martes, 31 de diciembre de 2024

CARTA DEL SANTO PADRE FRANCISCO A S.E. MONS. RINO FISICHELLA PARA EL JUBILEO 2025





Al querido hermano

Monseñor Rino Fisichella

Presidente del Pontificio Consejo

para la Promoción de la Nueva Evangelización

El Jubileo ha sido siempre un acontecimiento de gran importancia espiritual, eclesial y social en la vida de la Iglesia.  Desde que Bonifacio VIII instituyó el primer Año Santo en 1300 —con cadencia de cien años, que después pasó a ser según el modelo bíblico, de cincuenta años y ulteriormente fijado en veinticinco—, el pueblo fiel de Dios ha vivido esta celebración como un don especial de gracia, caracterizado por el perdón de los pecados y, en particular, por la indulgencia, expresión plena de la misericordia de Dios.  Los fieles, generalmente al final de una larga peregrinación, acceden al tesoro espiritual de la Iglesia atravesando la Puerta Santa y venerando las reliquias de los Apóstoles Pedro y Pablo conservadas en las basílicas romanas.  Millones y millones de peregrinos han acudido a estos lugares santos a lo largo de los siglos, dando testimonio vivo de su fe perdurable.


El Gran Jubileo del año 2000 introdujo la Iglesia en el tercer milenio de su historia.  San Juan Pablo II lo había esperado y deseado tanto, con la esperanza de que todos los cristianos, superadas sus divisiones históricas, pudieran celebrar juntos los dos mil años del nacimiento de Jesucristo, Salvador de la humanidad.  Ahora que nos acercamos a los primeros veinticinco años del siglo XXI, estamos llamados a poner en marcha una preparación que permita al pueblo cristiano vivir el Año Santo en todo su significado pastoral.  En este sentido una etapa importante ha sido el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, que nos ha permitido redescubrir toda la fuerza y la ternura del amor misericordioso del Padre, para que a su vez podamos ser sus testigos.


Sin embargo, en los dos últimos años no ha habido país que no haya sido afectado por la inesperada epidemia que, además de hacernos ver el drama de morir en soledad, la incertidumbre y la fugacidad de la existencia, ha cambiado también nuestro estilo de vida.  Como cristianos, hemos pasado juntos con nuestros hermanos y hermanas los mismos sufrimientos y limitaciones.  Nuestras iglesias han sido cerradas, así como las escuelas, fábricas, oficinas, tiendas y espacios recreativos.  Todos hemos visto limitadas algunas libertades y la pandemia, además del dolor, ha despertado a veces la duda, el miedo y el desconcierto en nuestras almas.  Los hombres y mujeres de ciencia, con gran rapidez, han encontrado un primer remedio que permite poco a poco volver a la vida cotidiana.  Confiamos plenamente en que la epidemia pueda ser superada y el mundo recupere sus ritmos de relaciones personales y de vida social.  Esto será más fácil de alcanzar en la medida en que se actúe de forma solidaria, para que las poblaciones más desfavorecidas no queden desatendidas, sino que se pueda compartir con todos los descubrimientos de la ciencia y los medicamentos necesarios.


Debemos mantener encendida la llama de la esperanza que nos ha sido dada, y hacer todo lo posible para que cada uno recupere la fuerza y la certeza de mirar al futuro con mente abierta, corazón confiado y amplitud de miras.  El próximo Jubileo puede ayudar mucho a restablecer un clima de esperanza y confianza, como signo de un nuevo renacimiento que todos percibimos como urgente.  Por esa razón elegí el lema Peregrinos de la Esperanza.  Todo esto será posible si somos capaces de recuperar el sentido de la fraternidad universal, si no cerramos los ojos ante la tragedia de la pobreza galopante que impide a millones de hombres, mujeres, jóvenes y niños vivir de manera humanamente digna.  Pienso especialmente en los numerosos refugiados que se ven obligados a abandonar sus tierras.  Ojalá que las voces de los pobres sean escuchadas en este tiempo de preparación al Jubileo que, según el mandato bíblico, devuelve a cada uno el acceso a los frutos de la tierra: «podrán comer todo lo que la tierra produzca durante su descanso, tú, tu esclavo, tu esclava y tu jornalero, así como el huésped que resida contigo; y también el ganado y los animales que estén en la tierra, podrán comer todos sus productos» (Lv 25,6-7).


Por lo tanto, la dimensión espiritual del Jubileo, que nos invita a la conversión, debe unirse a estos aspectos fundamentales de la vida social, para formar un conjunto coherente.  Sintiéndonos todos peregrinos en la tierra en la que el Señor nos ha puesto para que la cultivemos y la cuidemos (cf. Gn 2,15), no descuidemos, a lo largo del camino, la contemplación de la belleza de la creación y el cuidado de nuestra casa común.  Espero que el próximo Año Jubilar se celebre y se viva también con esta intención.  De hecho, un número cada vez mayor de personas, incluidos muchos jóvenes y adolescentes, reconocen que el cuidado de la creación es expresión esencial de la fe en Dios y de la obediencia a su voluntad.


Le confío a Usted, querido hermano, la responsabilidad de encontrar las maneras apropiadas para que el Año Santo se prepare y se celebre con fe intensa, esperanza viva y caridad operante. El Dicasterio que promueve la nueva evangelización sabrá hacer de este momento de gracia una etapa significativa para la pastoral de las Iglesias particulares, tanto latinas como orientales, que en estos años están llamadas a intensificar su compromiso sinodal.  En esta perspectiva, la peregrinación hacia el Jubileo podrá fortificar y manifestar el camino común que la Iglesia está llamada a recorrer para ser cada vez más claramente signo e instrumento de unidad en la armonía de la diversidad.  Será importante ayudar a redescubrir las exigencias de la llamada universal a la participación responsable, con la valorización de los carismas y ministerios que el Espíritu Santo no cesa de conceder para la edificación de la única Iglesia.  Las cuatro Constituciones del Concilio Ecuménico Vaticano II, junto con el Magisterio de estos decenios, seguirán orientando y guiando al santo pueblo de Dios, para que progrese en la misión de llevar el gozoso anuncio del Evangelio a todos.


Según la costumbre, la Bula de convocación, que será publicada en su momento, contendrá las indicaciones necesarias para la celebración del Jubileo de 2025.  En este tiempo de preparación, me alegra pensar que el año 2024, que precede al acontecimiento del Jubileo, pueda dedicarse a una gran “sinfonía” de oración; ante todo, para recuperar el deseo de estar en la presencia del Señor, de escucharlo y adorarlo.  Oración, para agradecer a Dios los múltiples dones de su amor por nosotros y alabar su obra en la creación, que nos compromete a respetarla y a actuar de forma concreta y responsable para salvaguardarla.  Oración como voz “de un solo corazón y una sola alma” (cf. Hch 4,32) que se traduce en ser solidarios y en compartir el pan de cada día.  Oración que permite a cada hombre y mujer de este mundo dirigirse al único Dios, para expresarle lo que tienen en el secreto del corazón.  Oración como vía maestra hacia la santidad, que nos lleva a vivir la contemplación en la acción.  En definitiva, un año intenso de oración, en el que los corazones se puedan abrir para recibir la abundancia de la gracia, haciendo del “Padre Nuestro”, la oración que Jesús nos enseñó, el programa de vida de cada uno de sus discípulos.


