María es el nuevo nombre que esta mujer se ha puesto tras volver a la vida. Cuando vivía en la más profunda oscuridad se llamaba Amaia, y ahora a sus 45 años relata la impresionante historia que Dios ha hecho en su vida no hace mucho, concretamente en 2017. Esta enfermera de Bilbao que practicaba abortos, varios cada día, es hoy una católica que halló la fe en un inesperado rincón del mundo, en una caseta de Katmandú, en Nepal, gracias a unas misioneras de la Caridad de la Madre Teresa.
En un detallado testimonio durante la Semana de la Familia 2019 de la Diócesis de San Sebastián, María Martínez recordaba que “estuve a punto de apostatar, perseguía a los cristianos, fui lo más anticlerical que se podía ser, profeminista, proaborto…”.
Manos manchadas de sangre inocente
Pero sobre todo, esta mujer explicó el hecho que ha marcado profundamente su vida. “Estas manos –señalaba- estuvieron manchada de sangre inocente. Trabajé en una clínica abortista durante años practicando abortos como enfermera”.
En un primer momento, María (entonces su nombre era Amaia) trabajó como enfermera en lo que ahora llama la “planta del cielo”, que era acompañar y hacer seguimiento a parejas embarazadas. Pero después le tocó bajar a la “planta del infierno”, en la que se practicaban los abortos.
Ella fue la que durante años cada mañana de lunes a jueves ayudaba al ginecólogo a realizar cientos de abortos. Pues cada mañana recibía a mujeres embarazadas y las despedía destrozadas ya sin su bebé.
“Lo fundamental era conseguir que las mujeres no dieran problemas, en eso se fundamentaba mi trabajo”, explicaba María. Y es que cada 15 minutos pasaba una mujer al quirófano. Antes –añadía- “la aislábamos para que no diera marcha atrás, la sacábamos de la realidad”.
La caza del bebé
Una vez en el quirófano contaba que muchas temblaban, pero no por el frío sino por el miedo. “A continuación –señalaba esta enfermera- era la caza del bebé, su desmembramiento. Primero se rompe la placenta para que salga el líquido amniótico, luego se introducen dilatadores para ir destrozando la vida del interior, se va rompiendo la caja torácica, el cráneo, los brazos, las piernas, todo tiene que ser deshecho para ser aspirado con una aspiradora y luego cae en un cubo”.
A veces llegaba con la mano morada a casa por lo fuerte que le se la apretaban ya que era el supuesto apoyo de las mujeres que abortaban. Pero María contaba que ellas “no sabían que agarraban el mal. Mi conciencia estaba adormilada bajo una capa de mentira creyendo que hacía lo correcto y que hacía un bien a esa mujer”.
Un día quedó bloqueada al ver en el cubo el pie de uno de los bebés, pues hasta entonces se intentaba convencer a sí misma de que sólo eran coágulos. “Pero cuando se vive en la oscuridad el corazón se endurece mucho. El mío ya estaba muy duro. Se me empezó a caer el pelo y tenia calvas”.
Su marcha a Barcelona
Para intentar sacudirse el mal que hacía empezó a correr porque “cuando te invade el asco intentas hacer algo para quitártelo, pero te persigue”.
Tenía 27 años y estaba casada cuando decidió que quería seguir progresando y se fue a estudiar Fisioterapia a Barcelona. En Bilbao dejó los abortos, pero también a su marido. Tres años después volvió muy cambiada y abrió con gran éxito una consulta. El dinero le llevó a cambiar de amistades y a ir de fiesta en fiesta.
El intento de suicidio
María siguió con su afición a correr pero empezó a hacerlo por el bosque y las montañas recorriendo así el mundo y buscando la adrenalina de ir al límite de la muerte. Pero entonces un día, un 11 de enero de 2017, su marido le dijo que la dejaba y se marchó.
Unos días después intentó suicidarse: “Cuando te encuentras en la nada sólo se oye un susurro y el que susurra te dice que ya no hay esperanza”. Pero en ese momento recibió una llamada de teléfono. Era un guía nepalí con el que había estado realizando una ruta en el Himalaya. Tras el terremoto hacía falta personal sanitario que además estuviera preparado para moverse por la montaña. Ella cumplía todos los requisitos.
