sábado, 30 de noviembre de 2024

San Andrés, apóstol

Primera Lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (10,9-18):

Si tus labios profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás. Por la fe del corazón llegamos a la justificación, y por la profesión de los labios, a la salvación. Dice la Escritura: «Nadie que cree en él quedará defraudado.» Porque no hay distinción entre judío y griego; ya que uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan. Pues «todo el que invoca el nombre del Señor se salvará.» Ahora bien, ¿cómo van a invocarlo, si no creen en él?; ¿cómo van a creer, si no oyen hablar de él?; y ¿cómo van a oír sin alguien que proclame?; y ¿cómo van a proclamar si no los envían? Lo dice la Escritura: «¡Qué hermosos los pies de los que anuncian el Evangelio!» Pero no todos han prestado oído al Evangelio; como dice Isaías: «Señor, ¿quién ha dado fe a nuestro mensaje?» Así pues, la fe nace del mensaje, y el mensaje consiste en hablar de Cristo. Pero yo pregunto: «¿Es que no lo han oído?» Todo lo contrario: «A toda la tierra alcanza su pregón, y hasta los límites del orbe su lenguaje.»

Palabra de Dios

Salmo 18,R/. A toda la tierra alcanza su pregón

 Santo Evangelio según san Mateo (4,18-22):

En aquel tiempo, pasando Jesús junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: «Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.»

Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.

Palabra del Señor

Los apóstoles no son doce santos más dentro de la inmensa serie; y no se distinguen precisamente por venir acompañados de un veranillo o de otros regalos gratificantes. En Apoc 21,14 se dice que la Ciudad Santa o Iglesia glorificada tiene “doce cimientos, que llevan los nombres de los Doce Apóstoles del Cordero”. Los apóstoles son el cimiento de la Iglesia; sobre ellos se asienta nuestra fe y sobre su ejemplo nuestra forma de seguir a Jesús. En el credo confesamos que la Iglesia es “apostólica”, y, con buen criterio, la liturgia califica el recuerdo de los apóstoles como “fiesta“, no mera “memoria”.


Indudablemente el inicio del seguimiento de Jesús por Pedro y Andrés, y por Juan y Santiago, fue más complicado que lo que hoy nos narra el evangelio. No consta que conociesen a Jesús previamente, y nadie se va sin más con un desconocido que le habla en lenguaje apenas comprensible. ¿Qué entenderían por ser “pescadores de hombres”? Seguramente, cuando Jesús les habla de que le sigan, le preguntarán a dónde, o quizá previamente quién es él; y luego, qué es eso de “pescar hombres” en vez de peces, etc.


Pero la catequesis de la Iglesia primitiva, y su puesta por escrito en los evangelios, no pretenden simplemente informar, o saciar curiosidades, sino interpelar a los nuevos creyentes y llevarlos a la nueva forma del seguimiento de Jesús. Por eso la narración de la llamada se ciñe a cuatro elementos muy simples, que decían mucho a los nuevos adeptos a Jesús y deben decírnoslo a nosotros:


*Es Jesús quien ve, quien se fija. Todo es regalo, Andrés y Pedro no le buscaban.


*Jesús llama en imperativo, con autoridad; no hace una mera propuesta. Muestra llevar consigo toda la autoridad de Yahvé, que justificó el Decálogo con sola su autoridad: “Yo, el Señor”.


*Para irse con Jesús abandonan las redes. Jesús quiere ser seguido por personas libres, “desenredadas”. Él se presenta como el incompatible con cualquier otro interés; Yahvé se definía como un “Dios celoso”, que no toleraba otro dios a su lado (Ex 20,5); Jesús, en la misma línea, no tolera ningún otro valor a su lado: “quien no renuncie a todo lo que posee no puede ser discípulo mío” (Lc 14,33).


*La conclusión de la escena, en su esquematismo catequético, es el seguimiento. Ya el Antiguo Testamento hablaba de seguir a figuras religiosas modélicas; Eliseo seguía a Elías (1Re 19,21), para lo cual quemó hasta sus aperos de labranza.


El seguimiento de Jesús por sus discípulos (entre ellos hay también discípulas: Juana, Susana, María de Magdala y otras [Lc 8,2s]) es mucho más que un desplazamiento local. Acompañarán a un Maestro que constantemente los invita a un desplazamiento de criterio, de mentalidad, a ver la vida de otra forma. Seguir a Jesús es acoger su palabra, observar y asimilar sus actitudes y comportamientos, compartir su esperanza, imitar su amplitud de corazón… e incluso mostrar desacuerdos con lo que no es según el plan de Dios y, por ello, jugarse el tipo: al parecer, casi todos los apóstoles murieron mártires.


Según comprensión eclesial ininterrumpida desde la época apostólica, los obispos son los sucesores de los apóstoles; están dotados de su autoridad y responsabilidad. Pero, a otro nivel, todo creyente es sucesor de los apóstoles: llamado como ellos a compartir los criterios de Jesús, a copiar sus comportamientos y actitudes, a vivir embelesado por su persona, a asumir su tarea profético-“pesquera”… y a entregar la vida como él y ellos la entregaron. Fiesta de S. Andrés, de un apóstol: llamada a cada uno de nosotros a refrescar nuestra vocación al seguimiento.

viernes, 29 de noviembre de 2024

Viernes de la XXXIV Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura del libro del Apocalipsis (20,1-4.11-15):

Yo, Juan, vi un ángel que bajaba del cielo con la llave del abismo y una cadena grande en la mano. Sujetó al dragón,

la antigua serpiente, o sea, el Diablo o Satanás, y lo encadenó por mil años; lo arrojó al abismo, echó la llave y puso un sello encima, para que no extravíe a las naciones antes que se cumplan los mil años. Después tiene que ser desatado por un poco de tiempo. Vi unos tronos y se sentaron sobre ellos, y se les dio el poder de juzgar; vi también las almas de los decapitados por el testimonio de Jesús y la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen y no habían recibido su marca en la frente ni en la mano. Estos volvieron a la vida y reinaron con Cristo mil años.

Vi un trono blanco y grande, y al que estaba sentado en él. De su presencia huyeron cielo y tierra, y no dejaron rastro. Vi a los muertos, pequeños y grandes, de pie ante el trono. Se abrieron los libros y se abrió otro libro, el de la vida. Los muertos fueron juzgados según sus obras, escritas en los libros. El mar devolvió a sus muertos, Muerte y Abismo devolvieron a sus muertos, y todos fueron juzgados según sus obras. Después, Muerte y Abismo fueron arrojados al lago de fuego —el lago de fuego es la muerte segunda—. Y si alguien no estaba escrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego.

Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo.

Palabra de Dios

Salmo 83 R/. He aquí la morada de Dios entre los hombres.

Santo Evangelio según san Lucas (21,29-33):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos una parábola:

«Fijaos en la higuera y en todos los demás árboles: cuando veis que ya echan brotes, conocéis por vosotros mismos que ya está llegando el verano.

Igualmente vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios.

En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán».

Palabra del Señor

Compartimos:

Las expresiones “estas cosas” y “todo eso”, casi idénticas en el texto original, ha servido de grapa para unir dos enseñanzas de Jesús independientes en su origen: una parábola sobre los signos del tiempo mesiánico y una llamada a su generación a que perciba que ya está inmersa en los acontecimientos salvíficos finales. Quizá la expresión “todo esto” no signifique lo mismo en ambos contextos. Un documento de la Pontificia Comisión Bíblica de 1964, época del Vaticano II, advierte que los evangelios no siempre transmiten los dichos de Jesús en el orden cronológico en que él los pronunció, ni tampoco en su exacta literalidad, sino con variaciones, conservando el sentido que él les daba.


