miércoles, 24 de julio de 2019

Los enfrentamientos comunitarios en Etiopía manchan el milagro de Abiy Ahmed

Un conflicto nunca empieza donde parece empezar. Tiene siempre sus causas remotas. En el caso del que protagonizan los oromos y los gumuz, estas vienen de lejos. Son dos etnias que se pueden distinguir por el color de la piel casi con la misma facilidad con la que se distingue un africano de un europeo. Los gumuz son nilóticos, de tez muy negra; los oromos son hamitas –o cusitas–, más bien altos y delgados, y de tez más clara. Sus dos estados autonómicos, Oromya y Benishangul–Gumuz tienen fronteras comunes. En Etiopía, el ser muy negro equivale a hacerse acreedor de ser llamado esclavo. Y eso los gumuz lo llevan muy mal. Sentirse despreciados ha hecho de ellos un pueblo resentido y, a veces, violento.

Los oromos reprochan a los gumuz, desde hace tiempo, que son sudaneses y que se vayan a Sudán, pues la tierra que habitan pertenece a Oromya. Hace meses, los oromos residentes en Kamashi –al menos el 35 % de la población– pretendieron que en las escuelas de la provincia no se enseñase el amárico como lengua nacional, sino el oromo. Ante la negativa de los gumuz, la respuesta de los oromos fue multiplicar los insultos y las vejaciones cuando aquellos tenían que atravesar la región de Oromya. Y se da el caso de que los gumuz de Kamashi que quieran ir a Assosa, la capital de su región, tienen necesariamente que atravesar Oromya. Allí los policías oromos los hacían bajar del autobús, les abrían sus maletas, esparcían sus pertenencias por el suelo, los maltrataban físicamente…

Ante esta situación, un grupo de gumuz subió en dos coches hasta Oromya para dialogar con las autoridades de la zona. Parecían haber llegado a un cierto acuerdo y estaban volviendo a casa cuando fueron bloqueados por elementos armados mezclados entre la gente. En el primer coche iban el gobernador del distrito de Kamashi y el jefe de la Policía. Los mandaron bajar y les dispararon. Los del segundo coche lograron huir.

Nadie, excepto los oromos, sabía nada todavía en Kamashi. Alguien los había telefoneado, alertándolos del peligro ante la previsible reacción de los gumuz. Unos huyeron y otros se encerraron en sus casas. Según fuentes gumuz, no se produjo la masacre de la que se habló. Los oromos, en cambio, hablan de un centenar largo de fallecidos. El Ejército federal intervino para escoltar a los oromos que no habían podido salir de Kamashi y querían hacerlo. Otros se han quedado, sobre todos los empleados del Gobierno. Los que se fueron, varios miles, difícilmente volverán. Como contrapartida, ningún gumuz se siente seguro de subir hacia Oromya. Por esa razón ha desaparecido el control policial que se encontraba a la entrada de Kamashi. Nadie viaja ni hacia arriba ni hacia abajo. Para llegar a Assosa, los gumuz de Kamashi han habilitado, con sus picos y azadas, una carretera por el interior. Los coches llegan al río Dabos, donde una barca les lleva a la otra orilla. Y, desde allí, otros coches les transportan a ­Assosa.

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