jueves, 19 de mayo de 2022

Jueves de la 5ª semana de Pascua

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (15,7-21):

En aquellos días, después de una larga discusión, se levantó Pedro y dijo a los apóstoles y a los presbíteros: «Hermanos, vosotros sabéis que, desde los primeros días, Dios me escogió entre vosotros para que los gentiles oyeran de mi boca la palabra del Evangelio, y creyeran. Y Dios, que penetra los corazones, ha dado testimonio a favor de ellos dándoles el Espíritu Santo igual que a nosotros. No hizo distinción entre ellos y nosotros, pues ha purificado sus corazones con la fe. ¿Por qué, pues, ahora intentáis tentar a Dios, queriendo poner sobre el cuello de esos discípulos un yugo que ni nosotros ni nuestros padres hemos podido soportar? No; creemos que lo mismo ellos que nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús». Toda la asamblea hizo silencio para escuchar a Bernabé y Pablo, que les contaron los signos y prodigios que Dios había hecho por medio de ellos entre los gentiles. Cuando terminaron de hablar, Santiago tomó la palabra y dijo: «Escuchadme, hermanos: Simón ha contado cómo Dios por primera vez se ha dignado escoger para su nombre un pueblo de entre los gentiles. Con esto concuerdan las palabras de los profetas, como está escrito: “Después de esto volveré y levantaré de nuevo la choza caída de David; levantaré sus ruinas y la pondré en pie, para que los demás hombres busquen al Señor, y todos los gentiles sobre los que ha sido invocado mi nombre: lo dice el Señor, el que hace que esto sea conocido desde antiguo”.

Por eso, a mi parecer, no hay que molestar a los gentiles que se convierten a Dios; basta escribirles que se abstengan de la contaminación de los ídolos, de las uniones ilegítimas, de animales estrangulados y de la sangre. Porque desde tiempos antiguos Moisés tiene en cada ciudad quienes lo predican, ya que es leído cada sábado en las sinagogas».

Palabra de Dios

Sal 95,R/. Contad las maravillas del Señor a todas las naciones

Santo Evangelio según san Juan (15,9-11):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud».

Palabra del Señor

Compartimos:

La alegría que nace de quien camina en verdad, está llamada a plenitud. Como sarmientos vivos, que recordábamos ayer, queremos permanecer en el amor de Dios, mostrado en Cristo Jesús.

Muchos cristianos llevamos una vida de mucha actividad. Además, el ritmo social de estos tiempos es acelerado, pretende abarcar mucho: muchas relaciones sociales, muchas reuniones sociales, muchos compromisos sociales, muchos aprendizajes sociales...

Estar de un lado para otro, de una actividad a otra, puede desorientarnos y nublar la experiencia de permanecer unidos a Cristo, de durar en su amor, de perseverar en nuestra comunión con Él, y, a través de Él, con nuestros hermanos. Por eso, en medio de unas cosas y otras, no podemos perder la perspectiva que nos nutre. Conviene que miremos y cuidemos, con frecuencia, las raíces que nos alimentan y dan vida, para que la savia del Resucitado fluya con todo su vigor hacia nuestras ramas, para que siempre tengan vida en abundancia.

La permanencia en Él -que el texto evangélico de hoy nos dice que es permanencia en su amor- se proyecta sobre la alegría de lo que somos –su alegría está en nosotros y así nuestra alegría llegará a plenitud-, y no de lo que hacemos, aunque no podamos dejar de hacer, y nuestras acciones también nos traigan contento, un tímido reflejo del júbilo final.

miércoles, 18 de mayo de 2022

AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA FRANCISCO

Plaza de San Pedro

Catequesis sobre la vejez 10. Job. La prueba de la fe, la bendición de la espera

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El pasaje bíblico que hemos escuchado cierra el Libro de Job, un vértice de la literatura universal. Nosotros encontramos a Job en nuestro camino de catequesis sobre la vejez: lo encontramos como testigo de la fe que no acepta una “caricatura” de Dios, sino que grita su protesta frente al mal, para que Dios responda y revele su rostro. Y Dios al final responde, como siempre de forma sorprendente: muestra a Job su gloria pero sin aplastarlo, es más, con soberana ternura, como hace Dios, siempre, con ternura. Es necesario leer bien las páginas de este libro, sin prejuicios, sin clichés, para captar la fuerza del grito de Job. Nos hará bien ponernos en su escuela, para vencer la tentación del moralismo ante la exasperación y el abatimiento por el dolor de haberlo perdido todo.

