martes, 22 de septiembre de 2020

CREO EN LA VIDA ETERNA

Creo, sí, creo en la vida eterna escondida en este `minuto a minuto cotidiano. En la

Eternidad presente en lo que tengo a la mano.

En la dicha sin límites que alumbra ya en las experiencias buenas de la vida presente.

 Creo que la vida eterna también se hace presente en el dolor como sentido, como victoria  de una cruz que con su luz llenó de resplandor la misma muerte.

 Creo que la vida eterna dice ¡PRESENTE!’ en la fidelidad de mis ancianos padres, en la dedicación y amor de mis hermanas, en el temor que se anticipa a la pérdida del ser querido y que invita a ´no vivir de rutinas´, a `celebrar cada encuentro´ y a `descubrir que lo simple está preñado de eterno´, como canta el poema.

 Creo que la vida eterna se manifiesta en el amor gratuito del sacerdote-pastor que da la vida por sus ovejas, en toda amistad que sirve y acompaña  en la vida, en la familia unida, en el profesional entregado y honesto, en los que defienden la vida, en los que combaten la injusticia y construyen día a día un mundo mejor.

 Creo que la vida eterna apunta ya en la trasformación paciente y esforzada a la que nos comprometemos personal y comunitariamente. Transformación que obra el Espíritu con nuestra docilidad, que renueva las relaciones y abre horizontes de creatividad.

 Creo que el ‘sacramento de la hospitalidad y de la escucha´, hace ya presente la fraternidad futura.

 Creo… (¡y sería de ´nunca acabar´!). ¿Existe algo más hermoso que animarnos mutuamente con estos pensamientos y prepararnos unidos para ver a Dios en esta vida y en la eternidad?

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