Pertenece a la primera época de la actividad de Jesús la llamada al júbilo, a abrir los ojos ante lo que está sucediendo: él va realizando acciones compasivas, curando tristezas, dirigiendo palabras de perdón, acogiendo a pecadores públicos y otros marginados, curando a enfermos físicos o psíquicos. Libera a muchos de la angustia, contagia salud mental invitando a contemplar al Dios Padre y providente que alimenta hasta a los impuros gorriones: “no andéis angustiados… Ya sabe vuestro Padre…” (Lc 12,29-30). Dios ha comenzado a reinar, las cosas van siendo como él desea que sean, y los seguidores de Jesús ven “todo esto”.


Nosotros, como aquellos discípulos, debemos acoger la llamada del Maestro a observar “esas cosas” que están ya sucediendo y, en consecuencia, exclamar: efectivamente “el reino de Dios está en medio de nosotros” (Lc 17,21). Fijémonos en la reciente reacción humanitaria, generosa y desinteresada, de creyentes y no creyentes, en favor de los damnificados de Valencia (mientras los políticos se debatían de forma vergonzante en otros intereses); Jesús habrá dicho también: si todo eso sucede… el Reino de Dios anda de por medio. Hace años, algunos políticos, hablaban de “brotes verdes”, signos de superación de una gran crisis económica; Jesús invita a observar el verdor de las yemas de la higuera, o, en otro momento, el color dorado del trigo (Jn 4,35). Ojalá el Señor nos conceda ojos limpios para percibir esos “brotes verdes” de su salvación.


El segundo dicho, aparentemente relacionado con el cuándo de la llegada de la salvación, crea más problemas de comprensión, pues hace suponer en Jesús un error de cálculo, como si fuese un adepto de cualquier secta excéntrica de nuestro tiempo. Aquí es obligado aludir a un problema filológico. Jesús, plenamente encarnado en su tiempo y cultura, habló en un idioma muy pobre en conjunciones. Según los expertos, casi la totalidad de los textos evangélicos que suenan “antes que” o “no antes que” son traducción errónea al griego de frases arameas ambiguas; y nosotros dependemos de esa mala traducción (¡también nosotros estamos sometidos a la limitación de la encarnación!). El dicho en sí, independiente de la parábola que lo precede, debe de referirse a toda la obra salvífica de Jesús, que forma un todo desde su encarnación hasta su resurrección y parusía. Y la generación contemporánea de Jesús ya está disfrutando de ese hecho salvífico global; no es para ella solo objeto de esperanza, sino de disfrute actual. Quizá la traducción correcta sería: “Todo eso es ya una realidad en esta generación”. Y esto nos invita nuevamente a contemplar “todas estas cosas”, la salvación ya en marcha, y valorar lo que nos ha tocado en suerte. Acojamos gozosos su magisterio, sus palabras que “no pasarán”; es una especie de juramento en labios de Jesús.

jueves, 28 de noviembre de 2024

Jueves de la XXXIV Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura del libro del Apocalipsis (18,1-2.21-23;19,1-3.9a):

Yo, Juan, vi un ángel que bajaba del cielo con gran autoridad, y la tierra se deslumbró con su resplandor. Y gritó con fuerte voz:

«Cayó, cayó la gran Babilonia. Y se ha convertido en morada de demonios, en guarida de todo espíritu inmundo, en guarida de todo pájaro inmundo y abominable.

Un ángel vigoroso levantó una piedra grande como una rueda de molino y la precipitó al mar diciendo:

«Así, con este ímpetu será precipitada Babilonia, la gran ciudad, y no quedará rastro de ella. No se escuchará más en ti la voz de citaristas ni músicos, de flautas y trompetas. No habrá más en ti artífices de ningún arte; y ya no se escuchará en ti el ruido del molino; ni brillará más en ti luz de lámpara; ni se escuchará más en ti la voz del novio y de la novia, porque tus mercaderes eran los magnates de la tierra y con tus brujerías embaucaste a todas las naciones».

Después de esto oí en el cielo como el vocerío de una gran muchedumbre, que decía:

«Aleluya La salvación, la gloria y el poder son de nuestro Dios, porque sus juicios son verdaderos y justos. Él ha condenado a la gran prostituta que corrompía la tierra con sus fornicaciones, y ha vengado en ella la sangre de sus siervos».

Y por segunda vez dijeron:

«¡Aleluya!».

Y el humo de su incendio sube por los siglos de los siglos.

Y me dijo:

«Escribe: “Bienaventurados los invitados al banquete de bodas del Cordero”».

Palabra de Dios

Salmo 99,R/. Bienaventurados los invitados al banquete de bodas del Cordero.

Santo Evangelio según san Lucas (21,20-28):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Cuando veáis a Jerusalén sitiada por ejércitos, sabed que entonces está cerca su destrucción.

Entonces los que estén en Judea, que huyan a los montes; los que estén en medio de Jerusalén, que se alejen; los que estén en los campos, que no entren en ella; porque estos son “días de venganza” para que se cumpla todo lo que está escrito.

¡Ay de las que estén encintas o criando en aquellos días!

Porque habrá una gran calamidad en esta tierra y un castigo para este pueblo.

“Caerán a filo de espada”, los llevarán cautivos “a todas las naciones”, y “Jerusalén será pisoteada por gentiles”, hasta que alcancen su plenitud los tiempos de los gentiles.

Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas.

Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria.

Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación».

Palabra del Señor

Compartimos:

Los primeros predicadores cristianos no eran arqueólogos de los dichos y hechos de Jesús; no los conservaron como intocables piezas de museo, sino como material vivo, que siempre había que actualizar y explicar, a veces ampliándolo; Jesús no dejó tras de sí papagayos, sino heraldos y catequistas. Y los evangelistas recogieron aquellas catequesis que los precedían e hicieron lo mismo con ellas: ampliar, explicar, actualizar.


Hoy nos encontramos muy probablemente con un núcleo de predicación de Jesús en que él mismo echa mano de la imaginería apocalíptica preexistente, cataclismos celestes y maremotos, y que el evangelista actualiza con descripciones tomadas de la historia reciente, conocida por él y por sus lectores: guerra de en torno al año 70 entre Israel y Roma, Jerusalén cercada por los ejércitos imperiales, matanza indiscriminada de judíos como castigo por su rebelión, abundante captura de rehenes y deportación, desplazamientos de población… Las guerras son poco originales, todas se parecen.


Ese es el marco en el que el evangelista encuadra su mensaje, que tiene una enseñanza actual para sus fieles. Ellos conocen la destrucción del pueblo judío y, como otros cristianos de las primeras décadas, o incluso siglos, solo pueden entenderla como abandono de Dios a un pueblo infiel, que no acogió ni reconoció a su Mesías. Precisamente en este evangelio encontramos aquellas lágrimas de Jesús sobre la ciudad santa, lamentando que “el mensaje de paz está escondido a tus ojos…porque no entendiste el momento de mi venida” (Lc 19,41.43). A sus fieles hace el evangelista una advertencia muy seria: con los dones de Dios no se juega, mucho menos con el don supremo del envío de su Hijo; hay que vivir atentos, percibir su presencia, no dejar pasar la ocasión…


Ignoramos en qué medida los destinatarios de este evangelio, de procedencia predominantemente no judía, admitían o siquiera entendían el simbolismo apocalíptico, con sus calamidades, estragos y hecatombes. En todo caso, conocen guerras y persecuciones, y quizá algunos de ellos están sufriendo esas situaciones de angustia. El evangelista, como oportuno pastor y fiel creyente en las promesas de Jesús, les asegura que, venga lo que viniere, ellos están predestinados a disfrutar la gloria del Maestro ya triunfador; al Hijo del Hombre nadie le arrebatará su soberanía, y sus fieles saldrán airosos de toda prueba, pueden andar con la cabeza muy alta.

miércoles, 27 de noviembre de 2024

Empieza el adviento, para reflexionar

 La palabra “adviento” viene del latín adventus, que quiere decir “venida” y se asocia con las cuatro semanas de preparación para la Navidad. El adviento siempre incluye cuatro domingos y empieza desde el domingo más cercano a la fiesta de San Andrés Apóstol (30 de noviembre) y continúa hasta el 24 de diciembre.