Pido a la Virgen María que acompañe a la Iglesia en el camino de preparación al acontecimiento de gracia del Jubileo, y con gratitud le envío cordialmente, a Usted y a sus colaboradores, mi Bendición .


Roma, Basílica de San Juan de Letrán, 11 de febrero de 2022, Memoria de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes.


Francisco

VII dentro de la Octava de la Natividad del Señor. San Silvestre I, papa

Primera Lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (2,18-21):

Hijos míos, es el momento final. Habéis oído que iba a venir un Anticristo; pues bien, muchos anticristos han aparecido, por lo cual nos damos cuenta que es el momento final. Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de manifiesto que no todos son de los nuestros. En cuanto a vosotros, estáis ungidos por el Santo, y todos vosotros lo conocéis. Os he escrito, no porque desconozcáis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira viene de la verdad.

Palabra de Dios

Salmo 95, R/. Alégrese el cielo, goce la tierra

 Santo Evangelio según san Juan (1,1-18):

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Éste es de quien dije: «El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo.»» Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha contado.

Palabra del Señor

COMPARTIMOS:

El Evangelio de Juan, tan teológico y filosófico, puede parecer algo difícil de entender. Sin embargo, en este último día del año, hay varias cosas muy luminosas en este pasaje: una es la proclamación de la verdad. En un mundo, una sociedad y una política que nos parecen tan llenos de mentira y corrupción, el anuncio de la verdad que llega con el Hijo de Dios encarnado es enormemente consolador. Vivir a su luz, en el Verbo, significa, entonces, vivir en verdad. Hay algo mucho más grande que las pequeñeces y corruptelas del mundo, y es la verdad que no pasa.


La otra palabra consoladora es saber que hemos recibido “gracia sobre gracia”. Esto nos puede hacer pensar. En un año quizá lleno de problemas, de desgracias, de guerra, ¿cuál puede ser la gracia sobre gracia? A veces puede ser difícil descubrirla en medio de mucho dolor. Habrá que ir más adentro en la noticia: a quienes lo recibieron se les dio el ser hijos de Dios. Ahí está la gracia: la seguridad de una dignidad inmensa que supera toda situación en la que podamos encontrarnos, ya sea de intensa felicidad o de dolor. Una vez una persona muy pobre, con un nivel de educación bajo, y que vivía en medio de mil dificultades domésticas y económicas me dijo: “Yo siempre estoy alegre, porque sé que soy hija de un gran Rey”. Esa seguridad es la misma que nos hace caminar con confianza y esperanza en dolores y alegrías. Tenemos la certeza de quiénes somos.  Y eso, pase lo que pase, sean las mentiras lo grandes que sean, sea la situación lo angustiosa que sea, nos da un gran poder. De su plenitud hemos recibido gracia sobre gracia. Es decir, de la plenitud de la Encarnación del Verbo, de esa Palabra eterna que ilumina toda la vida y acompaña en toda peregrinación. La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas nunca pueden vencerla, porque la oscuridad desaparece en cuanto hay un poco de luz, por pequeña que sea. Y esta luz es más fuerte que cualquier oscuridad, por grande que sea.

lunes, 30 de diciembre de 2024

VI dentro de la Octava de la Natividad del Señor

Primera Lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (2,12-17):

Os escribo a vosotros, hijos míos, porque se os han perdonado vuestros pecados por su nombre. Os escribo a vosotros, padres, porque conocéis al que es desde el principio. Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al Maligno. Os he escrito a vosotros, hijos míos, porque conocéis al Padre. Os he escrito, padres, porque conocéis al que es desde el principio. Os escribo a vosotros, los jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno. No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él el amor del Padre. Porque lo que hay en el mundo –las pasiones del hombre terreno, y la codicia de los ojos, y la arrogancia del dinero–, eso no procede del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, con sus pasiones. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.

Palabra de Dios

Salmo 95,R/. Alégrese el cielo, goce la tierra

Santo Evangelio según san Lucas (2,36-40):

En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.

Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

Palabra del Señor

Compartimos:

Hay quien busca desesperadamente la fuente de la juventud. Hay quienes, de alguna manera, “odian” la vejez. Hoy día se habla mucho del “edadismo”, de esa actitud de semi-desprecio de quienes ya tienen muchos años. El ya no contar con ellos, el hablarles como si fueran niños pequeños, o lo que es peor, tontos. Por mucho cariño que cuidadores pongan en ello, resulta algo insultante muchas veces. La vejez, ciertamente, trae consigo muchas dolencias y a veces indignidades. Y en esta sociedad se da frecuentemente un gran culto a la juventud. Y por otro lado, con ternurismo, se habla de que los ancianos “nos lo han dado todo”… Pues sí; algunos sí y otros no. No se quiere ni a los ancianos ni a los jóvenes porque sean buenos, sino porque son hijos de Dios. En la primera lectura, Juan escribe a personas de todas las edades; en cada etapa, Dios se les ha manifestado de alguna manera. Y al final, señala: quien hace la voluntad de Dios, vive eternamente. No se trata de edad, sino de pertenencia. No se trata de ser eternamente jóvenes, sino de escuchar lo que hay para cada día y en cada momento. Se trata de poder vivir eternamente.


¿Qué significa para cada uno de nosotros vivir eternamente? ¿De qué maneras se nos ha manifestado Dios en cada etapa de nuestra vida? ¿Cómo escuchamos, en nuestras distintas edades, la voz de Dios?


En el evangelio de hoy, José y María cumplen lo establecido; Jesús regresa a Nazaret con sus padres, y les “está sujeto”. Es decir, todos cumplen la voluntad de Dios. El resultado es que el niño crece lleno de salud y sabiduría. No se trata de la edad; se trata de la escucha y de cumplir la voluntad de Dios. Se puede crecer siempre; se puede vivir eternamente. Esto va mucho más allá de la edad. A nosotros nos escribe Juan en cualquier momento de la vida en que conozcamos al Padre, sintamos que nuestros pecados hayan sido perdonados, vencemos al Maligno… A nosotros se nos dice que, al estar sujetos al Padre, podemos crecer en salud y en sabiduría. Ya tenemos la fuente, no de la juventud eterna, sino de la vida eterna.

domingo, 29 de diciembre de 2024

La Sagrada Familia: Jesús, María y José

Toma al niño y a su madre y huye a Egipto. (Mt 2, 13-15. 19-23)

Cuando ellos se retiraron, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo».

 José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta: «De Egipto llamé a mi hijo». Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, coge al niño y a su madre y vuelve a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño». Se levantó, tomó al niño y a su madre y volvió a la tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes tuvo miedo de ir allá. Y avisado en sueños se retiró a Galilea y se estableció en una ciudad llamada Nazaret. Así se cumplió lo dicho por medio de los profetas, que se llamaría nazareno.

