lunes, 6 de enero de 2025

la Epifanía del Señor

Primera Lectura

Lectura del libro de Isaías (60,1-6):

¡LEVÁNTATE y resplandece, Jerusalén,

porque llega tu luz;

la gloria del Señor amanece sobre ti!

Las tinieblas cubren la tierra,

la oscuridad los pueblos,

pero sobre ti amanecerá el Señor,

y su gloria se verá sobre ti.

Caminarán los pueblos a tu luz,

los reyes al resplandor de tu aurora.

Levanta la vista en torno, mira:

todos ésos se han reunido, vienen hacia ti;

llegan tus hijos desde lejos,

a tus hijas las traen en brazos.

Entonces lo verás, y estarás radiante;

tu corazón se asombrará, se ensanchará,

porque la opulencia del mar se vuelca sobre ti,

y a ti llegan las riquezas de los pueblos.

Te cubrirá una multitud de camellos,

dromedarios de Madián y de Efá.

Todos los de Saba llegan trayendo oro e incienso,

y proclaman las alabanzas del Señor.

Palabra de Dios

Salmo 71R/. Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos dé la tierra.

Segunda Lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (3,2-3a.5-6):

Hermanos:

Habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor de vosotros, los gentiles.

Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio, que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo, y partícipes de la misma promesa en Jesucristo, por el Evangelio.

Palabra de Dios

Santo Evangelio según san Mateo (2,1-12):

Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:

«¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo».

Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y toda Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenia que nacer el Mesías.

Ellos le contestaron:

«En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta:

“Y tú, Belén, tierra de Judá,

no eres ni mucho menos la última

de las poblaciones de Judá,

pues de ti saldrá un jefe

que pastoreará a mi pueblo Israel”».

Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles:

«ld y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo».

Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino y, de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.

Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con Maria, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.

Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se retiraron a su tierra por otro camino.

Palabra del Señor

Compartimos:

Mateo explica, en la secuencia evangélica de la fiesta de la Epifanía, lo profetizado por Isaías: la salvación esperada por los judíos alcanza a todos los pueblos. Y Pablo lo afirma en la epístola a los Efesios: también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo, y partícipes de la misma promesa en Jesucristo. El Niño de Belén, al que acuden guiados por la estrella (magos, reyes o sabios) aquellos a los que la tradición conoce como Melchor, Gaspar y Baltasar, trae la salvación. Los magos representan a todo pueblo, lengua y nación que necesita ser salvado. Es la fiesta de la Epifanía, es decir, para católicos y ortodoxos la revelación de la presencia del Dios encarnado, es decir de Jesús, a toda la humanidad. Esto es lo que celebramos hoy con gran alegría.


Isaías habla de ofrendas de oro e incienso, Mateo añade mirra. Oro como a Rey, incienso como a Dios, mirra -la sustancia utilizada para ungir a los muertos-como a Hombre: el más hermoso de los hombres.


En el Credo que recitamos en la Misa, afirmamos que Jesus es Dios que tomo carne humana y se hizo uno de nosotros y que es verdaderamente Rey. ¿Lo creemos de verdad? Creer de verdad significa que esa fe que profesamos impregna y conforma nuestro pensar y nuestro modo de actuar. Una forma de ser que no anula nuestra condición humana sino que la transforma y la libera. Tener a Jesús por soberano es la fuente y el origen de la libertad más grande: ningún poder, por tiránico que sea, ningún mandato, ninguna circunstancia por adversa que sea tiene poder ante la soberanía de nuestro Rey.


Sucede que, a veces, en lugar de esa soberanía del Señor, ponemos nuestros caprichos, nuestro egoísmo, nuestras ridículas pretensiones por delante de Él. A Él la alabanza y la gloria. Ese Niño que se nos ha dado es nuestro Rey y Señor. Oro e incienso…


Y mirra, porque portentosamente Dios ha tomado carne y se ha hecho uno de nosotros. Y desde entonces y para siempre nuestra carne mortal está recreada y abierta a la esperanza de la salvación y la inmortalidad. Y desde entonces todo lo que hacemos “por uno de sus hermanos más pequeños” se lo hacemos a Él.

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