuestra vida familiar, para la relación con los amigos, para nuestras opciones políticas, para nuestro servicio a los más pobres y necesitados, siempre en búsqueda de la fraternidad y la justicia. Esa es la sal que tenemos que poner en nuestro mundo.

lunes, 9 de junio de 2025

Lunes de la X Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Comienzo de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios (1,1-7):

Pablo, apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, y el hermano Timoteo, a la Iglesia de Dios que está en Corinto y a todos los santos que residen en toda Acaya: os deseamos la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo. ¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios del consuelo! Él nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier lucha, repartiendo con ellos el ánimo que nosotros recibimos de Dios. Si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, gracias a Cristo rebosa en proporción nuestro ánimo. Si nos toca luchar, es para vuestro aliento y salvación; si recibimos aliento, es para comunicaros un aliento con el que podáis aguantar los mismos sufrimientos que padecemos nosotros. Nos dais firmes motivos de esperanza, pues sabemos que si sois compañeros en el sufrir, también lo sois en el buen ánimo.

Palabra de Dios


Salmo 33,R/. Gustad y ved qué bueno es el Señor


 Santo Evangelio según san Mateo (5,1-12):

Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron.

Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos , porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.»

Palabra del Señor

Compartimos:

Hoy tocan las Bienaventuranzas. Hay que ponerlo así, con mayúscula, porque es un texto realmente sorprendente se mire por donde se mire. A muchos les hace descubrir una nueva dimensión: el evangelio, Jesús, hace una opción clarísima por los pobres, por los que sufren, por los hambrientos, por los que lloran, por los mansos. Otros pueden pensar que el texto de las bienaventuranzas es en realidad la gran mentira, la mayor de las mentiras. Porque no es verdad que los pobres o los que sufren o los que lloran o los mansos sean bienaventurados. La verdad es que les ha tocado la peor parte en el banquete de esta vida y no tienen muchos visos de que vayan a poder salir de ahí en poco tiempo. Para ser sinceros, las Bienaventuranzas son una palabras de Jesús complicadas de entender. Pero no dejan de ser un texto programático dentro del Evangelio. Es como si Jesús estuviese haciendo el discurso inicial en el que se encuentra lo más importante y central de su mensaje. Algo parecido a cuando nuestros gobernantes comienzan su periodo de gobierno con un discurso en el que plantean todo lo que van a hacer.


Si las leemos como el contenido central del Evangelio, entonces las Bienaventuranzas se iluminan con total claridad. Y lo que vemos es que Dios quiere dar la vuelta a este mundo. El Reino no es una prolongación de los reinos y gobiernos y poderosos de este mundo sino exactamente lo contrario. En el Reino los que tienen la total prioridad son los pobres, los que sufren, los que lloran… Dicho de otro modo: los que son los primeros para Dios son los que en nuestro mundo son los últimos. No se trata de que esos últimos, marginados, echados fuera, excluidos, tengan que ser los objetos de nuestros cuidados, de nuestras atenciones, de nuestra caridad. Es mucho más que eso: es que son los primeros. Y nosotros, como consecuencia, los segundos.


Nos cuesta entenderlo. Y es normal. Es la vuelta completa. Es poner el mundo al revés. Es darle la vuelta a la tortilla. Es la revolución más verdadera y auténtica. Es, en el fondo, la condición necesaria para que el Reino sea de verdad para todos, incluidos nosotros.

domingo, 8 de junio de 2025

SANTA MISA EN LA SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

 JUBILEO DE LOS MOVIMIENTOS, DE LAS ASOCIACIONES Y DE LAS NUEVAS COMUNIDADES

CAPILLA PAPAL


HOMILÍA DEL SANTO PADRE LEÓN XIV

Plaza de San Pedro


Hermanos y hermanas:


«Brilla para nosotros, hermanos, el día grato en que […] Jesucristo, el Señor, después de resucitado y glorificado por su ascensión, envió al Espíritu Santo» (S. Agustín, Sermo 271, 1). Y también hoy se reaviva lo que sucedió en el cenáculo; desciende sobre nosotros el don del Espíritu Santo como un viento impetuoso que sacude, como un fragor que nos despierta, como un fuego que nos ilumina (cf. Hch 2,1-11).