Sagrada Familia de Jesús, María y José

Primera Lectura

Lectura del libro del Eclesiástico (3,2-6.12-14):

El Señor honra más al padre que a los hijos y afirma el derecho de la madre sobre ellos.

Quien honra a su padre expía sus pecados, y quien respeta a su madre es como quien acumula tesoros.

Quien honra a su padre se alegrará de sus hijos y cuando rece, será escuchado.

Quien respeta a su padre tendrá larga vida, y quien honra a su madre obedece al Señor.

Hijo, cuida de tu padre en su vejez y durante su vida no le causes tristeza.

Aunque pierda el juicio, sé indulgente con él y no lo desprecies aun estando tú en pleno vigor.

Porque la compasión hacia el padre no será olvidada y te servirá para reparar tus pecados.

Palabra de Dios

Salmo 127,R/. Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos.

Segunda Lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (3,12-21):

Hermanos:

Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia.

Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro.

El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.

Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta.

Que la paz de Cristo reine en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados en un solo cuerpo.

Sed también agradecidos. La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente.

Cantad a Dios, dando gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados.

Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.

Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso agrada al Señor.

Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan el ánimos.

Palabra de Dios

Santo Evangelio según san Lucas (2,41-52)

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua.

Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.

Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo.

Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.

Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:

«Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados».

Él les contestó:

«¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?».

Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.

Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos.

Su madre conservaba todo esto en su corazón.

Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.

Palabra del Señor

Compartir:

Hoy contemplamos, como continuación del Misterio de la Encarnación, la inserción del Hijo de Dios en la comunidad humana por excelencia, la familia, y la progresiva educación de Jesús por parte de José y María. Como dice el Evangelio, «Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2,52).


El libro del Siracida, nos recordaba que «el Señor glorifica al padre en los hijos, y afirma el derecho de la madre sobre su prole» (Si 3,2). Jesús tiene doce años y manifiesta la buena educación recibida en el hogar de Nazaret. La sabiduría que muestra evidencia, sin duda, la acción del Espíritu Santo, pero también el innegable buen saber educador de José y María. La zozobra de María y José pone de manifiesto su solicitud educadora y su compañía amorosa hacia Jesús.


No es necesario hacer grandes razonamientos para ver que hoy, más que nunca, es necesario que la familia asuma con fuerza la misión educadora que Dios le ha confiado. Educar es introducir en la realidad, y sólo lo puede hacer aquél que la vive con sentido. Los padres y madres cristianos han de educar desde Cristo, fuente de sentido y de sabiduría.


Difícilmente se puede poner remedio a los déficits de educación del hogar. Todo aquello que no se aprende en casa tampoco se aprende fuera, si no es con gran dificultad. Jesús vivía y aprendía con naturalidad en el hogar de Nazaret las virtudes que José y María ejercían constantemente: espíritu de servicio a Dios y a los hombres, piedad, amor al trabajo bien hecho, solicitud de unos por los otros, delicadeza, respeto, horror al pecado... Los niños, para crecer como cristianos, necesitan testimonios y, si éstos son los padres, esos niños serán afortunados.


Es necesario que todos vayamos hoy a buscar la sabiduría de Cristo para llevarla a nuestras familias. Un antiguo escritor, Orígenes, comentando el Evangelio de hoy, decía que es necesario que aquel que busca a Cristo, lo busque no de manera negligente y con dejadez, como lo hacen algunos que no llegan a encontrarlo. Hay que buscarlo con “inquietud”, con un gran afán, como lo buscaban José y María.

sábado, 28 de diciembre de 2024

Los Santos Inocentes, mártires

Primera Lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (1,5–2,2):

Os anunciamos el mensaje que hemos oído a Jesucristo: Dios es luz sin tiniebla alguna. Si decimos que estamos unidos a él, mientras vivimos en las tinieblas, mentimos con palabras y obras. Pero, si vivimos en la luz, lo mismo que él está en la luz, entonces estamos unidos unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia los pecados. Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no somos sinceros. Pero, si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos mentiroso y no poseemos su palabra. Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.

Palabra de Dios

Salmo 123,

R/. Hemos salvado la vida,como un pájaro de la trampa del cazador

Santo Evangelio según san Mateo (2,13-18):

Cuando se marcharon los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.»

José se levantó, cogió al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por el profeta: «Llamé a mi hijo, para que saliera de Egipto.» Al verse burlado por los magos, Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores, calculando el tiempo por lo que había averiguado de los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: «Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos, y rehúsa el consuelo, porque ya no viven.»

Palabra del Señor

Compartimos:

La verdad es que no tenemos una noticia cierta de que la matanza de los inocentes, de todos los niños nacidos en Belén fuese real. Eso no significa que no lo fuese porque de aquellos tiempos no tenemos muchas noticias de lo que sucedía en una parte remota del imperio romano. Pero más allá del hecho histórico, vamos a tener presente que los evangelios de la infancia son el prólogo que tanto Lucas como Mateo ponen en sus evangelios. Y, como ya he indicado en los comentarios de los días pasados, un prólogo tienen que anticipar las ideas fundamentales de lo que se va a desarrollar en el texto.


Aquí lo importante es que Mateo nos plantea desde el mismo principio que la vida de Jesús está amenazada de muerte. Jesús va a estar siempre en peligro y, más de una vez, va a escapar de los que atentaban contra su vida. Hasta que al final ya no pudo escapar y terminó en la cruz, entregando la vida. ¿Por qué esa violencia mortal dirigida contra Jesús?


No es difícil encontrar la respuesta. Jesús, a lo largo de su vida, se va a salir de los caminos trillados, de lo que estaba bien visto en el mundo judío. Jesús va a hablar de Dios pero de una manera muy diferente a como hablaban los sacerdotes, los fariseos y los estudiosos de la ley. Si ellos decían que la presencia de Dios estaba en el Templo de Jerusalén y que solo los que cumplían las normas de la Torá eran dignos de contarse entre los preferidos de Dios, Jesús convierte los caminos y las calles de los pueblos de Judea en su templo. Insiste en que los preferidos de Dios son los pobres, los enfermos, los pecadores, los marginados. Todos los que las autoridades religiosas de su tiempo consideraban como excluidos de la religión, como indignos. Se entiende perfectamente que ante su forma de actuar y de hablar, surgiese la violencia. Hasta terminar con su vida.


La historia de los inocentes y la misma huida de Jesús, José y María a Egipto, nos hablan de esa violencia que desde el principio va a amenazar la vida del que no hizo más que hablar de Dios como Padre de todos y que puso en el amor fraterno el centro del Reino de Dios.

viernes, 27 de diciembre de 2024

San Juan, apóstol y evangelista

Primera Lectura

Comienzo de la primera carta del apóstol san Juan (1,1-4):

Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la vida (pues la vida se hizo visible), nosotros la hemos visto, os damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó. Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto, para que nuestra alegría sea completa.