En 2023, el Adviento comienza el 3 de diciembre y termina el 24 de Diciembre  (Nochebuena), cuando comienza la Misa de Navidad. El Día de Navidad es el 25 de diciembre.


¿Por qué celebramos el Adviento?

El Catecismo de la Iglesia Católica, en su número 524, nos dice:


Al celebrar anualmente la liturgia de Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida (cf. Ap 22, 17). Celebrando la natividad y el martirio del Precursor, la Iglesia se une al deseo de éste: «Es preciso que él crezca y que yo disminuya».


¿Por qué es importante el Adviento para la Iglesia Católica?

Es un tiempo de preparación para celebrar la Encarnación del Hijo de Dios en Navidad. Así como cada año la Navidad parece empezar con más anticipación en lo comercial, los fieles deben tratar de preparar el corazón para acercarse más al Señor. La Madre Angélica, fundadora de EWTN, dijo una vez:


No dejemos que se nos pase este tiempo sin dar espacio en nuestros corazones a una profunda espiritualidad que nos permita meditar. Meditar el misterio de cómo y por qué este Dios omnipotente, antes quien los ángeles tiemblan, haya descendido y haya vivido nueve meses en el vientre de la mujer más pura y santa de todos los tiempos, pasado y futuro. Él estuvo confinado en un vientre con esa Inteligencia Infinita, ese Poder Infinito y ese Poder del Espíritu Santo.


¿Cómo prepararse durante el Adviento?

En primer lugar, es bueno destinar más tiempo a rezar, puede ser los Misterios gozosos del Rosario, la Corona franciscana y la Novena de Navidad (ver más abajo); todas devociones que nos ayudan a pensar en el misterio de la venida del Señor al mundo.


También es importante leer las Sagradas Escrituras, especialmente los relatos de la infancia de Jesús en Mateo y Lucas. El Catecismo de la Iglesia Católica, en los capítulos 2 y 3 de la segunda parte del Credo, expresan la fe de la Iglesia en la Encarnación y la Natividad del Señor.


Por último, para preparar verdaderamente el corazón, es importante hacer una Confesión al menos una vez durante este tiempo; y quizás ir a Misa durante los días de semana y hacer adoración eucarística cuando sea posible.


¿Cómo se vive el Adviento?

El Adviento es una pequeña Cuaresma: comienza recordando que Cristo vendrá como Juez al final de los tiempos; es un tiempo para pensar en la santidad con la que debemos prepararnos para recibir al Señor. Por eso, aunque no es estrictamente un tiempo de penitencia, los fieles deben volver a poner la mirada en Jesús mediante la oración, la limosna y el sacrificio.


En la última parte del Adviento, esperamos con alegría su Primera Venida, en Belén. Una buena forma de hacerlo es meditar las antífonas de Adviento que se usan en la Misa, porque cada una evoca un título mesiánico de Cristo del Antiguo Testamento.

Miércoles de la XXXIV Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura del libro del Apocalipsis (15,1-4):

Yo, Juan, vi en el cielo otro signo, grande y maravilloso: Siete ángeles que llevaban siete plagas, las últimas, pues con ellas se consuma la ira de Dios.

Vi una especie de mar de vidrio mezclado con fuego; los vencedores de la bestia, de su imagen y del número de su nombre estaban de pie sobre el mar cristalino; tenían en la mano las cítaras de Dios. Y cantan el cántico de Moisés, el siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo:

«Grandes y admirables son tus obras, Señor, Dios omnipotente; justos y verdaderos tus caminos, rey de los pueblos. ¿Quién no temerá y no dará gloria a tu nombre? Porque vendrán todas las naciones y se postrarán ante ti, porque tú solo eres santo y tus justas sentencias han quedado manifiestas».

Palabra de Dios

Salmo 97,R/. Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente.

 Santo Evangelio según san Lucas (21,12-19):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio.

Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.

Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».

Palabra del Señor

Compartimos:

Hoy escuchamos asombrados la severa advertencia del Señor: «Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida» (Lc 21,6). Estas palabras de Jesús se sitúan en las antípodas de una así denominada “cultura del progreso indefinido de la humanidad” o, si se prefiere, de unos cuantos cabecillas tecnocientíficos y políticomilitares de la especie humana, en imparable evolución.


¿Desde dónde? ¿Hasta dónde? Esto nadie lo sabe ni lo puede saber, a excepción, en último término, de una supuesta materia eterna que niega a Dios usurpándole los atributos. ¡Cómo intentan hacernos comulgar con ruedas de molino los que rechazan comulgar con la finitud y precariedad que son propias de la condición humana!


Nosotros, discípulos del Hijo de Dios hecho hombre, de Jesús, escuchamos sus palabras y, haciéndolas muy nuestras, las meditamos. He aquí que nos dice: «Estad alerta, no os dejéis engañar» (Lc 21,8). Nos lo dice Aquel que ha venido a dar testimonio de la verdad, afirmando que aquellos que son de la verdad escuchan su voz.


Y he aquí también que nos asevera: «El fin no es inmediato» (Lc 21,9). Lo cual quiere decir, por un lado, que disponemos de un tiempo de salvación y que nos conviene aprovecharlo; y, por otro, que, en cualquier caso, vendrá el fin. Sí, Jesús, vendrá «a juzgar a los vivos y a los muertos», tal como profesamos en el Credo.


Lectores de Contemplar el Evangelio de hoy, queridos hermanos y amigos: unos versículos más adelante del fragmento que ahora comento, Jesús nos estimula y consuela con estas otras palabras que, en su nombre, os repito: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestra vida» (Lc 21,19).


Nosotros, dándole cordial resonancia, nos exhortamos los unos a los otros: «¡Perseveremos, que con la mano ya tocamos la cima!».

martes, 26 de noviembre de 2024

Martes de la XXXIV Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura del libro del Apocalipsis (14,14-19):

Yo, Juan, miré, y apareció una nube blanca; y sentado sobre La nube alguien como un Hijo de hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro y en su mano una hoz afilada. Salió otro ángel del santuario clamando con gran voz al que estaba sentado sobre la nube:

«Mete tu hoz y siega; ha llegado la hora de la siega, pues ya está seca la mies de la tierra».

El que estaba sentado encima de la nube metió su hoz sobre la tierra y la tierra quedó segada. Otro ángel salió del santuario del cielo, llevando él también una hoz afilada. Y del altar salió otro ángel, el que tiene poder sobre el fuego, y gritó con gran voz al que tenía la hoz afilada, diciendo:

«Mete tu hoz afilada y vendimia los racimos de la viña de la tierra, porque los racimos están maduros».

El ángel metió su hoz en la tierra y vendimió la viña de la tierra y echó las uvas en el gran lagar de la ira de Dios.

Palabra de Dios

Salmo 95,R/. Llega el Señor a regir la tierra.

 Santo Evangelio según san Lucas (21,5-11):

En aquel tiempo, como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo:

«Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida».

Ellos le preguntaron:

«Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?».

