sábado, 31 de diciembre de 2022

Santa María Madre de Dios

Primera lectura

Lectura del libro de los Números (6,22-27):

EL Señor habló a Moisés: «Di a Aarón y a sus hijos, esta es la fórmula con la que bendeciréis a los hijos de Israel: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre tiy te conceda su favor. El Señor te muestre tu rostro y te conceda la paz”. Así invocarán mi nombre sobre los hijos de Israel y yo los bendeciré».

Palabra de Dios

Salmo  66 R/. Que Dios tenga piedad y nos bendiga.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas (4,4-7):

Hermanos:Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos la adopción filial. Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: «¡“Abba”, Padre!». Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.

Palabra de Dios

Santo Evangelio según san Lucas (2,16-21):

En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho. Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

Palabra del Señor

Compartimos:

RENOVAR EL ROSTRO DE DIOS 

            La novedad no nos viene de lo que pasa o deja de pasar, ni de probar cosas nuevas. La novedad no está en que cambiemos de ropa, de vajilla, de casa o de coche, de lugar de veraneo, o de bar donde tomar el aperitivo, o incluso de «pareja», de trabajo, de jefe, de partido político...  

       La novedad nos viene de un Dios que nos dice su palabra de bendición

. Y su palabra es capaz de hacer todas las cosas nuevas. Como allá en la Creación, cuando Dios se dedicó a «decir»... y se apartaron las tinieblas, se separaron las aguas que todo lo inundaban, y fue la luz, lo seco, la vida... ¡y todo era muy bueno!

     Podríamos empezar este nuevo año, renovando el rostro de Dios. Hace más de dos mil años, hubo una serie de personajes que tenían un rostro de Dios ¡tan viejo!, ¡tan gris!, ¡tan lleno de polvo, de normas, de prohibiciones...!, ¡se lo tenían tan sabido!... que no fueron capaces de reconocerlo cuando este Dios se vino de acampada a nuestra tierra, a una cueva perdida en un rincón del Imperio Romano.

- Si nuestro Dios está ahí arriba, allá lejos, alejado fuera de nuestra vida cotidiana, sin que apenas tenga nada que ver con nuestra vida familiar, laboral, política, monetaria, etc. Si lo tenemos  «subido» en las alturas, haciéndole de vez en cuando algún un hueco para decirle las mismas oraciones de siempre... sin que nos hayamos enterado de que es un «Dios-con-nosotros» que se ha venido a nuestra tierra para que lo encontremos en las cosas que nos pasan y hacemos, que no tiene inconveniente en poner su cuna en cualquier pesebre que encuentre libre, para llenarlo todo de luz y de gloria, de sentido... ¿Te animas a hacerle más sitio en tu tiempo, en tu vida, en tu corazón?

- Si nuestro Dios vive todavía de las rentas de nuestros años de catequesis, y de lo que podemos «cazar» en alguna homilía, sin preocuparnos apenas de abordar las preguntas pendientes, de adaptar nuestra fe a las nuevas circunstancias sociales, históricas, eclesiales, teológicas... En definitiva: empezar a ponernos realmente al día, arrinconando lo que es evidente que ya no nos sirve.

- Si todavía se nos caen los palos del sombrajo de la fe cuando se presenta una epidemia, o una guerra, o cuando se nos muere alguien, o nos visitan desgracias encadenadas, y no sabemos qué pinta nuestro Dios en todo ese berenjenal...

- Si todavía nos sentimos incómodos cuando nos ponemos a orar, y nos parece que este Dios debe estar muy enfadado con nosotros por «lo que hemos hecho», y todavía nos da miedo, y le vemos llevando la cuenta de nuestros pecados (¿cuántas veces? ¿y por qué?). Si todavía andamos con «cumplimientos» en nuestra vida cristiana... (pero ¿me vale la misa? ¿pero es obligatorio?...)

- Si todavía nuestro Dios es un conjunto de ideas y de prácticas, pero no es un Tú que nos calienta el corazón en nuestros encuentros con él por medio de la oración... Y le regateamos nuestro tiempo, y nuestra dedicación...

 Quiere decirse que necesitamos sorprendernos del rostro de Dios. Como se sorprendieron los pastores en la Nochebuena, como se sorprendieron José y María, que guardaban todas esas cosas en su corazón. Hace falta que le digamos muchas veces, con el Salmo: «ILUMINA TU ROSTRO SOBRE NOSOTROS». Que descubramos al Dios que tirita y tiene hambre porque necesita del calor humano (sí, un Dios que nos y me necesita). Que descubramos al Dios que habla nuestro idioma, que le encanta mirarnos y sonreírnos en medio de la oscuridad de nuestras noches, de nuestras dudas, de nuestras búsquedas, de nuestros pecados.

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