Palabra de Dios

Salmo 96,R/. Alegraos, justos, con el Señor

Santo Evangelio según san Juan (20,2-8):

El primer día de la semana, María Magdalena echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

Palabra del Señor

Compartimos

Se supone que Juan es el autor del cuarto Evangelio. Es uno de los apóstoles. Se le llama el discípulo amado porque parece ser que Jesús tenía alguna preferencia por él. Lo que no debemos creer en absoluto es esa imagen que aparece en tantos cuadros donde se ve a Juan como un jovencito. No eran tiempos aquellos para jovencitos inocentes. Ni era el seguimiento de Jesús algo para gente inmadura sino algo muy exigente, que pedía compromiso y entrega total. Más bien, conviene que imaginemos a un hombre hecho y derecho, libre y responsable de su vida, que se comprometió a seguir a Jesús con todas sus consecuencias.


El texto evangélico de hoy nos le presenta en el momento final, cuando el camino de Juan con su maestro ha llegado a su final. Ha tenido ya lugar la pasión de Jesús y, por tanto, su muerte. Todo ha terminado desde los ojos de los hombres. Pero no desde los ojos de la fe, que van más allá y son capaces de contemplar el triunfo de la vida donde los demás no vemos más que muerte.


La historia de la tumba vacía se podía interpretar de diversas maneras. De hecho, parece que en el mundo judío de la época se contemplo otra hipótesis: la de que los mismos discípulos habían robado el cuerpo de Jesús para luego hablar de que estaba vivo, de que había resucitado. Pero los ojos de la fe contemplan otra realidad: la tumba vacía es el signo claro y contundente de que la apuesta de Jesús por el reino, por su Padre, había recibido una respuesta inesperada y que iba más allá de lo que los hombres podemos imaginar. La tumba vacía era el signo de que Jesús había resucitado. Nadie había robado el cuerpo inerte de Jesús. Simplemente, Dios Padre le había devuelto a la vida.


Celebrar hoy la fiesta de san Juan apóstol nos hace pensar que este niño que nos ha nacido nos a abrir las puertas a una vida más plena, a una esperanza llena de luz, que va más allá de todo lo imaginable, que va más allá de la muerte.

jueves, 26 de diciembre de 2024

San Esteban, protomártir

Primera Lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (6,8-10;7,54-60):

En aquellos días, Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo. Unos cuantos de la sinagoga llamada de los libertos, oriundos de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban; pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba. Oyendo estas palabras, se recomían por dentro y rechinaban los dientes de rabia. Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo: «Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios.»

Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos, dejando sus capas a los pies de un joven llamado Saulo, se pusieron también a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu.»

Luego, cayendo de rodillas, lanzó un grito: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado.»

Y, con estas palabras, expiró.

Palabra de Dios

Salmo 30,R/. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu

Santo Evangelio según san Mateo (10,17-22):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «No os fiéis de la gente, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán. Todos os odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará.»

Palabra del Señor

Compartimos:

Justo después del nacimiento de Jesús, la gran fiesta de la alegría, de la vida y de la esperanza, el día en que reconocemos en ese niño recién nacido la salvación gratuita de Dios para todos nosotros, la Iglesia nos propone celebrar a san Esteban, el primer mártir. El primer mártir después de Jesús, ¡claro!, que fue el que dio la vida por todos nosotros, que todo tiene su orden. Para decir la verdad, después de Esteban ha habido otros muchos. De bastantes de ellos conocemos el nombre y han sido canonizados por la iglesia. Pero seguro que hay otros muchos que han quedado en el anonimato, el olvido, de tantas matanzas que ha habido a lo largo de la historia. Además, la iglesia celebra a los mártires pero también celebra, con muy buen sentido, a los confesores. El mártir es el que ha muerto por su fe. El confesor quizá ha muerto en la cama pero lo es porque ha ido confesando su fe en Jesús a lo largo de toda su vida. Es decir, en el fondo, confesores y mártires no se diferencian tanto.


Lo importante no es, pues, si la muerte ha sido cruenta o no. Lo verdaderamente importante es que tanto unos como otros han dado su vida por seguir a Jesús, han arrimado el hombro para construir el reino de fraternidad y justicia que predicó e intentó hacer realidad Jesús. Ese es el reino de Dios, que más que cuestión de teología o de sacramentos o de oraciones, es cuestión ante todo y sobre todo de caridad, de amor fraterno, de perdón y reconciliación.


San Esteban fue el primero de una larga serie de mártires y confesores que con su vida, con sus hechos, con su muerte, lo dieron todo por construir ese reino de Dios, abrieron la mano al hermano, se dejaron llevar por la compasión ante el sufrimiento ajeno y no pensaron primero en sus necesidades sino en las necesidades y pobrezas de los demás.


Estoy seguro de que si abrimos los ojos a nuestro alrededor, vamos a encontrar personas, hombres y mujeres, que están viviendo así: dándolo todo, dándose todo, dando la vida, sin medida, para que todos, especialmente los más pobres, tengan vida. Como lo hizo Jesús, como nos invita a hacerlo a cada uno de nosotros.

miércoles, 25 de diciembre de 2024

MENSAJE URBI ET ORBI DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Balcón central de la Basílica Vaticana


Queridos hermanas y hermanos: ¡Feliz Navidad!


Anoche se ha renovado el misterio que no cesa de asombrarnos y conmovernos: la Virgen María dio a luz a Jesús, el Hijo de Dios, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre. Así lo encontraron los pastores de Belén, llenos de alegría, mientras los ángeles cantaban: “Gloria a Dios y paz a los hombres” (cf. Lc 2,6-14). Paz a los hombres.


Sí, este acontecimiento, ocurrido hace más de dos mil años, se renueva por obra del Espíritu Santo, el mismo Espíritu de amor y de vida que fecundó el seno de María y de su carne humana formó a Jesús. Y así hoy, en los afanes de nuestro tiempo, realmente se encarna de nuevo la Palabra eterna de salvación, que dice a cada hombre y a cada mujer; que dice al mundo entero —este es el mensaje—: Yo te amo, yo te perdono, vuelve a mí, la puerta de mi corazón está abierta para ti.


Hermanas y hermanos, la puerta del corazón de Dios está siempre abierta, regresemos a Él. Volvamos al corazón que nos ama y nos perdona. Dejémonos perdonar por Él, dejémonos reconciliar con Él. Dios perdona siempre, Dios perdona todo. Dejémonos perdonar por Él.


Este es el significado de la Puerta Santa del Jubileo, que ayer por la noche abrí aquí en San Pedro: representa a Jesús, Puerta de salvación abierta a todos. Jesús es la Puerta; es la Puerta que el Padre misericordioso ha abierto en medio del mundo, en medio de la historia, para que todos podamos volver a Él. Todos somos como ovejas perdidas y tenemos necesidad de un Pastor y de una Puerta para regresar a la casa del Padre. Jesús es el Pastor, Jesús es la Puerta.