Él dijo:

«Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida».

Entonces les decía:

«Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo».

Palabra del Señor

Compartimos:

Estamos llegando al final del año litúrgico y comienzan a ofrecérsenos los textos de género apocalíptico. Por desgracia este término nos llega hoy deformado, con el significado de catastrófico, temible, macabro. No es ese el sentido de los textos apocalípticos de la Biblia; es un género de consolación, en el que, tras describir las pretensiones destructoras del mal y sus fuerzas caóticas, aparecen Dios y su Mesías como vencedores y redentores del pueblo creyente. Este tipo de escritos surgen sobre todo en momentos de gran tribulación, de opresión de la nación judía por pueblos paganos, etc.


Acabamos de celebrar la fiesta de Jesucristo Rey del Universo. Es él quien reina, quien dirige los destinos de la historia; ninguna fuerza maligna se le resiste, pues dispone de una hoz para talar de raíz todo brote de maldad y sufrimiento: tiene que poner “a todos sus enemigos bajo sus pies” (1Co 15,25). Esta lucha de Dios con el mal se expresa con lenguaje figurado, del que cada época echa mano para hablar de sucesos que no caben en conceptos humanos corrientes. Así se creó en la última época veterotestamentaria toda una imaginería convencional que no debe ser leída como un libro de ciencias exactas.


En el texto evangélico de hoy tenemos quizá tres capas superpuestas: imágenes ya previas a Jesús (partiendo de la destrucción del templo por Nabucodonosor), la aportación específica de él (llamada a una renovación religiosa a fondo, de la que el cambio de templo sería un símbolo) y rasgos pastorales añadidos por el evangelista. La comunidad lucana, como las nuestras, no espera ya un fin del mundo inminente como sucedía algunas décadas antes; y esto puede llevarla a adormecerse, al enfriamiento religioso. El evangelista, su pastor, sin azuzar ningún nerviosismo ante catástrofes, tiene que impulsarla a que viva despierta, atenta a las venidas cotidianas del Señor.


Al parecer la comunidad se pregunta por el cuándo y por las señales precursoras del cambio o la victoria final, con las posibles tribulaciones que la acompañen. Y el evangelista invita a no tomar a cualquiera por el Mesías ni cualquier suceso por el acontecimiento final. Parece aconsejar una serena “espiritualidad de la vida ordinaria”.


El evangelista quita importancia a las señales del cielo (cataclismos cósmicos) y de la tierra (terremotos y guerras, destrucción), sin descuidar que todo ello son llamadas. Los intérpretes cristianos (si exceptuamos algunas sectas) han interiorizado siempre esas interpelaciones; en el siglo quinto San Agustín decía que la Biblia no pretende “enseñar cómo va el cielo, sino cómo se va al cielo”. Y en el siglo XX apareció la llamada interpretación existencial: es dentro de mí donde deben producirse cataclismos quizá cotidianos, hasta que llegue el terremoto final, mi plena conversión al evangelio. En lenguaje mítico se transmiten grandes verdades humanas y religiosas; estemos atentos a los símbolos.

lunes, 25 de noviembre de 2024

Lunes de la XXXIV Semana del Tiempo Ordinario. Santa Catalina de Alejandría, virgen y mártir

Primera Lectura

Lectura del libro del Apocalipsis (14,1-3.4b-5):

Yo, Juan, miré y he aquí que el Cordero estaba de pie sobre el monte Sion, y con él ciento cuarenta y cuatro mil que llevaban grabados en la frente su nombre y el nombre de su Padre. Oí también como una voz del cielo, como voz de muchas aguas y como voz de un trueno poderoso; y la voz que escuché era como de citaristas que tañían sus cítaras.

Estos siguen al Cordero adondequiera que vaya. Estos fueron rescatados como primicias de los hombres para Dios y el Cordero. En su boca no se halló mentira: son intachables.

Palabra de Dios

Salmo 23,R/. Esta es la generación que busca tu rostro, Señor.

Santo Evangelio según san Lucas (21,1-4):

En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos, vio a unos ricos que echaban donativos en el tesoro del templo; vio también una viuda pobre que echaba dos monedillas, y dijo:

«En verdad os digo que esa viuda pobre ha echado más que todos, porque todos esos han contribuido a los donativos con lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».

Palabra del Señor

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Lo cantábamos hace algunas décadas: “cuando el pobre nada tiene y aún reparte… va Dios mismo en nuestro mismo caminar”. Probablemente Jesús, cuando contempló el gesto de la viuda pobre y generosa, se reafirmó en su anuncio: “¿Veis como yo tenía razón? Está llegando el Reino de Dios”.


Quizá no sea del todo cierta la afirmación, casi convertida en dogma, de que “los pobres nos evangelizan”. No es raro que a la pobreza material siga la cultural y también la moral: robo, delincuencia, desesperación. Hemos conocido trapicheo de los pobres al participar en un reparto de víveres, hemos sabido de quienes han revendido a otro indigente, a veces a precio de usura, el bocadillo que les acabábamos de comprar. La pobreza severa puede deshumanizar. Lo decía muy bien en su oración el sabio bíblico: “no me des pobreza ni riquezas, sino solo el pan de cada día. Porque teniendo mucho, podría desconocerte y decir: ¿Y quién es el Señor? Y teniendo poco, podría llegar a robar y deshonrar así el nombre de mi Dios” (Prov 30, 9-11).


Jesús declaró dichosos a los pobres, pero no nos invitó a empobrecer a otros para hacerlos dichosos. Lo suyo era un grito kerigmático: Dios va a comenzar a reinar, y esto implicará que las cosas sean como él quiere, que el sufrimiento de los pobres desaparezca. El sufrimiento humano puede llevar a perder todo control, a pervertir los sentimientos del corazón. D. Quijote aconsejaba sabiamente a Sancho, gobernador de la ínsula de Baratria: “procurar la abundancia de los mantenimientos, que no hay cosa que más fatigue el corazón de los pobres que la hambre y la carestía” (p. II, cap. 51).


Hay una pobreza impuesta, forzada, como la que origina el haber nacido en un arrabal y tener que vivir escarbando en el muladar; y existe una pobreza de opción: tantos misioneros y colaboradores voluntarios que dejan el confort de su país y se van a otro continente a servir a carenciados asumiendo su misma condición. Esta pobreza dignifica. Y en este desprendimiento caben grados, entre lo “razonable” y lo “radical”. Esto engendra buenos sentimientos, semejantes a los de la anciana del evangelio.


Y hay una pobreza no llamativa, pero sí persistente y sin perspectiva de cambio: la familia trabajadora humilde, que vive con lo justo y a veces se queda a cero. Tal vez fue el caso de la viejecita del evangelio, que ponía su esperanza en el Dios providente que no abandona a los pobres; se quedó sin nada por el momento: ya surgirá algo. En la tradición paulina se fustiga la avaricia y se invita a la conformidad con lo necesario: “teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto” (1Tim 6,8).


He conocido en mi propia familia, y en otras tan humildes como la mía, la acogida del mendigo transeúnte, a quien se hacía sentar en la mesa familiar y se le daba cobijo por algunos días. La Liturgia de las Horas, elogiando a la santa madre de familia, dice: “En la mesa de los hijos/ hizo a los pobres un sitio”. Es hermosa la realización literal.

domingo, 24 de noviembre de 2024

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO

Plaza de San Pedro

Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!

Hoy el Evangelio de la liturgia (Jn 18,33-37) nos presenta a Jesús frente a Poncio Pilato: fue entregado al procurador romano para que lo condene a muerte. Pero entre los dos inicia – entre Jesús y Pilato – un breve diálogo. A lo largo de las palabras de Pilato y las respuestas del Señor, dos palabras en particular se transforman, adquiriendo un nuevo sentido. Dos palabras: la palabra “rey” y la palabra “mundo”.

