sábado, 7 de agosto de 2021

MISIÓN EVANGÉLICA

"Quien no da al otro lo que es del otro, no come su propio pan, sino el suyo y el del otro" (Maestro Eckhart)

La gente buscaba a Jesús como agua que sacia, que cura, como pan que alimenta. Los evangelistas nos dicen que la fe, para ser y demostrarse auténtica, ha de desembocar en el amor.

El pan compartido nos hace partícipe de los valores del Reino como la justicia o la solidaridad sin egoísmos, y nos aleja del afán acaparador o el consumismo irresponsable, mostrándonos siempre que la Eucaristía es voluntad para compartir.

Para alcanzar la plenitud de vida, preciado don que Dios nos ha regalado, ésta debe compartirse y, a la vez, comunicarse escuchando con respeto. La fe camina al mismo paso que la humildad y, siempre, con una actitud interior que nos hace sentirnos continuamente necesitados de Dios, de su ayuda, de su palabra, de su luz.

Desde el mito de Prometeo, pasando por Nietzsche, hasta nuestros días, la historia nos muestra que al hombre siempre le ha gustado jugar a ser Dios. Vivimos en sociedades de riesgo, estamos perdiendo los valores que conformaron sociedades democráticas y ciertos criterios de bien común. Sin embargo, no toda la Historia de la Humanidad ha estado cubierta de tinieblas, la luz se abre camino infinidad de veces. El paso de los siglos nos ha ido enseñando que hay mucha gente que ha luchado contra toda discriminación para dar valor y dignidad humana a los más vulnerables.

Debemos aprender de nuestra humanidad para formar hitos de humanismo, de cordialidad. Debemos aprender a ser hermanos y compartir nuestro pan, porque sólo así sacralizamos nuestra condición, asemejándola a la del Creador.

El Maestro les recuerda a los discípulos que las necesidades y preocupaciones de la humanidad son también cosa suya. Las claves de las bienaventuranzas nos llevan a tener una vida feliz. Una solidaridad que brota de la compasión de un corazón humilde, sereno, contemplativo como el de Santo Domingo de Guzmán, porque se conmueve ante el sufrimiento de las personas y ofrece lo mejor que tiene: el don de su vida y el depósito de la verdad por él conocida, sus libros. 

Fue el Evangelio quien puso en movimiento a Santo Domingo, en sus sagradas páginas descubrió la llamada y respondió al amor recibido. La conciencia viva de su amor y su entrega le puso en marcha en un proceso de respuesta continua al encuentro con su Dios y, en el silencio de su oración profunda, amó a Dios y a los hombres.

La verdad de su amor se encarna en los gestos concretos de su realidad humana transformándola, elevándola con sus manos sacerdotales de Maestro de vida y de oración.  

Santo Domingo fue iluminando situaciones, desde la suprema humildad que le infundía el Espíritu Santo, poniéndose a la altura de la persona rota para acoger con misericordia, compadeciéndose ante ella para recuperar lo perdido, lo enfermo. Su mirada al corazón orientaba el deseo de las personas que acudían a él, y éstas recobraban el sentido pleno de su vida.

    El milagro de compartir cada día el pan de la fraternidad surge con la mayor naturalidad en una comunidad de hermanos y hermanas que se reúnen en el nombre del Señor, una comunidad que desborda armonía y alegría. Bendecía el pan, partiéndolo para que alcanzase a toda la humanidad sin desentenderse de nadie, sirviendo, orando constantemente.

 Sentía el dolor de la desgracia ajena, haciendo prójimo cualquier alma que se cruzase en su camino. La ignorancia, que en su tiempo sacudía también a una parte del clero de la Iglesia, provocaba úlceras y heridas que él tuvo que curar, porque muchos estaban ciegos a la verdad en mitad de tantos conflictos de una época convulsa, donde los hermanos se solidarizaban unos con otros sin mascarilla, marcados por un ideal grande y, en todo momento, aportando y enriqueciendo al mundo con su evangelización en verdadera pobreza.

Así animaba a los jóvenes a entregarse al Amor con un amor comprometido con la Iglesia de Dios, y así los esparcía por el mundo para ser predicadores y predicadoras desde la vida de oración, de acción y contemplación.

        Estamos invitadas a estar con Jesús, invitadas también a curar todo tipo de enfermedades del cuerpo y del espíritu, llevando a todas las personas al encuentro con el Dios que nos ama y nos recrea cada día. Todo ello con la fuerza y carisma de Santo Domingo: anunciar la Buena Noticia a todas las personas. Así compartimos el sueño de su madre: ser antorcha en el mundo para que puedan ver la luz y seguir a Jesús.

       Que Santo Domingo nuestro padre, nos alcance la disposición de fortaleza, de confianza y la creatividad en nuestra misión, colaborando siempre con el Espíritu de Jesucristo en la alegría de nuestro carisma dominicano.

                                             Sor María Pilar Cano,O.P


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.