Hermanas y hermanos, no tengan miedo. La Puerta está abierta, la puerta está abierta de par en par. No es necesario tocar a la puerta. Está abierta. Vengan, dejémonos reconciliar con Dios, y entonces nos reconciliaremos con nosotros mismos y podremos reconciliarnos entre nosotros, incluso con nuestros enemigos. La misericordia de Dios lo puede todo, desata todo nudo, abate todo muro que divide, la misericordia de Dios disipa el odio y el espíritu de venganza. Vengan, Jesús es la Puerta de la paz.


Con frecuencia nos detenemos en el umbral; no tenemos el valor para atravesarlo, porque nos interpela. Entrar por la Puerta requiere el sacrificio de dar un paso adelante, de dejar atrás contiendas y divisiones, para abandonarnos en los brazos abiertos del Niño que es el Príncipe de la paz. En esta Navidad, inicio del Año jubilar, invito a todas las personas, a todos los pueblos y naciones a armarse de valor para cruzar la Puerta, a hacerse peregrinos de esperanza, a silenciar las armas y superar las divisiones.


Que callen las armas en la martirizada Ucrania. Que se tenga la audacia de abrir la puerta a las negociaciones y a los gestos de diálogo y de encuentro, para llegar a una paz justa y duradera.


Que callen las armas en Oriente Medio. Con los ojos fijos en la cuna de Belén, dirijo mi pensamiento a las comunidades cristianas de Palestina e Israel, y en particular a la comunidad de Gaza, donde la situación humanitaria es gravísima. Que cese el fuego, que se liberen los rehenes y se ayude a la población extenuada por el hambre y la guerra. Llevo en el corazón también a la comunidad cristiana del Líbano, sobre todo del sur, y a la de Siria, en este momento tan delicado. Que se abran las puertas del diálogo y de la paz en toda la región, lacerada por el conflicto. Y quiero recordar aquí también al pueblo libio, animándolo a buscar soluciones que permitan la reconciliación nacional.


Que el nacimiento del Salvador traiga un tiempo de esperanza a las familias de miles de niños que están muriendo a causa de la epidemia de sarampión en la República Democrática del Congo, así como a las poblaciones del oriente de ese país y a las de Burkina Faso, de Malí, de Níger y de Mozambique. La crisis humanitaria que las golpea está causada principalmente por conflictos armados y por la plaga del terrorismo y se agrava por los efectos devastadores del cambio climático, que provoca la pérdida de vidas humanas y el desplazamiento de millones de personas. Pienso también en las poblaciones de los países del Cuerno de África para los que imploro los dones de la paz, la concordia y la fraternidad. Que el Hijo del Altísimo sostenga el compromiso de la comunidad internacional para favorecer el acceso de la población civil de Sudán a las ayudas humanitarias y poner en marcha nuevas negociaciones con el propósito de un alto el fuego.


Que el anuncio de la Navidad traiga consuelo a los habitantes de Myanmar, que, a causa de los continuos enfrentamientos armados, padecen grandes sufrimientos y son obligados a huir de sus casas.


Que el Niño Jesús inspire a las autoridades políticas y a todas las personas de buena voluntad del continente americano, con el fin de encontrar lo antes posible soluciones eficaces en la verdad y la justicia, para promover la armonía social, en particular pienso en Haití, Venezuela, Colombia y Nicaragua, y se trabaje, especialmente durante este Año jubilar, para edificar el bien común y redescubrir la dignidad de cada persona, superando las divisiones políticas.


Que el Jubileo sea ocasión para derribar todos los muros de separación: los ideológicos, que tantas veces marcan la vida política, y también los materiales, como la división que afecta desde hace ya cincuenta años a la isla de Chipre y que ha lacerado el tejido humano y social. Hago votos para que se pueda alcanzar una solución compartida, una solución que ponga fin a la división respetando plenamente los derechos y la dignidad de todas las comunidades chipriotas.


Jesús, el Verbo eterno de Dios hecho hombre, es la Puerta abierta de par en par; es la Puerta abierta de par en par que estamos invitados a pasar para redescubrir el sentido de nuestra existencia y la sacralidad de cada vida —cada vida es sagrada—, y para recuperar los valores fundamentales de la familia humana. Él nos espera en ese umbral. Nos espera a cada uno de nosotros, especialmente a los más frágiles. Espera a los niños, a todos los niños que sufren por la guerra y sufren por el hambre. Espera a los ancianos —nuestros ancestros—, obligados muchas veces a vivir en condiciones de soledad y abandono. Espera a cuantos han perdido la propia casa o huyen de su tierra, tratando de encontrar un refugio seguro. Espera a cuantos han perdido o no encuentran trabajo. Espera a los encarcelados que, a pesar de todo, son hijos de Dios, siguen siendo hijos de Dios. Espera a cuantos son perseguidos por su fe. Que son muchos.


En este día de fiesta, que no falte nuestra gratitud hacia quien se esmera al máximo por el bien de manera silenciosa y fiel. Pienso en los padres, los educadores y los maestros, que tienen la gran responsabilidad de formar a las nuevas generaciones; pienso en el personal sanitario, en las fuerzas del orden, en cuantos llevan adelante obras de caridad, especialmente en los misioneros esparcidos por el mundo, que llevan luz y consuelo a tantas personas en dificultad. A todos ellos queremos decirles: ¡gracias!


Hermanos y hermanas, que el Jubileo sea la ocasión para perdonar las deudas, especialmente aquellas que gravan sobre los países más pobres. Cada uno de nosotros está llamado a perdonar las ofensas recibidas, porque el Hijo de Dios, que nació en la fría oscuridad de la noche, perdona todas nuestras ofensas. Él ha venido a curarnos y perdonarnos. Peregrinos de esperanza, vayamos a su encuentro. Abrámosle las puertas de nuestro corazón. Abrámosle las puertas de nuestro corazón, como Él nos ha abierto de par en par la puerta del suyo.


A todos les deseo una serena y santa Navidad.

La Natividad del Señor

Primera Lectura

Lectura del libro de Isaías (52,7-10):

¡Qué hermosos son sobre los montes

los pies del mensajero que proclama la paz,

que anuncia la buena noticia,

que pregona la justicia,

que dice a Sión: «¡Tu Dios reina!».

Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro,

porque ven cara a cara al Señor,

que vuelve a Sión.

Romped a cantar a coro,

ruinas de Jerusalén,

porque el Señor ha consolado a su pueblo,

ha rescatado a Jerusalén.

Ha descubierto el Señor su santo brazo

a los ojos de todas las naciones,

y verán los confines de la tierra

la salvación de nuestro Dios.

Palabra de Dios

Salmo 97,R/. Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios.

Segunda Lectura

Lectura de la carta a los Hebreos (1,1-6):

En  muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas.

En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha realizado los siglos.

Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de la Majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado.

Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy»; y en otro lugar: «Yo seré para él un padre, y el será para mi un hijo»?

Asimismo, cuando introduce en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios».

Palabra de Dios

Santo Evangelio según san Juan (1,1-18):

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.

Él estaba en el principio junto a Dios.

Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.