En un primer momento, Pilato pregunta a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?» (v. 33). Razonando como un funcionario del imperio, quiere entender si el hombre que tiene frente a él constituye una amenaza y para él un rey es la autoridad que manda sobre todos sus súbditos. ¿Esto sería una amenaza para él, no? Jesús afirma que es un rey, sí, pero de una manera muy diferente. Jesús es rey por ser testigo: es Aquel que dice la verdad (cf. v. 37). El poder real de Jesús, el Verbo encarnado, está en su palabra verdadera, en su palabra eficaz, que transforma el mundo.


Mundo: he aquí el segundo momento. El “mundo” de Poncio Pilato es aquel donde el fuerte vence sobre el débil, el rico, sobre el pobre, el violento, sobre el manso, es decir, un mundo que desafortunadamente conocemos bien. Jesús es Rey, pero su reino no es de ese mundo, tampoco es de este mundo (v. 36). El mundo de Jesús, de hecho, es el nuevo, el eterno, que Dios prepara para todos entregando su vida por nuestra salvación. Es el reino de los cielos, que Cristo lleva a la tierra derramando gracia y verdad (cf. Jn 1,17). El mundo del que Jesús es Rey rescata la creación arruinada por el mal con la fuerza precisamente del amor divino, Jesús salva la creación, porque Jesús libera, Jesús perdona, Jesús da paz y justicia. “¿Pero es cierto, padre, esto? – “Sí”. ¿Cómo es tu alma? ¿Hay algo pesado allí dentro? ¿Alguna vieja culpa? Jesús perdona siempre. Jesús no se cansa de perdonar. Este es el Reino de Jesús. Si hay algo feo dentro de ti, pide perdón. Y Él perdona siempre.


Hermanos y hermanas, Jesús habla a Pilato desde muy cerca, pero este permanece lejos, porque habita en un mundo diferente. Pilato no se abre a la verdad, aunque la tenga enfrente. Hará crucificar a Jesús y ordenará que se escriba sobre la cruz: «El rey de los judíos» (Jn 19,19), pero sin entender el sentido de esta palabra: “Rey de los Judíos”, de esas palabras. Sin embargo, Cristo vino al mundo, a este mundo nuestro: quien es de la verdad, escucha su voz (cf. Jn 18,37). Es la voz del Rey del universo, que nos salva.


Hermanos y hermanas, escuchar al Señor infunde luz en nuestro corazón y en nuestra vida. Y entonces probemos a preguntarnos, que cada uno se pregunte en su corazón: ¿Puedo decir que Jesús es mi “rey”? ¿O dentro del corazón tengo otros “reyes”? ¿En qué sentido? ¿Su Palabra es mi guía, mi certeza? ¿Yo veo en Él el rostro misericordioso de Dios que siempre perdona, que siempre perdona, que nos está esperando para darnos el perdón?


Recemos juntos a María, sierva del Señor, mientras aguardamos con esperanza el Reino de Dios.

Estos dos muchachos coreanos han recibido hoy la Cruz de la Jornada de la Juventud que se celebrará en Seúl y la llevarán a Corea para preparar la Jornada. ¡Un aplauso para los coreanos! Y también un aplauso para los jóvenes portugueses que han entregado la Cruz.


Ayer en Barcelona fueron beatificados el sacerdote Cayetano Clausellas Ballvé y el fiel laico Antonio Tort Reixachs, asesinados por odio a la fe en 1936, en España. Demos gracias a Dios por el gran don de estos testigos ejemplares de Cristo y del Evangelio. ¡Un aplauso para los nuevos Beatos!


Hoy se celebra, en las Iglesias particulares, la 39ª Jornada Mundial de la Juventud, sobre el tema: “Los que esperan en el Señor caminan y no se cansan” (cf. Is 40,31). ¡Incluso los jóvenes se cansan a veces, si no esperan en el Señor! Saludo a las delegaciones de Portugal y de Corea del Sur, que han hecho el paso del “testigo” en el camino hacia la JMJ de Seúl en el 2027.Un aplauso para las dos delegaciones.


Como ya he anunciado, el próximo 27 de abril, en el contexto del Jubileo de los Adolescentes, proclamaré Santo al Beato Carlo Acutis. Además, habiendo sido informado por el Dicasterio de las Causas de los Santos de que está a punto de concluirse positivamente el proceso de estudio de la Causa del Beato Pier Giorgio Frassati, tengo en mente canonizarlo el próximo 3 de agosto durante el Jubileo de los Jóvenes, después de haber obtenido el parecer de los Cardenales. Un aplauso para los próximos nuevos santos.


Mañana Myanmar celebra su Fiesta Nacional, en recuerdo de la primera protesta estudiantil que encaminó el país hacia la independencia, y en la perspectiva de una temporada pacífica y democrática que todavía hoy no termina de materializarse. Expreso mi cercanía a toda la población de Myanmar, en particular a quienes sufren por los combates en curso, sobre todo a los más vulnerables: niños, ancianos, enfermos y refugiados, entre los que se encuentran los Rohingya. Dirijo un sentido llamamiento a todas las partes implicadas, para que callen las armas y se abra un diálogo sincero e inclusivo, capaz de asegurar una paz duradera.


Y os saludo de corazón a todos vosotros, romanos y peregrinos. En particular, a los grupos de fieles procedentes de Malta, Israel, de Eslovenia y de España, como también de las diócesis de Mostar-Duvno y Trebinje-Mrkan y del territorio de la Abadía de Fossanova.


Y continuemos rezando por la martirizada Ucrania, que sufre tanto, recemos por Palestina, por Israel, el Líbano, Sudán. Pidamos la paz.


Y a todos, a todos os deseo un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

sábado, 23 de noviembre de 2024

Domingo 34 del tiempo ordinario: Jesucristo, Rey del Universo ( Ciclo B)

Primera Lectura

Lectura de la profecía de Daniel (7,13-14):

Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.

Palabra de Dios

Salmo 92 R/. El Señor reina, vestido de majestad.

Segunda Lectura

Lectura del libro del Apocalipsis (1,5-8):

Jesucristo es el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra. Aquel que nos ama, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

Mirad: El viene en las nubes. Todo ojo lo verá; también los que lo atravesaron. Todos los pueblos de la tierra se lamentarán por su causa. Sí. Amén.

Dice el Señor Dios: «Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso.»

Palabra de Dios

Lectura del santo evangelio según san Juan (18,33b-37):

En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?»

Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?»

Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?»

Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.»

Pilato le dijo: «Conque, ¿tú eres rey?»

Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.»

Palabra del Señor

Compartimos:

Hoy, Jesucristo nos es presentado como Rey del Universo. Siempre me ha llamado la atención el énfasis que la Biblia da al nombre de “Rey” cuando lo aplica al Señor. «El Señor reina, vestido de majestad», hemos cantado en el Salmo 92. «Soy rey» (Jn 18,37), hemos oído en boca de Jesús mismo. «Bendito el rey que viene en nombre del Señor» (Lc 19,14), decía la gente cuando Él entraba en Jerusalén.