En este pasaje conclusivo del libro —nosotros recordamos la historia, Job que pierde todo en la vida, pierde las riquezas, pierde la familia, pierde al hijo y pierde también la salud y se queda ahí, herido, en diálogo con tres amigos, después un cuarto, que vienen a saludarlo: esta es la historia— y en este pasaje de hoy, el pasaje conclusivo del libro, cuando finalmente Dios toma la palabra (y este diálogo de Job con sus amigos es como un camino para llegar al momento que Dios da su palabra) Job es alabado porque ha comprendido el misterio de la ternura de Dios escondida detrás de su silencio. Dios reprende a los amigos de Job que suponían que sabían todo, sabían de Dios y del dolor y, habiendo venido a consolar a Job, terminaron juzgándolo con sus esquemas preconcebidos. ¡Dios nos guarde de este pietismo hipócrita y presuntuoso! Dios nos guarde de esa religiosidad moralista y de esa religiosidad de preceptos que nos da una cierta presunción y lleva al fariseísmo y a la hipocresía.

Así se expresa el Señor respecto a ellos. Dice el Señor: «Mi ira se ha encendido contra [vosotros] […], porque no habéis hablado con verdad de mí, como mi siervo Job. […]: esto es lo que dice el Señor a los amigos de Job. «Mi siervo Job intercederá por vosotros y, en atención a él, no os castigaré por no haber hablado con verdad de mí, como mi siervo Job» (42,7-8). La declaración de Dios nos sorprende, porque hemos leído las páginas encendidas de la protesta de Job, que nos han dejado consternados. Sin embargo —dice el Señor— Job habló bien, también cuando estaba enfadado e incluso enfadado contra Dios, pero habló bien, porque se negó a aceptar que Dios es un “Perseguidor”, Dios es otra cosa. Y como recompensa, Dios le devuelve a Job el doble de todos sus bienes, después de pedirle que ore por esos malos amigos suyos.

El punto de inflexión de la conversión de la fe se produce precisamente en el culmen del desahogo de Job, donde dice: «Yo sé que vive mi redentor, que se alzará el último sobre el polvo, que después que me dejen sin piel, ya sin carne, veré a Dios. Sí, seré yo quien lo veré, mis ojos lo verán, que no un extraño» (19,25-27). Este pasaje es bellísimo. A mí me viene a la mente el final de ese oratorio genial de Haendel, el Mesías, después de esa fiesta del Aleluya lentamente el soprano canta este pasaje: “Yo sé que mi Redentor vive”, con paz. Y así, después de toda esa cosa de dolor y de alegría de Job, la voz del Señor es otra cosa. “Yo sé que mi Redentor vive”: es algo bellísimo. Podemos interpretarlo así: “Mi Dios, yo sé que Tú no eres el Perseguidor. Mi Dios vendrá y me hará justicia”. Es la fe sencilla en la resurrección de Dios, la fe sencilla en Jesucristo, la fe sencilla que el Señor siempre nos espera y vendrá.

La parábola del libro de Job representa de forma dramática y ejemplar lo que en la vida sucede realmente. Es decir que sobre una persona, sobre una familia o sobre un pueblo se abaten pruebas demasiado pesadas, pruebas desproporcionadas respecto a la pequeñez y fragilidad humana. En la vida a menudo, come se dice, “llueve sobre mojado”. Y algunas personas se ven abrumadas por una suma de males que parece verdaderamente excesiva e injusta. Y muchas personas son así.

Todos hemos conocido personas así. Nos ha impresionado su grito, pero a menudo nos hemos quedado también admirados frente a la firmeza de su fe y de su amor en su silencio. Pienso en los padres de niños con graves discapacidades, o en quien vive una enfermedad permanente o al familiar que está al lado… Situaciones a menudo agravadas por la escasez de recursos económicos. En ciertas coyunturas de la historia, este cúmulo de pesos parecen darse como una cita colectiva. Es lo que ha sucedido en estos años con la pandemia del Covid-19 y lo que está sucediendo ahora con la guerra en Ucrania.

