viernes, 22 de mayo de 2020

Meditación al amanecer, José María Pemán


  Ya es tiempo de sementera,

y en los surcos de la arada

se escucha ya la tonada,

que ayer se escuchó en la era.



     Y ya va el gañán a arar

las tierras de sementera,

con la mano en la macera

y en los labios un cantar.


     Tierra pródiga y jugosa

de mi fértil heredad,

en esta mañana hermosa,

me has dado una generosa

lección de fecundidad.


     Toda la tierra está henchida

de preñez de sementera

¿y yo he de hacer de mi vida,

rama estéril y podrida

digna solo de la hoguera?.


     La vida que no florece,

y ni fecunda, ni crece,

es vida que no merece

el santo nombre de vida.


     Mas no temáis a la vida,

que si la cumbre es erguida

y es pedregoso el atajo,

el cariño y el trabajo,

hacen dulce la subida.


     Que este anhelo de poesía

que busco yo y no se harta,

jamás de luz y armonía

Dios se la dio al alma mía

para que yo la reparta.


     Por eso busco los modos,

de cantar en mis poesías,

pasiones que siendo mías

son las pasiones de todos.


     Y quisiera conseguir,

hacer a todos sentir

un mismo anhelo infinito,

y ante mis versos oír

a cada uno decir:

eso lo hubiera yo escrito

si yo supiera escribir.


     Quiero hacer bien en mi vida

para sentir en mi pecho

esa dulzura escondida

que engendra la indefinida

satisfacción del bien hecho.


     Que es verdad que, aunque hay quien

nunca logrará entenderlo,

hay un goce en hacer el bien

por solo el goce de hacerlo.


     Y es que al que siembra este suelo

de rosales, de poesía,

de esperanza, de alegría,

de fortaleza y consuelo,

y el que da a sus hermanos

rosa de consejos sanos,

y palabras bondadosas...

¡siempre le queda en las manos

algún perfume de rosas!.


     Siento en mi pecho bullir

ansias de amar con fervor...

¡que quien no derrocha amor

no sabe lo que es vivir!.


     Compartir quiero mis días

con otras almas hermanas

y partir mis alegrías

que, en lo que tienen de humanas

son tan suyas como mías.


     Abrir a todos mis brazos

y consolar sus pesares,

y entre rimas y cantares

darles mi vida a pedazos.


     Y al fin rendido quisiera

poder decir cuando muera:

Señor, yo no traigo nada

de cuanto tu amor me diera

¡todo lo dejé en la arada

en tiempos de sementera!.


     Allí sembré mis ardores

vuelve tus ojos allí,

que allí he dejado unas flores

de consejos y de amores...

¡ellas te hablarán de mí!.


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