Como hemos escuchado en la primera lectura, el Espíritu lleva a cabo algo extraordinario en la vida de los Apóstoles. Ellos, después de la muerte de Jesús, se habían encerrado en el miedo y en la tristeza, pero ahora reciben finalmente una mirada nueva y una inteligencia del corazón que les ayuda a interpretar los eventos que han sucedido y a tener una íntima experiencia de la presencia del Resucitado: el Espíritu Santo vence su miedo, rompe las cadenas interiores, alivia las heridas, los unge con fortaleza y les da el valor de salir al encuentro de todos para anunciar las obras de Dios.


El texto de los Hechos de los Apóstoles nos dice que, en Jerusalén, en ese momento, había una multitud de las más variadas procedencias, y, aun así, «cada uno los oía hablar en su propia lengua» (v. 6). Y entonces, es así que en Pentecostés las puertas del cenáculo se abren porque el Espíritu abre las fronteras. Como afirma Benedicto XVI: «El Espíritu Santo da el don de comprender. Supera la ruptura iniciada en Babel —la confusión de los corazones, que nos enfrenta unos a otros», y abre las fronteras. […] La Iglesia debe llegar a ser siempre nuevamente lo que ya es:  debe abrir las fronteras entre los pueblos y derribar las barreras entre las clases y las razas. En ella no puede haber ni olvidados ni despreciados. En la Iglesia hay sólo hermanos y hermanas de Jesucristo libres (Homilía de Pentecostés, 15 mayo 2005).


Esta es una imagen elocuente de Pentecostés sobre la que quisiera detenerme con ustedes para meditarla.


El Espíritu abre las fronteras, ante todo, dentro de nosotros. Es el Don que abre nuestra vida al amor. Y esta presencia del Señor disuelve nuestras durezas, nuestras cerrazones, los egoísmos, los miedos que nos paralizan, los narcisismos que nos hacen girar sólo en torno a nosotros mismos. El Espíritu Santo viene a desafiar, en nuestro interior, el riesgo de una vida que se atrofia, absorbida por el individualismo. Es triste observar como en un mundo donde se multiplican las ocasiones para socializar, corremos el riesgo de estar paradójicamente más solos, siempre conectados y sin embargo incapaces de “establecer vínculos”, siempre inmersos en la multitud, pero restando viajeros desorientados y solitarios.


El Espíritu de Dios, en cambio, nos hace descubrir un nuevo modo de ver y de vivir la vida. Nos abre al encuentro con nosotros mismos, más allá de las máscaras que llevamos puestas; nos conduce al encuentro con el Señor enseñándonos a experimentar su alegría; nos convence —según las mismas palabras de Jesús apenas proclamadas— de que sólo si permanecemos en el amor recibimos también la fuerza de observar su Palabra y, por tanto, de ser transformados por ella. Abre las fronteras en nuestro interior, para que nuestra vida se convierta en un espacio hospitalario.


El Espíritu abre también las fronteras en nuestras relaciones. En efecto, Jesús dice que este Don es el amor entre Él y el Padre que viene a habitar en nosotros. Y cuando el amor de Dios mora en nosotros, somos capaces de abrirnos a los hermanos, de vencer nuestras rigideces, de superar el miedo hacia el que es distinto, de educar las pasiones que se sublevan dentro de nosotros. Pero el Espíritu transforma también aquellos peligros más ocultos que contaminan nuestras relaciones, como los malentendidos, los prejuicios, las instrumentalizaciones. Pienso también —con mucho dolor— en los casos en que una relación se intoxica por la voluntad de dominar al otro, una actitud que frecuentemente desemboca en violencia, como desgraciadamente demuestran los numerosos y recientes casos de feminicidio.