¿Podemos justificar estos “excesos” como una racionalidad superior de la naturaleza y de la historia? ¿Podemos bendecirlos religiosamente como respuesta justificada a las culpas de las víctimas, que se lo han merecido? No, no podemos. Existe una especie de derecho de la víctima a la protesta, en relación con el misterio del mal, derecho que Dios concede a cualquiera, es más, que Él mismo, después de todo, inspira. A veces yo encuentro gente que se me acerca y me dice: “Pero, Padre, yo he protestado contra Dios porque tengo este problema, ese otro…”. Pero, sabes, que la protesta es una forma de oración, cuando se hace así. Cuando los niños, los chicos protestan contra los padres, es una forma de llamar su atención y pedir que les cuiden. Si tú tienes en el corazón alguna llaga, algún dolor y quieres protestar, protesta también contra Dios, Dios te escucha, Dios es Padre, Dios no se asusta de nuestra oración de protesta, ¡no! Dios entiende. Pero sé libre, sé libre en tu oración, ¡no encarceles tu oración en los esquemas preconcebidos! La oración debe ser así, espontánea, como esa de un hijo con el padre, que le dice todo lo que le viene a la boca porque sabe que el padre lo entiende. El “silencio” de Dios, en el primer momento del drama, significa esto. Dios no va a rehuir la confrontación, pero al principio deja a Job el desahogo de su protesta, y Dios escucha. Quizás, a veces, deberíamos aprender de Dios este respeto y esta ternura. Y a Dios no le gusta esa enciclopedia —llamémosla así— de explicaciones, de reflexiones que hacen los amigos de Job. Eso es zumo de lengua, que no es adecuado: es esa religiosidad que explica todo, pero el corazón permanece frío. A Dios no le gusta esto. Le gusta más la protesta de Job o el silencio de Job.

La profesión de fe de Job —que emerge precisamente en su incesante llamamiento a Dios, a una justicia suprema— se completa al final con la experiencia casi mística, diría yo, que le hace decir: «Yo te conocía solo de oídas, mas ahora te han visto mis ojos» (42,5). ¡Cuánta gente, cuántos de nosotros después de una experiencia un poco mala, un poco oscura, da el paso y conoce a Dios mejor que antes! Y podemos decir, como Job: “Yo te conocía de oídas, mas ahora te han visto mis ojos, porque te he encontrado”. Este testimonio es particularmente creíble si la vejez se hace cargo, en su progresiva fragilidad y pérdida. ¡Los ancianos han visto muchas en la vida! Y han visto también la inconsistencia de las promesas de los hombres. Hombres de ley, hombres de ciencia, hombres de religión incluso, que confunden al perseguidor con la víctima, imputando a esta la responsabilidad plena del propio dolor. ¡Se equivocan!

Los ancianos que encuentran el camino de este testimonio, que convierte el resentimiento por la pérdida en la tenacidad por la espera de la promesa de Dios —hay un cambio, del resentimiento por la pérdida hacia una tenacidad para seguir la promesa de Dios—, estos ancianos son un presidio insustituible para la comunidad en el afrontar el exceso del mal. La mirada de los creyentes que se dirige al Crucificado aprende precisamente esto. Que podamos aprenderlo también nosotros, de tantos abuelos y abuelas, de tantos ancianos que, como María, unen su oración, a veces desgarradora, a la del Hijo de Dios que en la cruz se abandona al Padre. Miremos a los ancianos, miremos a los viejos, las viejas, las viejitas; mirémoslos con amor, miremos su experiencia personal. Ellos han sufrido mucho en la vida, han aprendido mucho en la vida, han pasado muchas, pero al final tienen esta paz, una paz —yo diría— casi mística, es decir la paz del encuentro con Dios, tanto que pueden decir “Yo te conocía de oídas, mas ahora te han visto mis ojos”. Estos viejos se parecen a esa paz del Hijo de Dios en la cruz que se abandona al Padre.

Saludos:

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Los invito a releer el libro de Job, y a dejarnos interpelar por su testimonio. Aunque tuvo que atravesar numerosas pruebas y sufrimientos, nunca dejó de elevar su oración al Padre. Unámonos también nosotros a esa súplica, y pidamos al Señor que aumente y fortalezca nuestra fe. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.