En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio d él.

No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.

El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.

En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.

Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.

Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.

Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne,

ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de él y grita diciendo:

«Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».

Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.

Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo.

A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Palabra del Señor

Compartimos:

Todo llega. Después de las cuatro semanas de Adviento, hoy celebramos la Navidad y echamos la casa por la ventana. La Iglesia se nos llena de blanco, de flores, de cantos de alegría. Hasta nuestras calles y nuestras casas están adornadas de mil maneras. La tradición de cada país ha sido riquísima en formas. Hasta muchos de los que no creen en Dios en el mundo occidental se dejan llevar por la alegría de esta celebración. Es una fiesta emotiva y familiar. Es una fiesta que a muchos les toca el corazón. Y eso es bueno. No hay por qué despreciarlo, que los caminos de Dios para llegar al corazón de las personas son muchos y muy variados.


Pero quizá conviene que nosotros los creyentes hagamos el esfuerzo de atravesar las capas más superficiales de esta fiesta, que no nos dejemos engañar por las apariencias ni por las lucecitas ni por las bolas de colores. Y que vayamos a lo más central de esta celebración que recuerda un momento decisivo en nuestra historia. Porque esto que llamamos Navidad sería casi mejor que lo llamásemos la fiesta de la Encarnación. Hacemos memoria de la entrada gloriosa de Dios en nuestro mundo, cuando se hizo uno de nosotros, uno de nuestra carne y sangre, cuando nos demostró que no le somos indiferentes sino que su amor es tan grande que se manifestó, se hizo carne, entre nosotros.


Pero conviene que vayamos todavía un poco más allá. Porque siendo importante el hecho, Dios se encarna, también son importantes las circunstancias de la encarnación. No es lo mismo nacer en un palacio que en un estable maloliente y sucio. No es lo mismo ser hijo del rico y poderoso que nacer en una familia humilde y pobre, para los que no hubo sitio en la posada (y para los ricos siempre hay sitio, como sabemos todos). Conviene mirar al belén y desnudarle de todos sus adornos. Porque Dios, nuestro Dios, el Todopoderoso, se encarnó pero lo hizo en la criatura más frágil, vulnerable e indefensa que uno se pueda imaginar: un niño recién nacido. Así se abajó Dios para hacerse uno de nosotros. Se encarnó en todo lo contrario del Todopoderoso, que es como imaginamos a Dios. En Navidad Dios se hizo nada-poderoso. Como nosotros. Eso sí es cercanía y solidaridad. Eso sí es “Dios-con-nosotros”.

martes, 24 de diciembre de 2024

Feria de Adviento (24 de diciembre)

Primera Lectura

Lectura del segundo libro de Samuel (7,1-5.8b-12.14a.16):

Cuando el rey David se asentó en su casa y el Señor le hubo dado reposo de todos sus enemigos de alrededor, dijo al profeta Natán:

«Mira, yo habito en una casa de cedro, mientras el Arca de Dios habita en una tienda».

Natán dijo al rey:

«Ve y haz lo que desea tu corazón, pues el Señor está contigo».

Aquella noche vino esta palabra del Señor a Natán:

«Ve y habla a mi siervo David: «Así dice el Señor: ¿Tú me va a construir una casa para morada mía?

Yo te tomé del pastizal, de andar tras el rebaño, para que fueras jefe de mi pueblo Israel. He estado a tu lado por donde quiera que has ido, he suprimido a todos tus enemigos ante ti y te he hecho tan famoso como los grandes de la tierra. Dispondré un lugar para mi pueblo Israel y lo plantaré para que resida en él sin que lo inquieten, ni le hagan más daño los malvados, como antaño, cuando nombraba jueces sobre mi pueblo Israel. A ti te he dado reposo de todos tus enemigos. Pues bien, el Señor te anuncia que te va a edificar una casa.

En efecto, cuando se cumplan tus días y reposes con tus padres, yo suscitaré descendencia tuya después de ti. Al que salga de tus entrañas le afirmaré su reino. Yo seré para él un padre, y él será para mi un hijo.

Tu casa y tu reino se mantendrán siempre firmes ante mi; tu trono durará para siempre»».

Palabra de Dios

Salmo 88 R/. Cantaré eternamente tus misericordias, Señor

Santo Evangelio según san Lucas (1,67-79):

En aquel tiempo, Zacarías, padre de Juan, se llenó de Espíritu Santo y profetizó diciendo:

«“Bendito sea el Señor, Dios de Israel”,

porque ha visitado y “redimido a su pueblo”,

suscitándonos una fuerza de salvación

en la casa de David, su siervo,

según lo había predicho desde antiguo

por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos

y de la mano de todos los que nos odian;

realizando la “misericordia que tuvo con nuestros padres,

recordando su santa alianza”

y “el juramento que juró a nuestro padre Abrahán” para concedernos

que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos,

le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,

porque irás delante “del Señor a preparar sus caminos”,

anunciando a su pueblo la salvación

por el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,

nos visitará el sol que nace de lo alto,

para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte,

para guiar nuestros pasos por el camino de la paz».

Palabra del Señor

Compartimos:

Hoy toca en el evangelio de Lucas justo el último texto antes del relato del nacimiento de Jesús. Se nota que mañana es Navidad. Se trata de un antiguo canto de alabanza a Dios, que el evangelista pone en labios de Zacarías. Como en todos estos textos de la infancia de Jesús, que sirven de prólogo a los Evangelios, Lucas trata de sintetizar lo que es fundamental de lo que luego se va a exponer, cuando relate la vida, hechos y palabras de Jesús.


Sería bueno que utilizásemos este cántico como parte de nuestra oración diaria. Así lo hace la Iglesia desde tiempos inmemoriales en su oración de la mañana. Cada verso se podría comentar con detalle porque no hay ni una palabra puesta al azar. Da para meditar y alabar y orar.


Pero me voy a centrar en la parte que empieza por “Es la salvación… y termina en “en su presencia todos nuestros días”. El párrafo anterior se ha dedicado a alabar a Dios por la salvación que está por venir. Es esa fuerza de salvación que Dios ha suscitado en la casa de David. Pero las líneas que siguen nos dicen cuál es el objetivo de esa acción de Dios, que es nuestra salvación.


El cántico lo expresa con mucha claridad: la salvación de Dios nos libra de nuestros enemigos y de la mano de los que nos odian. Es decir, la salvación se orienta a liberarnos de todo lo que puede amenazar nuestra vida. Es una salvación que, ante los peligros, nos devuelve la esperanza. Es el cumplimiento de la antigua promesa. Dios no se ha olvidado de nosotros.


Lo que sigue es más importante aún. Esa salvación nos concede que libres de temor… le sirvamos con santidad y justicia. Hay que subrayar ese “libres de temor”. Seguir a Jesús no lo hacemos porque tengamos miedo a la condenación o vete tú a saber qué otras razones. Seguir a Jesús lo hacemos en libertad. Una libertad y una vida que se pone al servicio de la santidad y la justicia. Dicho con las palabras que aparecerán más adelante repetidamente en los Evangelios, es una libertad puesta al servicio del amor. Con Jesús se supera la ley y entra en el camino del amor. Para eso nos ha liberado su salvación. Para amar.

lunes, 23 de diciembre de 2024

Feria de Adviento (23 de diciembre).