Ciertamente, la palabra “Rey”, aplicada a Dios y a Jesucristo, no tiene las connotaciones de la monarquía política tal como la conocemos. Pero, en cambio, sí que hay una cierta relación entre el lenguaje popular y el lenguaje bíblico respecto a la palabra “rey”. Por ejemplo, cuando una madre cuida a su bebé de pocos meses y le dice: —Tú eres el rey de la casa. ¿Qué está diciendo? Algo muy sencillo: que para ella este niñito ocupa el primer lugar, que lo es todo para ella. Cuando los jóvenes dicen que fulano es el rey del rock quieren decir que no hay nadie igual, lo mismo cuando hablan del rey del baloncesto. Entrad en el cuarto de un adolescente y veréis en la pared quiénes son sus “reyes”. Creo que estas expresiones populares se parecen más a lo que queremos decir cuando aclamamos a Dios como nuestro Rey y nos ayudan a entender la afirmación de Jesús sobre su realeza: «Mi Reino no es de este mundo» (Jn 18,36).


Para los cristianos nuestro Rey es el Señor, es decir, el centro hacia el que se dirige el sentido más profundo de nuestra vida. Al pedir en el Padrenuestro que venga a nosotros su reino, expresamos nuestro deseo de que crezca el número de personas que encuentren en Dios la fuente de la felicidad y se esfuercen por seguir el camino que Él nos ha enseñado, el camino de las bienaventuranzas. Pidámoslo de todo corazón, pues «dondequiera que esté Jesucristo, allí estará nuestra vida y nuestro reino» (San Ambrosio).

Sábado de la XXXIII Semana del Tiempo Ordinario.

Primera Lectura

Lectura del libro del Apocalipsis (11,4-12):

Me fue dicho a mí, Juan:

«Aquí están dos testigos míos, estos son los dos olivos y los dos candelabros que están ante el Señor de la tierra. Y si alguien quiere hacerles daño, sale un fuego de su boca y devora a sus enemigos; y si alguien quisiera hacerles daño, es necesario que muera de esa manera. Estos tienen el poder de cerrar el cielo, para que no caiga lluvia durante los días de su profecía, y tienen poder sobre las aguas para convertirlas en sangre y para herir la tierra con toda clase de plagas siempre que quieran.

Y cuando hayan terminado su testimonio, la bestia que sube del abismo les hará la guerra y los vencerá y los matará. Y sus cadáveres yacerán en la plaza de la gran ciudad, que se llama espiritualmente Sodoma y Egipto, donde también su Señor fue crucificado. Y gentes de los pueblos, tribus, lenguas y naciones contemplan sus cadáveres durante tres días y medio y no permiten que sus cadáveres sean puestos en un sepulcro. Y los habitantes de la tierra se alegran por ellos y se regocijan y se enviarán regalos unos a otros, porque los dos profetas fueron un tormento para los habitantes de la tierra».

Y después de tres días y medio, un espíritu de vida procedente de Dios entró en ellos, y se pusieron de pie, y un gran temor cayó sobre quienes los contemplaban. Y oyeron una gran voz del cielo, que les decía:

«Subid aquí».

Y subieron al cielo en una nube, y sus enemigos se quedaron mirándolos.

Palabra de Dios

Salmo 143,R/. ¡Bendito el Señor, mi alcázar!

 Santo Evangelio según san Lucas (20,27-40):

En aquel tiempo, se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y preguntaron a Jesús:

«Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y dé descendencia a su hermano». Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer».

Jesús les dijo:

«En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección.

Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos».

Intervinieron unos escribas:

«Bien dicho, Maestro».

Y ya no se atrevían a hacerle más preguntas.

Palabra del Señor

Compartimos:

Dice Pablo en la segunda carta a los Tesalonicenses que “algunos andan muy ocupados en no hacer nada” (3,11). Y lo peor, y esto ya lo digo yo, es que piensan, se creen, que hacen mucho. Es lo que dice la sabiduría popular: que si le quieres pedir un favor a alguien, mejor se lo pides al que está ocupado de verdad porque si se lo pides al que no tiene nada que hacer, seguro que te dice que no puede.


Pues centrándonos en el tema, hay algunos que andan muy ocupados en discusiones y reflexiones teóricas pero que se quedan ahí y nunca llegan a nada. El texto evangélico de hoy es un ejemplo de cómo los saduceos se dedicaban a hacer disquisiciones teóricas inútiles. Y así pasaban el tiempo. Con esas reflexiones eternas, ya pensaban que estaban cumpliendo con Dios.


Jesús no les presta demasiada atención. Simplemente les dice que no pierdan el tiempo en esas tonterías. Y que atiendan a la vida, que es donde se juega la realidad, donde hay que amar, donde nos encontramos con Dios, donde los hermanos son de carne y hueso, donde sus necesidades se tienen que hacer nuestras. Y donde el Reino se tiene que hacer presente con todo lo que conlleva de amor de Dios puesto en práctica.


Hoy en día hay personas que se van apuntando a todos los retiros imaginables. Quieren vivir momentos de quietud, de meditación, de soledad. Y parece que hay encuentran todo lo que necesitan. Se olvidan de que todo eso puede estar bien, pero donde se juega de verdad la partida de si estamos con el Dios de Jesús o no, no es en la soledad o en meditaciones (que a veces tienen algo de “mirarse al ombligo”) sino en el encuentro con el hermano, en la vida de familia, con los amigos, en el trabajo, en la calle. Ahí es donde realmente vamos construyendo relación, fraternidad, justicia. Ahí es donde, en definitiva, el Reino se va haciendo presente en nuestro mundo. No es tanto cuestión de buscar “mi” serenidad, “mi” paz –eso tiene mucho de vivir centradito en mi mismo– sino de abrirnos al hermano y hacer de nuestra vida una vida de servicio, como la de Jesús que no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos.

viernes, 22 de noviembre de 2024

Viernes de la XXXIII Semana del Tiempo Ordinario.

Primera Lectura

Lectura del libro del Apocalipsis (10,8-11):

Yo, Juan, escuché la voz del cielo que se puso a hablarme de nuevo diciendo:

«Ve a tomar el librito abierto de la mano del ángel que está de pie sobre el mar y la tierra».

Me acerqué al ángel y le pedí que me diera el librito. Él me dice:

«Toma y devóralo; te amargará en el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel».

Tomé el librito de mano del ángel y lo devoré; en mi boca sabía dulce como la miel, pero, cuando lo comí, mi vientre se llenó de amargor.

Y me dicen:

«Es preciso que profetices de nuevo sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reinos».

Palabra de Dios

Salmo 118,R/. ¡Qué dulce al paladar tu promesa, Señor!

Santo Evangelio según san Lucas (19,45-48):

EN aquel tiempo, Jesús entró en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles:

«Escrito está: “Mi casa será casa de oración”; pero vosotros la habéis hecho una “cueva de bandidos”».

Todos los días enseñaba en el templo.

Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo buscaban acabar con él, pero no sabían qué hacer, porque todo el pueblo estaba pendiente de él, escuchándolo.

Palabra del Señor

Compartimos:

La lectura del Evangelio de hoy nos lleva a aquel templo de Jerusalén rodeado de multitud de tiendas y pequeños comercios de la época. Parece que allí todo se vendía y se compraba. Los peregrinos que llegaban de lejos tenían que cambiar sus monedas porque la ofrenda prescrita para cumplir con la peregrinación solo podía hacerse en la moneda oficial del templo, además necesitaban comprar los animales que se iban a sacrificar y cambiar sus ropas y calzado rotos de los largos y polvorientos caminos de la época y comprar comida y bebida porque es de suponer que llegarían sedientos y hambrientos. Vamos que el entorno del tempo se había convertido en un gran centro comercial.


Ahí entra Jesús, enfadado, lleno de rabia –nada que ver con la imagen tierna y dulzarrona con que tantas veces se le representa en imágenes y estampas–. La casa de Dios se había convertido en cueva de bandidos. Y Jesús quiere purificar el templo y todo lo que le rodeaba.