El Espíritu Santo, en cambio, hace madurar en nosotros los frutos que ayudan a vivir relaciones auténticas y sanas: «amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza» (Gal 5,22). De este modo, el Espíritu expande las fronteras de nuestras relaciones con los demás y nos abre a la alegría de la fraternidad. Y este es un criterio decisivo también para la Iglesia; somos verdaderamente la Iglesia del Resucitado y los discípulos de Pentecostés sólo si entre nosotros no hay ni fronteras ni divisiones, si en la Iglesia sabemos dialogar y acogernos mutuamente integrando nuestras diferencias, si como Iglesia nos convertimos en un espacio acogedor y hospitalario para todos.


Para concluir, el Espíritu abre las fronteras también entre los pueblos. En Pentecostés los Apóstoles hablan las leguas de aquellos que encuentran y el caos de Babel es finalmente apaciguado por la armonía generada por el Espíritu. Las diferencias, cuando el Soplo divino une nuestros corazones y nos hace ver en el otro el rostro de un hermano, no son ocasión de división y de conflicto, sino un patrimonio común del que todos podemos beneficiarnos, y que nos pone a todos en camino, juntos, en la fraternidad.


El Espíritu rompe las fronteras y abate los muros de la indiferencia y del odio, porque “nos enseña todo” y nos “recuerda las palabras de Jesús” (cf. Jn 14,26); y, por eso, lo primero que enseña, recuerda e imprime en nuestros corazones es el mandamiento del amor, que el Señor ha puesto en el centro y en la cima de todo. Y donde hay amor no hay espacio para los prejuicios, para las distancias de seguridad que nos alejan del prójimo, para la lógica de la exclusión que vemos surgir desgraciadamente también en los nacionalismos políticos.   


Precisamente celebrando Pentecostés, el Papa Francisco observaba que «Hoy en el mundo hay mucha discordia, mucha división. Estamos todos conectados y, sin embargo, nos encontramos desconectados entre nosotros, anestesiados por la indiferencia y oprimidos por la soledad» (Homilía, 28 mayo 2023). Y de todo esto son una trágica señal las guerras que agitan nuestro planeta. Invoquemos el Espíritu de amor y de paz, para que abra las fronteras, abata los muros, disuelva el odio y nos ayude a vivir como hijos del único Padre que está en el cielo.


Hermanos y hermanas: ¡Por Pentecostés se renueva la Iglesia y el mundo! Que el viento vigoroso del Espíritu venga sobre nosotros y dentro de nosotros, abra las fronteras del corazón, nos dé la gracia del encuentro con Dios, amplíe los horizontes del amor y sostenga nuestros esfuerzos para la construcción de un mundo donde reine la paz.


Que María Santísima, Mujer de Pentecostés, Virgen visitada por el Espíritu, Madre llena de gracia, nos acompañe e interceda por nosotros.


REGINA CAELI PAPA LEÓN XIV

Plaza de San Pedro

Antes de concluir esta celebración, dirijo un afectuoso saludo a todos ustedes que han participado y también a cuantos se han conectado a través de los medios de comunicación.


Mi agradecimiento va a los señores cardenales y obispos presentes y a todos los representantes de las asociaciones y movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades. Queridas hermanas y queridos hermanos, con la fuerza del Espíritu Santo, partan renovados de este Jubileo dedicado a ustedes. ¡Vayan y lleven a todos la esperanza del Señor Jesús!


Italia y otros países concluyen en estos días el año escolar. Deseo saludar a los jóvenes y a todos los estudiantes y profesores, especialmente a los estudiantes que en los próximos días realizarán los exámenes al final del ciclo de estudios.


Y ahora, por intercesión de la Virgen María, supliquemos al Espíritu Santo el don de la paz. Ante todo, la paz en los corazones: sólo un corazón pacífico puede difundir la paz en la familia, en la sociedad, en las relaciones internacionales. Que el Espíritu de Cristo resucitado abra caminos de reconciliación dondequiera que haya guerra; ilumine a los gobernantes y les dé el valor de realizar gestos de distensión y diálogo.

