sábado, 29 de enero de 2022

Domingo 4º del Tiempo Ordinario - Ciclo C

Lectura del libro de Jeremías (1,4-5.17-19):

EN los días de Josías, el Señor me dirigió la palabra: «Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te constituí profeta de las naciones. Tú cíñete los lomos: prepárate para decirles todo lo que yo te mande. No les tengas miedo, o seré yo quien te intimide. Desde ahora te convierto en plaza fuerte, en columna de hierro y muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y al pueblo de la tierra. Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte —oráculo del Señor—».

Palabra de Dios

Salmo 70, R/. Mi boca contará tu salvación, Señor.

Segunda lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (12,31–13,13):

Hermanos: Ambicionad los carismas mayores. Y aún os voy a mostrar un camino más excelente. Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde. Si tuviera el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber; si tuviera fe como para mover montañas, pero no tengo amor, no sería nada. Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría.

El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca. Las profecías, por el contrario, se acabarán; las lenguas cesarán; el conocimiento se acabará. Porque conocemos imperfectamente e imperfectamente profetizamos; mas, cuando venga lo perfecto, lo imperfecto se acabará. Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre, acabé con las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es ahora limitado; entonces conoceré como he sido conocido por Dios. En una palabra, quedan estas tres: la fe, la esperanza y el amor. La más grande es el amor.

Palabra de Dios

Santo Evangelio según san Lucas (4,21-30):

En aquel tiempo, Jesús comenzó a decir en la sinagoga: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír». Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de José?». Pero Jesús les dijo: «Sin duda me diréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”, haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún».

Y añadió: «En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio». Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.

Palabra del Señor

Compartimos:

  El relato de la vocación del profeta comenzaba así: «En tiempos (en los días) del rey Josías»... Es probable que no sepamos casi nada de las circunstancias de aquel rey ni de la situación del pueblo por aquel entonces. Baste decir que el pueblo lo estaba pasando mal: había muchos problemas, se habían desanimado, cada cual se buscaba la vida como podía ("sálvese quien pueda"), y se consolaban y entretenían con falsas esperanzas y con cantos de sirena de sus dirigentes políticos y religiosos: pero no enfrentaban su situación con valentía. Derrotismo, comodidad, confusión y desesperanza. Ahí se presenta Dios llamando a Jeremías.

 Quizá sea bueno recordar qué entendemos por «profeta». No se trata de un tipo extraño con habilidades de adivinación sobre el futuro. No solían ser personajes de prestigio o con grandes dotes de convencimiento ni oratoria. En nuestro caso, Jeremías debía tener problemas de dicción: era tartamudo. El profeta es, ante todo, una persona muy sensible a lo que está ocurriendo en medio de su pueblo. Y es alguien con una profunda experiencia de oración, alguien reflexivo y consciente de sus propias limitaciones y... ¡poco más!

El día en que fuimos bautizados, y nos ungieron con el «Aceite/Óleo Sagrado», el sacerdote pronunció sobre nosotros estas palabras:

Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo,

que te ha liberado del pecado y dado nueva vida

por el agua y el Espíritu Santo,

te consagre con el óleo de la salvación

para que entres a formar parte de su pueblo

y seas para siempre miembro de Cristo, sacerdote, profeta y rey.

          Es decir: que todo bautizado ha recibido una llamada de Dios para que sea su profeta, su portavoz, su mensajero. Y por lo tanto podemos aplicarnos nosotros lo mismo que escuchó Jeremías: «antes de formarte en el vientre, te escogí, antes de que salieras del seno materno, te consagré, y te nombré profeta».

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