Podemos pensar que nuestros templos no son así. Generalmente es verdad –aunque también es cierto que en torno al Vaticano en Roma y alrededor de algunos santuarios marianos y no marianos hay demasiadas tiendas donde se vende de todo–.


Pero quizá podíamos llevar la reflexión a otro nivel. Podíamos pensar un poco en nuestra oración. Y reflexionar en cómo muchas veces pretendemos convertir ese momento de oración en una especie de compraventa donde no estamos seguros de quién es el dueño del negocio y quién es el cliente. “Señor te pido… y te ofrezco x padrenuestros o avemarías o rosarios o misas o sacrificios o…” A más valor de lo que pedimos, más valor en lo que ofrecemos. A veces, cuando no lo conseguimos, pensamos que es que no hemos rezado con la suficiente fuerza o el debido fervor o que no hemos hecho el sacrificio adecuado. Y terminamos convirtiendo la oración en una especie de compraventa que hacemos con Dios. Y terminamos convirtiendo nuestros templos en mercados donde se compra y vende lo más sagrado.


¿Quieren una sugerencia? Abunden mucho, muchísimo, en la oración de acción de gracias. Porque todo es gracia. Y todo se recibe de gracia. Y no perdamos el tiempo convirtiendo a Dios en el dueño de una tienda donde podemos comprar lo que nos apetece o nos hace sentir bien. Más dar gracias y menos pedir.

jueves, 21 de noviembre de 2024

Jueves de la XXXIII Semana del Tiempo Ordinario. La Presentación de la Bienaventurada Virgen María

Lc 19,41-44. ¡Si reconocieras lo que conduce a la paz!

Primera Lectura

Lectura del libro del Apocalipsis (5,1-10):

Yo, Juan, vi en la mano derecha del que está sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, y sellado con siete sellos. Y vi a un ángel poderoso, que pregonaba en alta voz:

«¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?».

Y nadie, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro ni mirarlo. Yo lloraba mucho, porque no se había encontrado a nadie digno de abrir el libro y de mirarlo. Pero uno de los ancianos me dijo:

«Deja de llorar; pues ha vencido el león de la tribu de Judá, el retoño de David, y es capaz de abrir el libro y sus siete sellos».

Y vi en medio del trono y de los cuatro vivientes, y en medio de los ancianos, a un Cordero de pie, como degollado; tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios enviados a toda la tierra. Se acercó para recibir el libro de la mano derecha del que está sentado en el trono.

Cuando recibió el libro, los cuatro vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron ante el Cordero; tenían cítaras y copas de oro llenas de perfume, que son las oraciones de los santos. Y cantan un cántico nuevo:

«Eres digno de recibir el libro

y de abrir sus sellos,

porque fuiste degollado, y con tu sangre

has adquirido para Dios

hombres de toda tribu,

lengua, pueblo y nación;

y has hecho de ellos para nuestro Dios

un reino de sacerdotes,

y reinarán sobre la tierra».

Palabra de Dios

Salmo 149,R/ Has hecho de nosotros para nuestro Dios un reino de sacerdotes.

 Santo Evangelio según san Lucas (19,41-44):

En aquel tiempo, aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, lloró sobre ella, mientras decía:

«Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos.

Pues vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco de todos lados, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el tiempo de tu visita».

Palabra del Señor

Compartimos:

Los orígenes de esta fiesta están en uno de los evangelios apócrifos, que cuenta que habría sido presentada en el Templo de Jerusalén cuando tenía 3 años. No sabemos si realmente sucedió pero hay un dato en la mayoría de las representaciones que se han hecho de este hecho a lo largo de la historia que nos puede servir para reflexionar y meditar en este día.


En muchas de esas representaciones aparece María. Está ya en el Templo. Ha ido acompañada por sus padres, como es natural. Pero en el último tramo, se le ve a María, sola, subiendo una escalinata en la que al final le espera el Sumo Sacerdote. Sus padres se han quedado a la base de la escalinata. Ella va subiendo sola. Es toda una imagen de cómo en la vida, tenemos personas que nos acompañan, nos guían y nos ayudan. Pero, al final, tenemos que ser cada uno de nosotros los que tomemos las riendas de nuestra vida y hagamos el camino que nadie puede hacer por nosotros.


Lo que se nos cuenta de María en el Evangelio va en esta línea. La madre de Jesús va haciendo camino y guardando todas las cosas que iba viviendo con Jesús en su corazón. Quizá no las entendía todas. Pero sabía que todas eran fruto de la gracia. María pasó por la cruz, el momento supremo del no entender, pero también vivido como momento de gracia (eso sí es la verdadera sabiduría) y guardado en su corazón. Hasta llegar a la resurrección y su participación en la nueva comunidad, la nueva familia, de los discípulos de Jesús. Todos esos escalones los tuvo que subir sola, apoyada en su y en su confianza en Dios. Sabiendo que, aunque no entendiese nada, todo era gracia, todo era fruto del amor de Dios que iba actuando su plan de salvación para el mundo, para todos los hombres y mujeres.


También nosotros podemos y debemos aprender a caminar solos, siguiendo el Evangelio, sin necesidad de apoyarnos en gurús, profetas, papas o sacerdotes. Todo esto es accidental. Lo que queda siempre es la invitación de Jesús a seguirle, a anunciar la buena nueva. Y ese camino de fidelidad, al final, lo tenemos que hacer en soledad.

miércoles, 20 de noviembre de 2024

Miércoles de la XXXIII Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura del libro del Apocalipsis (4,1-11):

Yo, Juan, en la visión vi en el cielo una puerta abierta; la voz con timbre de trompeta que oí al principio me estaba diciendo: «Sube aquí, y te mostraré lo que tiene que suceder después.» Al momento caí en éxtasis. En el cielo había un trono y uno sentado en el trono. El que estaba sentado en el trono brillaba como jaspe y granate, y alrededor del trono había un halo que brillaba como una esmeralda. En círculo alrededor del trono había otros veinticuatro tronos, y sentados en ellos veinticuatro ancianos con ropajes blancos y coronas de oro en la cabeza. Del trono saltan relámpagos y retumbar de truenos; ante el trono ardían siete lámparas, los siete espíritus de Dios, y delante se extendía una especie de mar transparente, parecido al cristal. En el centro, alrededor del trono, había cuatro seres vivientes cubiertos de ojos por delante y por detrás: El primero se parecía a un león, el segundo a un novillo, el tercero tenía cara de hombre y el cuarto parecía un águila en vuelo. Los cuatro seres vivientes, cada uno con seis alas, estaban cubiertos de ojos por fuera y por dentro. Día y noche cantan sin pausa: «Santo, Santo, Santo es el Señor, soberano de todo: el que era y es y viene.» Y cada vez que los cuatro seres vivientes dan gloria y honor y acción de gracias al que está sentado en el trono, que vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se postran ante el que está sentado en el trono, adorando al que vive por los siglos de los siglos, y arrojan sus coronas ante el trono, diciendo: «Eres digno, Señor, Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, porque tú has creado el universo; porque por tu voluntad lo que no existía fue creado.»

Palabra de Dios

Salmo 150,R/. Santo, Santo, Santo es el Señor, soberano de todo

Santo Evangelio según san Lucas (19,11-28):

En aquel tiempo, dijo Jesús una parábola; el motivo era que estaba cerca de Jerusalén, y se pensaban que el reino de Dios iba a despuntar de un momento a otro.