Primera Lectura

Lectura de la profecía de Malaquías (3,1-4.23-24):

Esto dice el Señor Dios:

«Voy a enviar a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí.

De repente llegará a su santuario el Señor a quien vosotros andáis buscando; y el mensajero de la alianza en quien os regocijáis, mirad que está llegando, dice el Señor del universo.

¿Quién resistirá el día de su llegada? ¿Quién se mantendrá en pie ante su mirada? Pues es como el fuego de fundidor, como lejía de lavandero. Se sentará como fundidor que refina la plata; refinará a los levitas y los acrisolará como oro y plata, y el Señor recibirá ofrenda y oblación justas.

Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en tiempos pasados, como antaño.

Mirad, os envío al profeta Elías, antes de que venga el Día del Señor, día grande y terrible. Él convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir a castigar y destruir la tierra».

Palabra de Dios

Salmo 24,R/. Levantaos, alzad la cabeza;se acerca vuestra liberación.

Santo Evangelio según san Lucas (1,57-66):

A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella.

A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo:

«¡No! Se va a llamar Juan».

Y le dijeron:

«Ninguno de tus parientes se llama así».

Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y todos se quedaron maravillados.

Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios.

Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaban diciendo:

«Pues ¿qué será este niño?»

Porque la mano del Señor estaba con él.

Palabra del Señor

Compartimos:

Estamos leyendo estos días los llamados “evangelios de la infancia”. En realidad, sirven como prólogos para que luego tanto Mateo como Lucas se explayen en la vida pública de Jesús, contándonos sus andanzas como predicador itinerante y, sobre todo, el relato de su pasión. Como todo prólogo, estos relatos tratan de plantear al lector lo fundamental de la vida de Jesús.


El relato de hoy cuenta el nacimiento de Juan Bautista. Él es el precursor, el que va anunciar la llegada del Mesías, de Jesús. En el relato hay una discusión o debate entre los padres de Juan y el resto de los familiares. Estos se extrañan de que le vayan a llamar Juan. Parece ser que era un nombre nuevo en la familia. Los padres se llamaban Zacarías e Isabel. Nadie antes se había llamado Juan. Pero tanto Isabel como Zacarías afirman con rotundidad que el niño que ha nacido se va a llamar Juan. Rompen así con la tradición, con lo que se hacía siempre. Comienza una nueva historia en esa familia.


El nombre “Juan” viene del hebreo y se podría traducir por “Dios es misericordioso” o “Dios es bueno” pero también por “aquel que está lleno de la gracia de Dios”. En cualquier caso, la bendición de Dios está con aquel al que van a llamar Juan.


Esa bendición se mezcla con la ruptura con la tradición que supone el que sea un nombre nuevo en la familia. De esta forma, el evangelista nos está indicando que hay un comienzo nuevo en la historia. El nacimiento de Juan, su nombre nuevo, marca un final y un comienzo. Lo que se había hecho hasta entonces ya no valía. Lo nuevo que viene rompe esquemas e invita al asombro. Es exactamente eso lo que piensan los vecinos de Zacarías e Isabel, que se preguntaban “¿Qué va a ser de este niño?” Porque en su mismo nombre veían que la mano de Dios estaba con él. Y Dios es siempre sorprendente.


De esta manera el evangelista nos va invitando a seguir leyendo, a dejarnos llevar por la sorpresa al conocer la historia de Juan y de Jesús. Por ahora, nos quedamos en la admiración. Ya tendremos muchos días para conocer más de cerca lo que la vida de Jesús nos va a ofrecer.

sábado, 21 de diciembre de 2024

IV Domingo de Adviento

Primera Lectura

Lectura de la profecía de Miqueas (5,1-4):

Esto dice el Señor:

«Y tú, Belén Efratá,

pequeña entre los clanes de Judá,

de ti voy a sacar

al que ha de gobernar Israel;

sus orígenes son de antaño,

de tiempos inmemorables.

Por eso, los entregará

hasta que dé a luz la que debe dar a luz,

el resto de sus hermanos volverá

junto con los hijos de Israel.

Se mantendrá firme,

pastoreará con la fuerza del Señor,

con el dominio del nombre del Señor, su Dios;

se instalarán, ya que el Señor

se hará grande hasta el confín de la tierra.

Él mismo será la paz».

Palabra de Dios

Salmo 79,R/. Oh Dios, restáuranos,que brille tu rostro y nos salve.

Segunda Lectura

Lectura de la carta a los Hebreos (10,5-10):

Hermanos:

Al entrar Cristo en el mundo dice:

«Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas,

pero me formaste un cuerpo;

no aceptaste

holocaustos ni víctimas expiatorias.

Entonces yo dije: He aquí que vengo

—pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mí—

para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad».

Primero dice: «Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias», que se ofrecen según la ley. Después añade: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad».

Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.

Palabra de Dios

Santo Evangelio según San Lucas (1,39-45):

En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a un a ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó:

«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».

Palabra de Dios

Compartimos:

Nos han acompañado, a lo largo del Adviento, figuras tan importantes como el profeta Isaías, las cartas de Pablo, san José o Juan el Bautista. Y, claro está, no podíamos llegar a la Navidad sin contemplar la figura de la Virgen María. La contemplamos Inmaculada, en los primeros días, y la vemos disponible, cumpliendo la voluntad del Padre, como lógica consecuencia de un “sí” que cambió la historia del mundo, en vísperas de la Navidad.


Las lecturas nos hablan hoy de valor de lo pequeño, de la pobreza. Tanto Miqueas, como el evangelista Lucas, se refieren a eso. La primera lectura se escribe en un tiempo en el que la situación social, política y económica eran penosas. Era difícil ver la luz en medio de la calamidad. Por eso las palabras de Miqueas resuenan con más fuerza. De ese pequeño clan saldrá el futuro rey de Israel. Algo imposible para el hombre, pero no para Dios. Es una promesa de paz. Y de paz duradera. Entonces, como ahora, el mundo no anda precisamente sobrado de paz. Y ahí podemos ver un primer reto, para nosotros, cristianos del siglo XXI: sembrar paz en el propio corazón, en la familia, en la comunidad…


El profeta Miqueas pensaba ciertamente en un rey de la dinastía de David. Un rey al uso, con las limitaciones que solían tener los monarcas de su tiempo. Pero Dios –como suele hacer– cumple sus promesas más allá de toda expectativa humana. Deja que pasen otros 700 años y una mujer, María, da a luz al anunciado Hijo de David.


