Jesús, es quien nos hace entrar en una nueva relación con Dios, haciéndonos personas nuevas por el amor. Nuestra relación con el Padre se realiza sin condición alguna, sin la necesidad de lugares, linaje, sacrificios o normas, pues Jesús nos lleva por su Palabra al que es origen de la vida.
En la vida ordinaria fácilmente nos disfrazamos de personas justas
y cumplidoras de la ley, cuando en realidad nuestro ego lleva siempre un espejo
narcisista en el cual sólo desea ver su efímera e ilusoria belleza. Nos convertimos
en jueces de los demás sin percatarnos del paso de Dios en nuestra historia. No
damos cabida a la novedad del Evangelio cuando nos afirmamos en posiciones de
seguridad, cuando cerramos nuestro corazón a los otros.
Ser discípulos de Jesús nos exige romper con
ese “yo ególatra” y corresponder con amor al amor gratuito de Dios, el Padre de
la misericordia. Hoy estamos llamados a cuestionarnos: ¿Qué pensamientos o
actitudes debemos cambiar en nuestra relación con Dios y en nuestra caridad con
las hermanas? ¿Qué es lo que predomina en nuestras decisiones: el mensaje de
Jesús, nuestros preconceptos o nuestro egoísmo solapado? ¿Por qué seguimos a
Jesús?
Manteniéndonos
fieles a la Palabra del Maestro, encontraremos el sentido a la vida y
experimentaremos la auténtica felicidad. Dios es fiel a su Alianza y nos ofrece
a Jesús como motivo del verdadero gozo. Jesús puede renovar en nuestra
existencia si le acogemos con una fe humilde y generosa.
Cuando
los judíos oyen hablar a Pedro sobre la muerte y la resurrección de Jesús
experimentan un doble movimiento:
Hacia dentro: Estas palabras les traspasaron el corazón.
Hacia fuera: ¿Qué tenemos
que hacer, hermanos?
No sé si
durante estos días hemos experimentado algo parecido. Recordemos lo vivido
durante el triduo pascual. ¿Ha habido alguna palabra que nos haya traspasado el
corazón, que haya roto la barrera de la rutina? ¿Hemos sentido alguna llamada a
“hacer algo”, a salir de nuestra comodidad?
El
evangelio de cada día nos regala nuevas palabras del Resucitado para iluminar
el camino de nuestra vida:
¿Por qué lloras? ¿Podemos poner nombre a lo que nos hace sufrir? ¿Por qué a
veces la vida nos parece tan dura? ¿Por qué la alegría dura tan poco? ¿Por qué
nos cansamos de hacer el bien? ¿Por qué nos duele tanto el mal de este mundo
ante el que nos sentimos impotentes?
¿A quién buscas? ¿Qué anhelamos, en el fondo, cuando esperamos un gesto
amable, cuando mendigamos una sonrisa, cuando queremos que todas las piezas de
nuestro mosaico encajen, cuando hacemos un favor a otra persona? ¿Qué se
esconde detrás de nuestro desasosiego, de nuestros sinsabores, de esa sensación
de que las cosas no resultan como habíamos imaginado?
Suéltame. Quisiéramos que Jesús fuera como una varita mágica, siempre al
alcance de la mano, para ir cambiando las cosas a nuestro antojo. Y, sin
embargo, el Resucitado es un amigo insumiso, que siempre está a nuestro lado,
pero que no se deja dominar. Lo tenemos sin poseerlo. Lo tocamos sin apresarlo.
Lo confesamos sin verlo.
Ve a mis hermanos y diles. Otra vez la llamada a salir de
nosotros mismos y ponernos en camino. No es que comuniquemos lo que tenemos
perfectamente claro, sino que, comunicando la buena noticia, se va aclarando el
misterio de su presencia. ¡La paradoja que nunca acabamos de domesticar!
No desaparecen milagrosamente por el hecho de
que un año más hayamos revivido el misterio de la resurrección de Jesús. Pero,
¡cómo cambia todo cuando colocamos la clave verdadera! En la batalla del día a
día se nos van colando muchas claves para interpretar nuestra vida: la clave de
la competencia, del bienestar, de la prisa, de la revancha, de la comodidad,
del resentimiento, de la búsqueda de nosotros mismos. Necesitamos que, de vez
en cuando, de manera muy nítida, la liturgia de la Iglesia nos recuerde la única
clave que permite dar sentido a todo: la clave del Resucitado. De no ser así,
acabaríamos sucumbiendo al poder de seducción de las otras, y, como
consecuencia, seguiríamos prisioneros de la ansiedad, de la tristeza, de la
falta de horizonte.
Una consagrada
de Jesús traspasa los límites del espacio y del tiempo porque empieza a vivir
en clave de resurrección.
A los
ecologistas les gusta decir aquello de “Piensa globalmente y actúa localmente”.
Quizá es una manera de traducir la universalidad cristiana que se inaugura con
la resurrección de Jesús.
Predicad el evangelio a toda la creación. En este “diálogo de vida” cada vez
más amplio, somos invitados a reconocer las huellas del Resucitado dondequiera
que se encuentren, sobre todo, en las manos y los pies traspasados.
La
resurrección nos abre a un diálogo universal, pero no a un universo vacío.
Hablar de Jesús con el lenguaje de la propia vida es algo a lo que no podemos
renunciar.
¡feliz Pascua de Resurrección!
Sor María Pilar Cano. OP.
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