lunes, 23 de marzo de 2020

¿Qué pasa con la gran presa del Nilo?

La primera piedra la puso el entonces primer ministro de Etiopía, Meles Zenawi, el 2 de abril de 2011, y su construcción debería haber finalizado hace tres años. Lleva retraso, bastante más del previsto, pero se empieza a perfilar su conclusión. Mientras, Etiopía, Sudán y Egipto discuten sobre el futuro de unas aguas de las que dependen millones de pescadores y agricultores.

Será difícil que algún lector  recuerde un artículo publicado en 2013, y menos aún que conserve las revistas de aquel año y se ponga a ojearlas para refrescar su memoria sobre lo que allí se cuenta en torno a la gran presa in fieri. El autor, que no es otro que el que ahora escribe, residía entonces por sus cercanías y la visitaba con cierta regularidad. Pasaron seis largos años y la oportunidad de visitarla de nuevo se la ofreció en bandeja la virgen y mártir Santa Bárbara, patrona de los bomberos, de los mineros, de los que usan explosivos… Porque mira que se han usado y seguirán usando explosivos en esta gran cantera al aire libre que es la presa. La Salini–Impregilo Costruttori, la empresa italiana que lleva las obras de construcción celebra Santa Bárbara con una Eucaristía en italiano para el personal allí destacado, que el autor tuvo el honor de presidir.

A quienes llevan el peso y la responsabilidad de la obra se los ve relajados y optimistas porque creen que lo peor ya ha pasado y que, si han superado ese «peor», los males que vengan también serán superables por más que una obra de las dimensiones de la que estamos describiendo esté siempre sujeta a imprevistos que la hagan zozobrar.

Carné de identidad de la presa
Las obras de la presa del Nilo Azul, la Grand Ethiopian Renaissance Dam (GERD), como se la vino a llamar tras dejar atrás su nombre inicial de Presa del Milenio, comenzaron en 2010 y se mantuvieron en secreto hasta el 2 de abril de 2011, fecha en que el entonces primer ministro, Meles Zenawi, puso la primera piedra. Desde ese momento, la presa pasó a ocupar un lugar central en la vida de la nación. Meles quiso hacer de ella todo un icono, definiéndola con frases tan rotundas como «el monumento que esta generación se hace a sí misma» o «la obra que sacará a Etiopía de la pobreza».

Ciertamente, el proyecto era colosal. Sería la presa más grande de África. Tendría 155 metros de altura en la parte más profunda, por 1.874 metros de larga. La cantidad de energía producida, los 5.600 megavatios calculados en aquel momento, sería más del doble de lo que producían todas las demás presas de la nación. Bien se podía afirmar que sería una enorme inyección de progreso, tanto porque remediaría la penuria crónica de electricidad en la nación, como por los ingresos que supondría la venta del excedente a países como Kenia, Yibuti, Sudán e, incluso, Egipto.

El 30 de marzo de 2011, un contrato del primer ministro con la empresa Salini Costruttori, adjudicaba a esta la realización de las obras por un valor de 4.800 millones de dólares. No había mediado ningún concurso público, lo que excluía automáticamente la financiación por parte de organismos internacionales, e implicaba que el Gobierno etíope asumía el peso íntegro de los gastos. Digamos mejor el Gobierno y el pueblo etíopes (Senatus populusque romanus), porque de inmediato se pusieron en marcha todos los mecanismos para escarbar en los bolsillos del ciudadano rico, medio y menos que medio, desde las inversiones en forma de bonos del Estado hasta los recortes al salario de los empleados públicos, el porcentaje sustraído al uso de los teléfono móviles, actos públicos diseñados para forzar la «generosidad» de los participantes… Si se trataba del bien futuro de la nación, ¿cómo no pedirle, pues, sacrificios?

Egipto, un escollo crónico
Por el mero hecho de su ubicación sobre el Nilo, la presa estaba destinada a ser polémica, porque para las naciones que están río abajo, Sudán y Egipto, sus aguas deberían ser intocables. El último tratado que se hizo sobre ellas data de 1959, y las naciones firmantes son precisamente Sudán y Egipto, que se las repartieron «equitativamente» entre las dos, 55,5 millones de metros cúbicos para Egipto, 18,5 para Sudán. Ninguna referencia a los demás países de la cuenca del gran río. Por supuesto que ninguno de ellos aceptaría un tratado en el que no tuvieron arte ni parte.

Las reclamaciones de Egipto comenzaron apenas tuvo noticia del proyecto y se han hecho recurrentes a lo largo de estos años, a veces de forma moderada, a veces tan explosivas como la del presidente Mohamed Morsi cuando afirmó que «todas las opciones» estaban «abiertas», lo que en el contexto se entendía que podía incluir un ataque armado. Otras menos contundentes incluían ayudar a los grupos disidentes refugiados en Eritrea, campañas internacionales de desprestigio… Su escaso éxito provocó que el mismo Sudán acabara por ponerse más del lado de Etiopía que de Egipto. En octubre de 2019, Egipto pidió reanudar las conversaciones interrumpidas en abril. Sudán y Etiopía no se mostraron favorables a volver a sentarse a dialogar: acusan a Egipto de haber hecho descarrilar las de la primavera.

Al ser difícilmente defendible que Etiopía no tenga derecho a construir la presa, las objeciones de Egipto se han centrado en el impacto negativo que esta producirá en su país, en particular durante el período de llenado, en el que necesariamente se reducirá el caudal de agua. ¿En cuántos años? Tras ir reduciendo, la última propuesta de Egipto cifra ese período en siete años con algunas condiciones acerca del caudal de agua a retener, una propuesta que Etiopía rechaza. Desde Adís Abeba se insiste en que el impacto de la presa sobre Egipto es más positivo que negativo, pues ayudará a regular el caudal de agua y reducirá la evaporación.

Al sonido de las trompetas de guerra egipcias, Etiopía respondió poniendo dispositivos antiaéreos en las montañas que rodean la presa. Pero todo parece una puesta en escena, pues un ataque armado, más que improbable, es casi impensable, dadas las repercusiones internacionales que tendría, sin mencionar los gravísimos daños a las dos naciones directamente implicadas. A fin de cuentas, Egipto ni fue ni previsiblemente será un obstáculo para la feliz culminación de la presa.

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