Dijo, pues: «Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después. Llamó a diez empleados suyos y les repartió diez onzas de oro, diciéndoles: «Negociad mientras vuelvo.» Sus conciudadanos, que lo aborrecían, enviaron tras él una embajada para informar: «No queremos que él sea nuestro rey.» Cuando volvió con el título real, mandó llamar a los empleados a quienes había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno. El primero se presentó y dijo: «Señor, tu onza ha producido diez.» Él le contestó: «Muy bien, eres un empleado cumplidor; como has sido fiel en una minucia, tendrás autoridad sobre diez ciudades.» El segundo llegó y dijo: «Tu onza, señor, ha producido cinco.» A ése le dijo también: «Pues toma tú el mando de cinco ciudades.» El otro llegó y dijo: «Señor, aquí está tu onza; la he tenido guardada en el pañuelo; te tenía miedo, porque eres hombre exigente, que reclamas lo que no prestas y siegas lo que no siembras.» Él le contestó: «Por tu boca te condeno, empleado holgazán. ¿Con que sabías que soy exigente, que reclamo lo que no presto y siego lo que no siembro? Pues, ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Al volver yo, lo habría cobrado con los intereses.» Entonces dijo a los presentes: «Quitadle a éste la onza y dádsela al que tiene diez.» Le replicaron: «Señor, si ya tiene diez onzas.» «Os digo: ‘Al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene.’ Y a esos enemigos míos, que no me querían por rey, traedlos acá y degolladlos en mi presencia.»»

Dicho esto, echó a andar delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén.

Palabra del Señor

Compartimos:

De camino a Jerusalén, Jesús cuenta a los que van con él una historia de un rey que se va de viaje y deja encargados de sus negocios a unos cuantos de sus siervos/ministros. Espero que ellos cuiden el reino e incrementen sus riquezas mientras que él se ocupa de sus asuntos. Algunos lo hacen pero otros/otro deciden no hacer nada productivo al servicio del rey. Además, a la mitad y al final de la historia se hace una alusión a los que no querían que el rey volviese. También para ellos hay un castigo ejemplar. Porque el rey vuelve con su título real y ejerce como rey.


Dice el evangelio que Jesús cuenta la historia porque algunos pensaban que el reino de Dios iba a despuntar de un momento para otro. Pero resulta que no. El rey de la historia se va de viaje pero no dice exactamente cuándo va a volver. Su llegada no se anuncia y encuentra desprevenidos a los siervos y a los miembros de la oposición.


Así estamos nosotros ahora en este tiempo intermedio. Esperamos la llegada del Reino pero todavía no ha llegado. Los tesoros están en nuestras manos. Ahora somos los responsables de ir construyendo el Reino, de incrementar sus riquezas. Lo último que podemos hacer es considerarnos los dueños del corral y hacernos a nosotros mismos los reyes. Sería un gran error. No está el Evangelio a nuestro servicio sino nosotros al servicio del Evangelio. No estamos para discutir teorías ni perdernos en asuntos nimios (si hay que poner dos o tres velas en el altar, si hay que comulgar en la boca o en la mano…) sino para ponernos todos al servicio de la buena nueva, para anunciar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo la buena nueva de la salvación, la noticia de que el amor de Dios es más grande que todo lo que podamos imaginar, que rompe todas las barreras, que no pone condiciones, que lo mejor que podemos hacer es amar y servirnos unos a otros, especialmente a los más pobres, marginados, abandonados, pecadores. Porque eso fue lo que hizo Jesús. Porque esa es la única manera de anunciar el Reino.


Sólo así lograremos ir construyendo el Reino y tenerlo todo preparado para cuando vuelva el Rey. Ahora es nuestro tiempo. Ahora es nuestra responsabilidad.

martes, 19 de noviembre de 2024

Martes de la XXXIII Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura del libro del Apocalipsis (3,1-6.14-22):

Yo, Juan, escuché al Señor que me decía: «Escribe al ángel de la Iglesia en Sardes:

“Esto dice el que tiene los siete Espíritus de Dios y las siete estrellas. Conozco tus obras, tienes nombre como de quien vive, pero estás muerto. Sé vigilante y reanima lo que te queda y que estaba a punto de morir, pues no he encontrado tus obras perfectas delante de mi Dios. Acuérdate de cómo has recibido y escuchado mi palabra, y guárdala y conviértete. Si no vigilas, vendré como ladrón y no sabrás a qué hora vendré sobre ti. Pero tienes en Sardes unas cuantas personas que no han manchado sus vestiduras, y pasearán conmigo en blancas vestiduras, porque son dignos.

El vencedor será vestido de blancas vestiduras, no borraré su nombre del libro de la vida y confesaré su nombre delante de mi Padre y delante de sus ángeles. El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”.

Escribe al ángel de la Iglesia en Laodicea:

“Esto dice el Amén, el testigo fiel y veraz, el principio de la creación de Dios. Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero porque eres tibio, ni frío ni caliente, estoy a punto de vomitarte de mi boca. Porque dices: ‘Yo soy rico, me he enriquecido, y no tengo necesidad de nada’; y no sabes que tú eres desgraciado, digno de lástima, pobre, ciego y desnudo. Te aconsejo que me compres oro acrisolado al fuego para que te enriquezcas; y vestiduras blancas para que te vistas y no aparezca la vergüenza de tu desnudez; y colirio para untarte los ojos a fin de que veas. Yo, a cuantos amo, reprendo y corrijo; ten, pues, celo y conviértete. Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.

Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono.

El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias».

Palabra de Dios

Salmo 14,R/. Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono.

Santo Evangelio según san Lucas (19,1-10):

En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad.

En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí.

Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo:

«Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa».

Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento.

Al ver esto, todos murmuraban diciendo:

«Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador».

Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor:

«Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más».

Jesús le dijo:

«Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».

Palabra del Señor

Compartimos:

En la primera lectura el ángel del Apocalipsis habla a la iglesia de Sardes. Parece que no era una iglesia muy fiel. El mensaje es amenazador: ponte en vela, guarda mi mensaje, arrepiéntete. Porque si no está en vela, el ángel aparecerá como un ladrón…


El Evangelio habla también de una conversión. Pero la narración tiene otra música y otro ritmo. No hay ninguna amenaza. Ni siquiera una llamada al arrepentimiento. Todo es muy simple. Jesús pasa y se autoinvita a comer y alojarse en casa del pecador. No hay ninguna palabra de Jesús invitando al cambio de vida. Simplemente comparten la mesa y la vida durante un tiempo. No tenemos idea de lo que hablaron durante aquella comida. Casi seguro que empezarían comentando lo duro que había sido el camino para Jesús, seguirían por lo buena que estaba la comida y lo bien que entraba un poco de vino fresco para el que viene sediento de una jornada de caminar. Pero también es casi seguro que, como sucede tantas veces en torno a la mesa, seguirían hablando de mayores profundidades, poniendo en la mesa las cosas de la vida y del querer, las penas, las frustraciones, las esperanzas. Casi seguro que fue esa conversación la que provocó el cambio en Zaqueo, la que le ayudó a comprender que otra vida era posible, más feliz, más digna, más honesta, más fraterna.


Imagino esa cena y me acuerdo de la letra de una canción de mi juventud. Su estribillo decía algo así como: “Dios, esta noche cenaremos juntos / Habrá buen vino y estará en la mesa / Lo más querido de mi vida entera / Y algún recuerdo que golpeó a mi puerta.” (la letra entera la pueden encontrar, ¡cómo no!, en internet poniendo solo “Dios a la una” en el buscador que usen).


Quizá nos convenga a cada uno de nosotros también sentarnos a cenar tranquilamente para contarnos nuestra vida, para escuchar y compartir nuestras razones y las razones de Dios. En una de esas lo mismo terminamos tomando también decisiones parecidas a las de Zaqueo.