Queridos hermanos y hermanas:

La catequesis de hoy sobre la ancianidad nos presenta la figura de Job, que gritaba de dolor y le pedía a Dios una respuesta que diera sentido a las numerosas desgracias y humillaciones que padecía en su vida. De ese clamor incesante surgió su conversión y su profesión de fe, ya que Dios le dio a conocer su verdadero rostro. Job, por tanto, obtuvo una respuesta, y fue bendecido con una larga ancianidad, porque se dejó transformar por el misterio de la ternura de Dios, que muchas veces se esconde en el silencio.

La historia de Job ejemplifica la vida de tantas personas, familias y pueblos marcados por el sufrimiento. Su dolor nos interpela, y nos admira la firmeza de su fe y de su amor. Así también los ancianos —que ya han atravesado muchas pruebas a lo largo de su vida—, cuando saben convertir el dolor por las pérdidas en espera confiada de las promesas de Dios, son un testimonio y un tesoro insustituible para que la comunidad pueda aprender a afrontar las dificultades y el exceso de mal.

Oración al Espíritu de Dios

Espíritu Santo: perfecciona la obra que Jesús comenzó en mí.

Mortifica en mí la presunción natural.

Quiero ser sencillo, lleno de amor a Dios, y constantemente generoso.

Que ninguna fuerza humana me impida hacer honor a mi vocación cristiana.

Que ningún interés, por descuido mío, vaya contra la justicia.

Que ningún egoísmo reduzca en mí los espacios infinitos del amor.

Que la efusión de tu Espíritu de amor venga sobre mí, sobre la


 Iglesia y sobre el mundo entero. Amén.

 (San Juan XXIII)


Miércoles de la 5ª semana de Pascua

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (15,1-6):

En aquellos días, unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme al uso de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más de entre ellos subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre esta controversia. Ellos, pues, enviados por la Iglesia provistos de lo necesario, atravesaron Fenicia y Samaría, contando cómo se convertían los gentiles, con lo que causaron gran alegría a todos los hermanos. Al llegar a Jerusalén, fueron acogidos por la Iglesia, los apóstoles y los presbíteros; ellos contaron lo que Dios había hecho con ellos. Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían abrazado la fe, se levantaron, diciendo: «Es necesario circuncidarlos y ordenarles que guarden la ley de Moisés». Los apóstoles y los presbíteros se reunieron a examinar el asunto.

Palabra de Dios

Salmo121,R/. Vamos alegres a la casa del Señor

 Santo Evangelio según san Juan (15,1-8):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».

Palabra del Señor

Compartimos:

Sin Cristo, no hay camino que nos lleve a la verdad, no hay vida que nos lleve a plenitud. Permanecer en Él es la clave y el reto del cristiano. Y en este desafío resuenan aquellas palabras, cuando, en soledad, toma conciencia del Cáliz que ha de beber: “¿Duermes? ¿No has podido velar ni siquiera una hora? Velad y orad…” (cf. Mc 14, 37b-38a).

Velar es permanecer en Él, es dejar que Él permanezca en nosotros; saber ver que está ahí contigo. O que, al menos, al despertar de nuestros despistes cristianos, podamos decirle: “Perdona, no me había dado cuenta de que estabas ahí”. Velar es permanecer en el camino, no cesar en la búsqueda de la verdad, comprometerse para que triunfe en este mundo la vida. Y para velar, para permanecer en Él, es necesario orar. Orar para conservar en el corazón sus palabras y pedir, alabar, adorar, agradecer, conversar… lo que deseemos, de forma que se haga la voluntad del Padre y abunden los frutos del Reino.

Así, si vivimos injertos en la vid de Cristo, cualquier “altercado”, “discusión” o “tensión” que se manifieste en la comunidad cristiana, en la familia o en la comunidad religiosa, podrá encaminarse hacia su superación, como sugieren los Hechos de los Apóstoles en la primera lectura de hoy. Con Él es posible. No nos “durmamos”, ni un segundo, pensando qué ocurriría si lo intentáramos sin Él.

martes, 17 de mayo de 2022

Oración al Espíritu Santo

 Oh Espíritu Santo,

Amor del Padre, y del Hijo,

Inspírame siempre lo que debo pensar,

lo que debo decir,

cómo debo decirlo,

lo que debo callar,

cómo debo actuar,

lo que debo hacer,

para gloria de Dios,

bien de las almas

y mi propia Santificación.