Domingo de Pentecostés

Primera Lectura

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (2,1-11):

AL cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse.

Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo:

«¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua».

Palabra de Dios


Salmo 103,R/. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.


Segunda Lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (12,3b-7.12-13):

HERMANOS: Nadie puede decir: «Jesús es Señor», sino por el Espíritu Santo.

Y hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común.

Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.

Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

Palabra de Dios


Secuencia

Ven, Espíritu divino,

manda tu luz desde el cielo.

Padre amoroso del pobre;

don, en tus dones espléndido;

luz que penetra las almas;

fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,

descanso de nuestro esfuerzo,

tregua en el duro trabajo,

brisa en las horas de fuego,

gozo que enjuga las lágrimas

y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,

divina luz, y enriquécenos.

Mira el vacío del hombre,

si tú le faltas por dentro;

mira el poder del pecado,

cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequia,

sana el corazón enfermo,

lava las manchas,

infunde calor de vida en el hielo,

doma el espíritu indómito,

guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,

según la fe de tus siervos;

por tu bondad y tu gracia,

dale al esfuerzo su mérito;

salva al que busca salvarse

y danos tu gozo eterno.


Santo Evangelio según san Juan (20,19-23):

AL anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

«Paz a vosotros».

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».

Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:

«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Palabra del Señor


Compartimos:

Hoy, en el día de Pentecostés se realiza el cumplimiento de la promesa que Cristo había hecho a los Apóstoles. En la tarde del día de Pascua sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20,22). La venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés renueva y lleva a plenitud ese don de un modo solemne y con manifestaciones externas. Así culmina el misterio pascual.


El Espíritu que Jesús comunica, crea en el discípulo una nueva condición humana, y produce unidad. Cuando el orgullo del hombre le lleva a desafiar a Dios construyendo la torre de Babel, Dios confunde sus lenguas y no pueden entenderse. En Pentecostés sucede lo contrario: por gracia del Espíritu Santo, los Apóstoles son entendidos por gentes de las más diversas procedencias y lenguas.


El Espíritu Santo es el Maestro interior que guía al discípulo hacia la verdad, que le mueve a obrar el bien, que lo consuela en el dolor, que lo transforma interiormente, dándole una fuerza, una capacidad nuevas.


El primer día de Pentecostés de la era cristiana, los Apóstoles estaban reunidos en compañía de María, y estaban en oración. El recogimiento, la actitud orante es imprescindible para recibir el Espíritu. «De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno» (Hch 2,2-3).


Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y se pusieron a predicar valientemente. Aquellos hombres atemorizados habían sido transformados en valientes predicadores que no temían la cárcel, ni la tortura, ni el martirio. No es extraño; la fuerza del Espíritu estaba en ellos.


El Espíritu Santo, Tercera Persona de la Santísima Trinidad, es el alma de mi alma, la vida de mi vida, el ser de mi ser; es mi santificador, el huésped de mi interior más profundo. Para llegar a la madurez en la vida de fe es preciso que la relación con Él sea cada vez más consciente, más personal. En esta celebración de Pentecostés abramos las puertas de nuestro interior de par en par.

sábado, 7 de junio de 2025

Sábado de la VII Semana de Pascua

Primera Lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (28,16-20.30-31):

Cuando llegamos a Roma, le permitieron a Pablo vivir por su cuenta en una casa, con un soldado que lo vigilase.

Tres días después, convocó a los judíos principales; cuando se reunieron, les dijo: «Hermanos, estoy aquí preso sin haber hecho nada contra el pueblo ni las tradiciones de nuestros padres; en Jerusalén me entregaron a los romanos. Me interrogaron y querían ponerme en libertad, porque no encontraban nada que mereciera la muerte; pero, como los judíos se oponían, tuve que apelar al César; aunque no es que tenga intención de acusar a mi pueblo. Por este motivo he querido veros y hablar con vosotros; pues por la esperanza de Israel llevo encima estas cadenas.» Vivió allí dos años enteros a su propia costa, recibiendo a todos los que acudían, predicándoles el reino de Dios y enseñando lo que se refiere al Señor Jesucristo con toda libertad, sin estorbos.