Es que Dios lo cambia todo. Lo recuerda el autor de la Carta a los Hebreos, hablando de los sacrificios de animales que se celebraban en el templo de Jerusalén. Hasta la llegada de Cristo, había que cumplir con múltiples normas rituales. Pero Jesús lo renueva todo. No ofrece un sacrificio, sino que se ofrece a sí mismo, dando cumplimiento a las palabras del salmo 40 (39): “aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Su sacrificio pone fin a las ofrendas cruentas, para inaugurar una nueva era. no son nuestros sacrificios, ni nuestras ofrendas las que nos salvan, es el sacrificio único de Cristo el que nos ha reconciliado con Dios.


Cristo se ofreció a sí mismo al Padre, le ofreció el sacrificio de Sí mismo, como víctima de propiciación por nuestros pecados. Ofrezcamos también nosotros al Padre el sacrificio de nosotros mismos, obedeciendo siempre su voluntad. Y hagámoslo uniendo el sacrificio de nosotros mismos unido al sacrificio de Cristo. En el tramo final del Adviento de este año, puede ser una buena oración el pedirle al Padre que nos ayude a buscar su voluntad y – muy importante – cumplirla. Como hizo Jesús, como hizo su Madre, María.


También era pobre y pequeña María. La Virgen María que, después de ser sorprendida por Dios, se pone con prisa en camino, para ayudar a su prima Isabel. Sin pensar en su pequeñez, en su pobreza, responde a la necesidad que percibe. Como en las bodas de Caná de Galilea. No debió de ser fácil llegar a su destino, por caminos poco seguros y ya esperando a Jesús. Pero lo hizo. A nosotros nos cuesta a veces levantar el teléfono para llamar a un familiar o a un amigo del que hace mucho que no sabemos nada, o cruzar la calle para hacerle la compra a un anciano impedido. Menuda diferencia.


María lo hace todo por fe. Por pura fe. La fe de María la hace feliz, dichosa, bienaventurada. La fe de María no fue intelectual, nacida de una comprensión completa de las palabras del ángel Gabriel. La fe de María fue una fe existencial, nacida del amor y de la confianza en el Dios que le hablaba a través de su mensajero. Así es siempre la fe verdadera, la que mueve montañas y la que hace milagros. La razón no enciende, por sí sola, el fuego creyente del corazón, porque la fe sin amor es una fe fría y arrobada. La fe que nos hace felices es la fe que brota del corazón creyente, la fe que se apoya en esas razones que tiene el corazón y que la razón no entiende, como nos dijo Pascal.


Como hizo María, es bueno que queramos salir de nosotros mismos, que empecemos a andar, a ir hacia los demás. Con el ejemplo de María, en este cuarto domingo de Adviento, cuando ya estamos a las puertas de la Navidad, es bueno que nos propongamos hacer de nuestra vida un camino hacia el prójimo, para ofrecerles ayuda, para llevarles un mensaje de paz. Al final, lo que quedará de nuestra vida, a los ojos de Dios, es lo que hayamos hecho por el prójimo. El egoísmo es una fuerza centrípeta, que nos empuja a caminar siempre en dirección hacia nosotros mismos, mientras que el amor es la gran fuerza centrífuga, que nos empuja a caminar en dirección a los demás.


Dios quiere que también nosotros, como María, vivamos siempre caminando hacia el prójimo, dando a los demás en todo momento lo mejor de nosotros mismos, llevando alegría a nuestros hermanos. Vivir el Adviento como un camino de amor hacia el prójimo es una forma muy cristiana de prepararse para la Navidad. Si Juan personifica la llamada a la conversión, María significa la actitud de fe. María es la mujer que acoge la Palabra y la mujer que entra en las intenciones de Dios. Percibe lo que Dios quiere para ella y lo lleva a cabo. Siempre disponible. Portadora de alegría. Por eso es bendita entre las mujeres. Por eso es un modelo para todos nosotros.

Feria de Adviento (21 de diciembre). San Pedro Canisio, presbítero y doctor de la Iglesia

Primera Lectura

Lectura del libro del Cantar de los Cantares (2,8-14):

¡La voz de mi amado!

Vedlo, aquí llega,

saltando por los montes,

brincando por las colinas.

Es mi amado un gamo,

parece un cervatillo.

Vedlo parado tras la cerca,

mirando por la ventana,

atisbando por la celosía.

Habla mi amado y me dice:

«Levántate, amada mía,

hermosa mía y ven.

Mira, el invierno ya ha pasado,

las lluvias cesaron, se han ido.

Brotan las flores en el campo,

llega la estación de la poda,

el arrullo de la tórtola

se oye en nuestra tierra.

En la higuera despuntan las yemas,

las viñas en flor exhalan se perfume.

Levántate, amada mía,

hermosa mía, y vente.

Paloma mía, en las oquedades de la roca,

en el escondrijo escarpado,

déjame ver tu figura,

déjame escuchar tu voz:

es muy dulce tu voz

y fascinante tu figura».

Palabra de Dios

Salmo 32,R/. Aclamad, justos, al Señor;cantadle un cántico nuevo.

Santo Evangelio según san Lucas (1,39-45):

En aquellos días, María se levantó y puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz exclamó:

«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!

¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».

Palabra del Señor

Compartimos:

El Evangelio de hoy pertenece a lo que se ha dado en llamar los evangelios de la infancia. También se podrían llamar el prólogo que ponen los evangelistas Mateo y Lucas a la historia de Jesús. Y, como todo buen prologo, se presenta al personaje y se plantean las ideas fundamentales que luego se van a desarrollar en el libro. En nuestro cosa los elementos que van a ser más característicos de la vida del personaje protagonista del libro.


Por eso me parece que este relato de la visita de María, ya embarazada de Jesús a su prima Isabel no es un relato inocente que cuenta esa visita de una prima a otra, curiosamente las dos embarazadas, como quien cuenta la visita que hace una familiar a otra. Nos quiere decir algo más que eso.


La interpretación más tradicional que se ha hecho de esta visita es que María, al conocer por el ángel la noticia de que su primera está embarazada corre aprisa para ayudarla en todo lo que sea necesario. Se solía apuntar que al estar Isabel ya entrada en años necesitaría más ayuda en esos momentos. De ahí la presencia y la mano generosa de María cerca de su prima. Pero creo que hay algo más.


Esta visita me hace pensar en Jesús cuando dice, ya de adulto, que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate por muchos. Me hace pensar en las muchas veces que Jesús se preocupa por las necesidades de los que se acercan a él. Me hace pensar en la última cena cuando Jesús se inclina para lavar los pies a sus discípulos. Y todo ello me hace pensar que Lucas nos está poniendo ya en María, la madre de Jesús, una dimensión que es fundamental en la vida de Jesús y que deberá ser fundamental en la vida de sus seguidores: ponerse al servicio de los demás. Ya María se pone al servicio de su prima necesitada de ayuda. Y así nos prepara para entender que la vida de Jesús va a ser un ponerse siempre al servicio de los demás: de los que tienen hambre, de los que sufren por cualquier causa. Jesús se va a poner en todo momento al lado de los más pobres y necesitados. Y ya en el prólogo lo vemos en la actitud de la misma María, que había entendido ya que el Mesías no venía para ser servido sino para servir.