Espíritu Santo,

Dame agudeza

para entender,

capacidad para retener,

método y facultad para aprender,

sutileza para interpretar,

gracia y eficacia para hablar.

Dame acierto al empezar

dirección al progresar

y perfección al acabar.

Amén.


Martes de la 5ª semana de Pascua

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (14,19-28):

En aquellos días, llegaron unos judíos de Antioquía y de Iconio y se ganaron a la gente; apedrearon a Pablo y lo arrastraron fuera de la ciudad, dejándolo ya por muerto. Entonces lo rodearon los discípulos; él se levantó y volvió a la ciudad. Al día siguiente, salió con Bernabé para Derbe. Después de predicar el Evangelio en aquella ciudad y de ganar bastantes discípulos, volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquia, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios. En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor, en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Y después de predicar la Palabra en Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron para Antioquia, de donde los habían encomendado a la gracia de Dios para la misión que acababan de cumplir. Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe. Se quedaron allí bastante tiempo con los discípulos.

Palabra de Dios

Salmo 144,R/. Que tus fieles, Señor, proclamen la gloria de tu reinado

Santo Evangelio según san Juan (14,27-31a):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no turbe vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el príncipe del mundo; no es que él tenga poder sobre mi, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que, como el Padre me ha ordenado, así actúo yo».

Palabra del Señor

Compartimos:

Con frecuencia, nuestras evaluaciones actuales, sofisticadas y bien elaboradas, se fijan más en los inconvenientes, en las dificultades, para ser conscientes, para buscar soluciones... Y, so capa de humildad, no dan mucha importancia a los logros. Que también los hay. Y sí, somos conscientes de las dificultades, pero no parece que sepamos encontrar soluciones satisfactorias en la misión que cada uno tiene encomendada. ¿No nos tendría más cuenta fijarnos en lo conseguido, en los éxitos, por pequeños que nos parezcan, en la bondad y el triunfo de una misión que es del Señor y que, por tanto, él cuida, guía y hace fructificar a su manera?

Confiemos en quien nos da y deja su paz, no como la da el mundo. Confiemos en quien nos invita a la valentía y a la firmeza, estando a nuestro lado para que no tiemble nuestro corazón. Confiemos en quien ama al Padre y se sabe amado por el Padre, en una comunión que orienta y da la victoria a nuestra misión. Digamos no al temor, venga de donde venga; digamos sí a la paz de Jesús.

lunes, 16 de mayo de 2022

Tolkien y el Oratorio: «La única gran cosa que hay que amar en la tierra es el Santísimo Sacramento»

Al llegar a Birmingham, la segunda ciudad de Inglaterra -su área metropolitana supera los tres millones de habitantes-, me consternó comprobar que la ciudad no disponía de un Centro de Información Turística. Al menos, no uno formal, aunque sí uno informal en la biblioteca de la ciudad. Fue allí donde pedí información sobre la "Ruta Tolkien".

La respuesta que recibí no hizo más que aumentar mi consternación: "¿Eso está en Birmingham?".


Aunque Tolkien nació en Suráfrica, la familia era de Birmingham. Y fue en Birmingham donde Ronald, de 4 años, su hermano pequeño, Hilary, y su madre, Mabel, se retiraron en 1896 cuando murió el padre de Tolkien. Tolkien llegaría a la edad adulta en la segunda ciudad de Inglaterra. Con el tiempo, abandonó Birmingham para ir a las trincheras de la Gran Guerra y, más tarde, a Oxford, pero fue Birmingham, como pudo serlo otro lugar, el que le moldeó.

Esto es algo que se comenta a menudo. Lo que es menos conocido es el papel que desempeñó el Oratorio de Birmingham, fundado por el beato John Henry Newman en 1849, en los primeros años de la vida de Tolkien. 