Decidió ir y viajó a Nepal el 8 de mayo de 2017. Anticatólica como era, María seguía entonces muy de cerca la espiritualidad budista. Tras un tiempo en el país ocurrió un suceso que acabaría siendo providencial. El monzón se adelantó y debido a las avalanchas de piedra en las carreteras se tuvo que quedar en la capital nepalí y no en las montañas como era su objetivo.
El inesperado encuentro con las Misioneras de la Caridad
Haciendo recorridos turísticos a españoles que viajaban a Nepal, un día se percató que junto a un templo budista había una caseta de la que salían gémidos. Le explicaron que era un sitio en el que morían los más pobres y al que sólo entraban las misioneras de la Caridad de la Madre Teresa. “Odiaba a la Madre Teresa porque yo era sanitaria y recordaba como obraba ella y para mí era todo lo contrario”, recordaba en su testimonio.
Pocos días después, en un cruce se topó con dos de estas religiosas. Así lo relataba: “Venían directas hacía mí. Una me agarró el brazo, yo me quedé bloqueada. Y me dijo que tenía que ir a un sitio”. María no quería saber nada de monjas católicas y les dijo que la dejaran en paz, por lo que las religiosas se montaron en un autobús y se fueron.
Sin embargo, aquella noche “el Espíritu Santo no me dejó dormir”. Se despertó de madrugada y con el guía regresó al cruce en el que se había encontrado con ellas.
Una conversión total en plena misa
Al final encontró la casa de las misioneras y le abrió la puerta la monja del día anterior: “Ya era hora”, fue lo primero que le dijo la misionera de la Caridad. Pero para su sorpresa ese día no iba a ser recibida sino al día siguiente a las seis de la mañana. Además sería después de la misa, a la que debería acudir.
Indignada, no podía creerse lo que le dijeron. Pero a la mañana siguiente estaba allí media hora antes de la cita concertada. En la capilla vio a las nueve religiosas arrodilladas y a un sacerdote. María no hablaba inglés así que no se enteraba de nada, pero entonces llegó el momento fulminante que provocaría su conversión.
No habrían pasado ni cinco minutos desde el inicio de la Eucaristía cuando “sentí una emoción en el corazón, una voz que me decía: ‘bienvenida a casa’. Cuando escuché esto en mi interior busqué quién podía haber sido o si quizás era por la altitud. Volví a escuchar: ‘bienvenida a casa, ¡cuánto has tardado en amarme!’. Y ya supe donde tenía que mirar: la cruz. Caí de rodillas al suelo y sólo pude llorar, llorar y llorar. Lloraba por esa tristeza inmensa y profunda de haberme alejado del Amor. Lloraba también de inmensa alegría porque estaba experimentando la misericordia de Dios”.
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María recordó cómo en aquel momento “en mi corazón había paz. Me sentí perdonada, me sentí amada, bendecida, resucitada…”. Sin darse cuenta habían pasado tres horas aunque a ella le parecieron segundos. Al levantar la vista se percató de que todas las religiosas estaban a su lado rezando conscientes del milagro que se estaba produciendo.
"Dios me ha devuelto a la tierra de los vivos"
“Cuando levante la frente mi sonrisa, mis ojos, mi piel, toda yo había vuelto porque Dios me había devuelto a la tierra de los vivos. Entonces ellas que habían rezado me dijeron que a partir de ese momento me llamaría María”, contaba esta mujer explicando el motivo de no llamarse ya Amaia.
Sólo entonces pudo saber por qué estas religiosas se dirigieron a ella en aquel cruce. Las misioneras de la Caridad lo llamaban el “milagro de María”. La comunidad entera llevaba un año rezando para que llegara un voluntario que además fuera fisioterapeuta. “El Espíritu Santo me dijo: ‘Ella es’”, le comentó la religiosa que le agarró del brazo aquel día en la calle.
Su regreso y nueva misión en España
Se quedó con ellas cuatro meses y con estas religiosas pudo conocer de verdad qué es la dignidad y el amor. Entonces las religiosas vieron de Dios que María debía regresar a España, pues allí tenía una misión.
Tenía que consolidar esta conversión y recuperar su matrimonio. Y encontró en Medina de Pomar otras religiosas que se han convertido en el sostén de esta mujer. Allí le hablaron de la cruz y como esta aparecía en su matrimonio. Ese es el momento en el que empezó un camino de oración por su esposo y la siguiente etapa en esta mujer completamente renovada.
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