lunes, 30 de agosto de 2021

Lunes de la 22ª semana de Tiempo Ordinario

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses (4,13-18):

No queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él. Esto es lo que os decimos como palabra del Señor: Nosotros, los que vivimos y quedamos para cuando venga el Señor, no aventajaremos a los difuntos. Pues él mismo, el Señor, cuando se dé la orden, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que aún vivimos, seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras.

Palabra de Dios

Salmo,R/. El Señor llega a regir la tierra

Evangelio según san Lucas (4,16-30):

En aquel tiempo, fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor.» Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.» Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: «¿No es éste el hijo de José?»

Y Jesús les dijo: «Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo" y' "haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún".» Y añadió: «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos habla en Israel en tiempos de] profeta Elíseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.» Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.

Palabra del Señor

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Jesús se autodescribe como el enviado, el  Ungido por el Espíritu del Señor. Es su definición, su ser cabal. Por eso, luego, hará  obras como Mesías, Hijo de Dios, Hijo del Hombre,  Maestro. Los destinatarios de su programa son los pobres, los cautivos, los ciegos, los oprimidos.  Sobre ellos quiere actuar anunciando la Buena Noticia, anunciando libertad, dando libertad, dando luz a los ojos, anunciando la Gracia de Dios para los hombres. Ahora cabe preguntarse, ¿cómo es posible que, pregonando cosas tan buenas, Jesús sea rechazado por sus paisanos?

Somos y nos llamamos cristianos, seguidores de Cristo. Cristo es la palabra griega de Ungido. Somos ungidos, empapados por el Espíritu en el Bautismo. Y robamos la exclamación a San León Magno: “Reconoce, oh cristiano, tu dignidad”.        

Y el cristiano sale a la palestra del mundo con el mismo programa de Jesús. ¿Cómo? Anunciando y siendo la Buena Noticia para todos. Ya hemos apuntado que, desde el texto de Isaías, estamos en la misma línea programática de las Bienaventuranzas, de las razones grandes por las que somos llamados dichosos.  Si el mundo, si la gente no nos ve como señales vivas de Buena Noticia, ¿qué pintamos? ¿Cómo podremos presentarnos como predicadores del Evangelio de Jesús? Nuestras palabras y gestos han de brillar desde esos motivos de esperanza que nos marca Jesús: libertad, gracia, luz, noticia grata para todos. Lo contrario serán anatemas, fama de gruñones, instalarse en sesudos documentos que no llegan o en liturgias formales y barrocas. Algunos, también de los nuestros, hablarán de buenismo o de estilo ligt. ¿Sí? Pues volvamos, detenidamente y con corazón abierto, al evangelio de hoy.

Y en el centro, los pobres, los sufrientes. Es Jesús quien lo clarifica en el evangelio; no, el Vaticano II  que acuñó la expresión “Iglesia de los pobres”, ni Pablo VI que clamaba por una Iglesia “servidora de la humanidad”, ni Francisco que repite “quiero una Iglesia que sea hospital de campaña para tantos heridos”. Nos preocupamos de los pobres, no porque sean más buenos sino porque son más necesitados. Esta será la prueba del algodón. El programa de Jesús habla de sanar; no, de estructuras, de ritos, de estrategias en las que gastamos tantas energías. Por aquí va el Espíritu de Jesús, esto es ser espirituales. Hacer otras cosas sería un espiritualismo. Y los “ismos” no suelen ser muy buenos.

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