Palabra de Dios


Salmo 10,R/. Los buenos verán tu rostro, Señor


Santo Evangelio según san Juan (21,20-25):

En aquel tiempo, Pedro, volviéndose, vio que los seguía el discípulo a quien Jesús tanto amaba, el mismo que en la cena se había apoyado en su pecho y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?»

Al verlo, Pedro dice a Jesús: «Señor, y éste ¿qué?»

Jesús le contesta: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme.»

Entonces se empezó a correr entre los hermanos el rumor de que ese discípulo no moriría. Pero no le dijo Jesús que no moriría, sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?» Éste es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito; y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. Muchas otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que los libros no cabrían ni en todo el mundo.

Palabra del Señor


Compartimos:

Llegamos al final de las historias que nos han ido acompañando durante estas semanas de Pascua. Tanto el viaje de Pablo en Roma como el camino de Cristo Resucitado terminan, y nos queda esperar la Ascensión y la venida del Espíritu Santo.


Termina el Evangelio con una charla entre Jesús y Pedro acerca del discípulo amado. A Pedro le inquieta qué será de Juan y le pregunta a Jesús qué va a pasar con él. Jesús le responde que no tiene por qué preocuparse por el futuro de Juan, sino que se centre en seguir sus pasos. Buen consejo para todos, porque a menudo nos despistamos, pensando más en lo que hacen los otros y no en lo que debemos hacer. Además, está la necesidad de obedecer a Dios en lugar de andar averiguando qué les depara el futuro a los demás.


Después de que Jesús resucita, Pedro se encuentra con la enorme tarea de llevar las riendas de la iglesia. Es ahí donde le empieza a preocupar el porvenir de Juan, su discípulo querido, y cómo se desarrollará su vida. Pedro, al ver a Juan, le pregunta a Jesús: «Señor, ¿y qué hay de este? » (Juan 21:21). Esta pregunta deja ver su inquietud por el destino de Juan.


Jesús le contesta a Pedro: «Si quiero que siga con vida hasta que yo regrese, ¿a ti qué te va en ello? Tú, sígueme». Con esta frase, Jesús deja claro que Pedro debe concentrarse en seguirlo a él y cumplir con su propia misión, no con la de otros. La respuesta de Jesús encierra varios puntos importantes:


El primero, la importancia de ser obediente. Jesús le dice a Pedro que lo siga a él y que no se coma la cabeza pensando qué será de Juan. Esto subraya lo crucial que es obedecer a Dios y concentrarse en el llamado personal de cada uno. No hay que andar adivinando el futuro ajeno. Jesús le indica a Pedro que no debe preocuparse por lo que le depare a Juan, sino que debe centrarse en su propia tarea y en seguirlo a él.


Además, está el poder absoluto de Dios. Jesús no revela el futuro de Juan, sino que le deja claro que ese futuro está en sus manos.


El pasaje termina con Juan diciendo que él es el autor del relato y dando fe de las cosas que hizo Jesús. También se menciona que Jesús hizo muchas otras cosas que no pudieron quedar escritas.


Este pasaje nos enseña a no darle vueltas al futuro de los demás, sino a concentrarnos en nuestra propia tarea y en seguir a Jesús. Nos recuerda que Dios tiene un plan para cada uno y que no debemos intentar controlar ni adivinar el futuro de nadie. Es el Espíritu Santo el que nos permitirá vivir así, anunciando a todos la Buena Nueva, como Pablo en Roma.

viernes, 6 de junio de 2025

Viernes de la VII Semana de Pascua

Primera Lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (25,13-21):

En aquellos días, el rey Agripa llegó a Cesarea con Berenice para cumplimentar a Festo, y se entretuvieron allí bastantes días.