Para horror de su familia, Mabel Tolkien fue recibida en la Iglesia en 1900, junto con sus hijos -Tolkien tenía 8 años-. Más tarde se trasladó con los chicos para estar cerca del Oratorio de Birmingham, en Hagley Road, Edgbaston. El traslado fue motivado por la atracción de Mabel por la espiritualidad que había descubierto en el Oratorio. También se debió en parte a la oferta de una plaza para Ronald en la escuela anexa a la iglesia. 

En 1903, Ronald obtuvo una beca para la más prestigiosa King Edward's School, situada en otro barrio de Birmingham, y allí ocupó su plaza. No obstante, la familia Tolkien siguió viviendo cerca del Oratorio y asistiendo allí a misa y a otros ejercicios espirituales.

Entonces llegó la tragedia. Mabel enfermó gravemente en 1904 de una enfermedad entonces intratable, la diabetes aguda. Mientras agonizaba, su principal temor no era su inminente muerte, ni siquiera que sus hijos quedaran huérfanos. Lo que le preocupaba era la posibilidad de que sus hijos fueran obligados a renunciar a su fe católica por su propia familia o por la de su difunto marido. Por ello, dejó instrucciones para que sus hijos fueran tutelados por el Oratorio de Birmingham, y el padre Francis Xavier Morgan fue nombrado tutor legal de los dos niños. 

Tras la muerte de Mabel, los chicos se alojaron en casa de una tía, Beatrice Suffield, situada detrás del Oratorio, en Stirling Road. El padre Francis pagó allí el alojamiento y la comida de los chicos. Resultó que la señora Suffield había enviudado recientemente y todavía estaba de duelo por su marido. Sin duda, esto contribuyó a lo que más tarde se recordaría como el ambiente sombrío en el que estaban sumidos los chicos. La aversión de su tía por el catolicismo no hizo más que aumentar el aire de sombrío abatimiento. 

Durante esta época, el Oratorio sufrió un importante cambio arquitectónico. Un edificio eclesiástico mucho más grande sustituyó a la estructura improvisada que fue el hogar de Newman. Las obras se iniciaron en septiembre de 1903 y, para el Domingo in albis de 1906, una nueva iglesia de tamaño basílica se alzaba junto a la Casa del Oratorio.

Durante estos años, el padre Francis se tomó muy en serio sus obligaciones como tutor de los chicos Tolkien. Cada verano, los llevaba de vacaciones a la costa de Dorset. Fue durante una de estas vacaciones cuando el sacerdote se enteró de lo mal que vivían Ronald e Hilary en Stirling Road. A finales del verano de 1908, los hermanos habían cambiado de alojamiento, trasladándose a otra dirección cercana en Duchess Road, con la señora Faulkner. Esta mudanza iba a resultar significativa y a tener un efecto imprevisto y duradero en la vida de J.R.R. Tolkien. 

En esa dirección vivía otra inquilina. Una joven llamada Edith Mary Bratt. La madre de Edith, Frances, procedía de una conocida familia de fabricantes de calzado de Wolverhampton y se había trasladado a Birmingham por la vergüenza de tener una hija ilegítima.  Lamentablemente, Frances murió cuando su hija aún era adolescente. A partir de entonces, la familia ampliada de Edith decidió que la adolescente tenía que seguir alojándose con la señora Faulkner.

Ronald, de 16 años, y su compañera de piso, Edith, tres años mayor que él, se hicieron amigos. Salían a dar largos paseos por el campo. Las noticias de estos paseos acabaron llegando al padre Francis en el Oratorio. No hace falta decir que el sacerdote estaba preocupado por una relación a una edad tan temprana. Se sintió obligado a actuar. Salvo por alguna comunicación ocasional, prohibió a Ronald ver a Edith. El chico obedeció. En cualquier caso, en 1910 Edith se había trasladado a otra parte del país. El floreciente romance parecía haber terminado.

La amistad de Ronald con Edith en casa de la señora Faulkner había hecho que el padre Francis comenzara a buscar un alojamiento alternativo para los hermanos. Encontró un hogar adecuado con los feligreses que vivían frente al Oratorio en Highfield Road. Durante este tiempo, Ronald intentó conseguir una plaza en la Universidad de Oxford. Lo consiguió en diciembre de 1910 en su segundo intento. En Oxford, al menos al principio, fue el padre Francis quien siguió pagando los gastos de manutención de Ronald.

