miércoles, 26 de abril de 2023

Miércoles de la 3ª semana de Pascua

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (8,1-8):

Aquel día, se desató una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén; todos, menos los apóstoles, se dispersaron por Judea y Samaría. Unos hombres piadosos enterraron a Esteban e hicieron gran duelo por él.

Saulo, por su parte, se ensañaba con la Iglesia, penetrando en las casas y arrastrando a la cárcel a hombres y mujeres. Los que habían sido dispersados iban de un lugar a otro anunciando la Buena Nueva de la Palabra. Felipe bajó a la ciudad de Samaría y les predicaba a Cristo. El gentío unánimemente escuchaba con atención lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los signos que hacía, y los estaban viendo: de muchos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban. La ciudad se llenó de alegría.

Palabra de Dios

Salmo  65,R/. Aclamad al Señor, tierra entera

Santo Evangelio según san Juan (6,35-40):

En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás; pero, como os he dicho, me habéis visto y no creéis. Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día».

Palabra del Señor

Compartimos:

En medio de la persecución y de los tormentos, la Palabra arraiga y se difunde, y no precisamente por méritos humanos. La persecución sufrida por los cristianos en Jerusalén no los paralizó, dejándolos indefensos, sino que la fuerza del Resucitado hizo de ello motivo para anunciar a otros pueblos, de palabra y con el testimonio, el Evangelio. Un anuncio que se vuelve alegría para quienes lo reciben, en salud para quienes lo acogen y en signo de Dios para quienes creen. El deseo feliz del Salmo no nace del entusiasmo ni de la euforia, sino de esta alegría en medio de la dificultad. «Alegrémonos con Dios, tocad y cantad», que llegue a toda la tierra su Buena Noticia.

El Evangelio, a la par que sigue insistiendo en la Vida de ese pan que es Cristo, nos descubre el corazón de la «voluntad del Padre»: que ninguno se pierda, sino que participe de su Vida, que es eterna. Quien se fía de Cristo y sigue sus pasos, tendrá la esperanza de no tener que mendigar el pan y el agua de nuestros desvelos y preocupaciones, sino afrontarlos con ánimo y confianza. Él, el que vive, el que no nos echa fuera, sigue actuando en nosotros sus obras de bienaventuranza y salvación. Un día más, estamos en ocasión propicia para renovar nuestra sencilla adhesión al Jesús de la Causa, para entrar en comunión de vida con Él y que nuestro corazón le confiese: «Jamás permitas que me separe de Ti».

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