Festo expuso al rey el caso de Pablo, diciéndole: «Tengo aquí un preso, que ha dejado Félix; cuando fui a Jerusalén, los sumos sacerdotes y los ancianos judíos presentaron acusación contra él, pidiendo su condena. Les respondí que no es costumbre romana ceder a un hombre por las buenas; primero el acusado tiene que carearse con sus acusadores, para que tenga ocasión de defenderse. Vinieron conmigo a Cesarea, y yo, sin dar largas al asunto, al día siguiente me senté en el tribunal y mandé traer a este hombre. Pero, cuando los acusadores tomaron la palabra, no adujeron ningún cargo grave de los que yo suponía; se trataba sólo de ciertas discusiones acerca de su religión y de un difunto llamado Jesús, que Pablo sostiene que está vivo. Yo, perdido en semejante discusión, le pregunté si quería ir a Jerusalén a que lo juzgase allí. Pero, como Pablo ha apelado, pidiendo que lo deje en la cárcel, para que decida su majestad, he dado orden de tenerlo en prisión hasta que pueda remitirlo al César.»

Palabra de Dios


Salmo 10,R/. El Señor puso en el cielo su trono


 Santo Evangelio según san Juan (21,15-19):

Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer con ellos, dice a Simón Pedro:

«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?»

Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»

Jesús le dice: «Apacienta mis corderos.»

Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»

Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»

Él le dice: «Pastorea mis ovejas.»

Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?»

Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.»

Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.»

Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.

Dicho esto, añadió: «Sígueme.»

Palabra del Señor


Compartimos:

Siempre hay lugar para una segunda oportunidad. En el texto de hoy, hemos visto cómo, después de la cena, Jesús le pregunta a Pedro tres veces si le ama. Cada vez que Pedro afirma su amor, Jesús le encarga cuidar de sus ovejas. Este pasaje resalta lo crucial que es el amor a Jesús como base del ministerio y la autoridad que le otorga a Pedro para guiar a la Iglesia.


¿En qué contexto hace Jesús esta pregunta? Después de haber cenado, Jesús se vuelve hacia Pedro y le pregunta: «¿Simón, hijo de Juan, me amas más que a estos?». Esta pregunta tiene un significado profundo, ya que compara el amor de Pedro hacia Jesús con el que podría sentir por otros. Pedro responde con fe, confesando su amor, y Jesús le dice que cuide de sus ovejas: «Apacienta mis corderos». Jesús repite la pregunta tres veces, usando diferentes términos para el amor: «ama», «amas» y, finalmente, «quieres».  En cada ocasión, Pedro reafirma su amor, y Jesús le confía el cuidado de sus ovejas, que representan a la comunidad de creyentes.


¿Por qué tres veces pregunta Jesús? La triple pregunta de Jesús a Pedro, según los exégetas, se puede interpretar de varias maneras, pero en general se ve como una restauración del amor y la fe de Pedro, quien había negado a Jesús tres veces. Esta repetición le da a Pedro la oportunidad de mostrar su arrepentimiento y demostrar que, a pesar de sus fallos, su amor por Jesús sigue siendo genuino. Y una vez confirmado el amor de Pedro a su Maestro, viene el encargo de Jesús a Pedro.


Al confiarle a Pedro el cuidado de sus ovejas, Jesús le otorga una autoridad específica para guiar a la Iglesia. Esta autoridad se simboliza con el término «apacienta», que implica cuidar, proteger y alimentar a las ovejas. Esta tarea no es fácil. Además de los problemas de la Iglesia naciente, Jesús le hace saber que su fin será parecido al del Maestro. Le dice a Pedro que cuando sea viejo, otro lo ceñirá y lo llevará a donde no quiera. Esta profecía se refiere a la muerte de Pedro, que sería por crucifixión. E n la invitación: «Sígueme» va implícito un final similar al de Jesús. Como siempre, no es sencillo, pero es posible. Para eso están el amor y el Espíritu Santo.