En 1916, muchas cosas habían cambiado en la vida del joven licenciado. No solo había vivido las trincheras, sino que tres años antes, en 1913, Edith y Ronald habían vuelto a verse. Un año después, Edith se hizo católica. En marzo de 1916, la pareja se casó con el padre Francis más contento que nadie. En junio, Tolkien había recibido órdenes de que su batallón se trasladara al Frente Occidental. Antes de partir hacia Francia, la pareja recién casada visitó el Oratorio, pasando su última noche juntos en un hotel, The Plough & Harrow Hotel, que todavía se encuentra junto al Oratorio.  

El primer hijo de los Tolkien nació en noviembre de 1917. Le pusieron el nombre de John Francis en honor al tutor que había cuidado de los niños. En los años siguientes, la joven familia visitaba a menudo al padre Francis y a veces pasaba las vacaciones con él. El padre Francis Xavier Morgan murió el 11 de junio de 1935. En su testamento dejó mil libras esterlinas a Ronald y Hilary.

El Oratorio de Birmingham conserva varios objetos de Tolkien. Entre ellos hay un gran baúl, traído a Inglaterra por Mabel en su último viaje desde Sudáfrica justo antes de conocer la noticia de la muerte de su marido. 

Hoy en día, es posible pasear por las distintas direcciones de Tolkien cercanas al Oratorio. Todas ellas están a escasos minutos de distancia. Al hacerlo, queda claro que el Oratorio es el centro de todos esos lugares. Esto podría decirse de la fe católica de Tolkien: era el centro de toda su vida. Todo lo demás iba y venía, pero hasta el final se mantuvo fiel a la fe por la que él y su madre habían sufrido tanto.

Hay otra reivindicación, aunque discutida, de la influencia imaginativa de estas calles. Mientras vivían en Stirling Road entre junio de 1905 y junio de 1908, los jóvenes no pudieron dejar de notar al final de la calle "las dos torres". En la calle contigua a Stirling Road, en lo que se conoce como Waterworks Road, hay dos curiosas estructuras que se elevan desde el suelo hasta el cielo. Habrían sido más llamativas entonces que ahora, sobre todo teniendo en cuenta que en el Birmingham eduardiano habría habido pocos puntos de referencia de tal altura.

Una de estas estructuras es una locura del siglo XVIII. Construida por un excéntrico lugareño, llamado Perrott, para su propia diversión, su estilo es de una procedencia arquitectónica desconocida. Parece como si se hubiera construido para un reino de fantasía, y con un mago como residente. La otra estructura es igualmente curiosa. Se trata de un edificio neogótico de ladrillo rojo y azul oscuro, construido de forma más prosaica como parte de las obras hidráulicas locales. Ambas estructuras se conocen localmente como "las Torres Gemelas".

En todas las direcciones en las que vivió J.R.R. Tolkien nunca estuvo lejos de estas "Torres Gemelas". Habrían sido visibles durante toda su estancia en Birmingham. Sin embargo, es igualmente cierto, y quizás de mayor importancia, que nunca estuvo lejos del Oratorio de Birmingham. Este fue el punto fijo en sus inestables primeros años. Sin embargo, para cualquier católico, una iglesia es siempre más que un simple edificio, ya que en su interior se encuentra el Santísimo Sacramento. Durante sus años de formación, cuando todo lo demás cambiaba alrededor del joven Tolkien, una cosa permaneció constante: la lámpara encendida junto al sagrario del Oratorio.

Muchos años después, cerca del final de su vida, Tolkien escribiría lo siguiente: "De las tinieblas de mi vida... pongo ante vosotros la única gran cosa que hay que amar en la tierra: el Santísimo Sacramento... Allí encontrarás el romance, la gloria, el honor, la fidelidad y el verdadero camino de todos tus amores en la tierra..." Así que, en contra de lo que te puedan decir, la Ruta Tolkien de Birmingham existe. 

Y ese sendero lleva a un destino inesperado. Porque a la sombra de las "Torres Gemelas", y atendido por una hermandad sacerdotal, el verdadero rey habita en el Oratorio, y permanece así hasta su Regreso en la Gloria.