viernes, 21 de diciembre de 2018

¿Por qué deberíamos ayudar a los refugiados? ¿Qué motivación tiene usted?

Yo siempre comienzo por la perspectiva humana, la perspectiva moral. Ellos son nuestros hermanos y hermanas. Merecen los mismos derechos y oportunidades que nosotros tenemos. Yo no soy persona de fronteras abiertas. No digo que todo el mundo puede ir a donde quiera… Sin embargo, hay muchas más posibilidades, hay maneras de trabajar para que haya menos desigualdad entre los países.

Por otra parte, el que haya refugiados supone un enorme desperdicio de talento y de posibilidades. Por ejemplo, ahora en Siria hay familias que salieron de su país hace seis años. Si estos niños no han ido a la escuela durante todo este tiempo les espera una vida horrible. Sin educación, sin oportunidades, ¿cómo puede contribuir esta gente al futuro de Siria o del país donde llegue? Es mucho más difícil sin educación. Cuando hay una gran diferencia entre las posibilidades que tienen los ricos y los pobres siempre hay conflictos. Si queremos paz necesitamos justicia, y el dolor de la injusticia es muy importante en esta discusión. Hay que tener en cuenta las necesidades de las comunidades forzadas.

La educación de los niños refugiados, apoyando los sistemas educativos en los propios países, es clave, en opinión de Smolich. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo

Estamos ahora en un acto que habla de la Agenda 2030 (la entrevista se produjo en el marco del Congreso de Fe y Alegría sobre la «Agenda 2030: el reto de una educación que cambie el mundo») ¿Cómo cree que será la situación de los refugiados en 2030? Le propongo que piense dos escenarios: uno en positivo y otro en ­negativo.
Ojalá que no haya refugiados en 2030, pero si hay refugiados puedo imaginarme dos posibilidades. Ahora siento que hay mucho más interés en las posibilidades educativas para los refugiados porque creo que algunos líderes se dan cuenta de que el que haya refugiados sin educación viviendo en otros países durante mucho tiempo no es una receta que vaya a tener éxito. Eso nos llevaría a una visión de más tensión, más ­desigualdad y más guerra. Ahora, más o menos el 2 % de los ingresos y las inversiones para las personas desplazadas se dedican a la educación y hay esfuerzos por aumentar esta cantidad. En este momento, aproximadamente un 60 % de los niños de primaria tienen la posibilidad de ir a la escuela; el número se cae hasta el 22-23 % en secundaria; luego, la universidad es más o menos un 1 %. Esos números tienen que subir y creo que hay interés y posibilidades de hacerlo. Eso es lo que espero. Nosotros en el SJR, como organización de la compañía de Jesús dedicada al servicio a los refugiados, estamos muy metidos en la educación. Ojalá que tengamos la oportunidad, la posibilidad, de levantar esos números. Si no lo hacemos, si no hay paz, si la situación en Siria no se resuelve de una manera más o menos justa, si la situación en Colombia empeora en vez de mejorar, si la situación de la comunidad rohinyá continúa como está ahora, 2030 será igual o quizá peor. Yo veo interés en poner en práctica esta meta de la posibilidad de la educación para todos. Y pienso, espero, que podemos acercarnos a cumplir el objetivo.

¿Cuál es la situación en el Mediterráneo, en la frontera entre África y Europa?
Nosotros no trabajamos en la parte de África desde la que salen migrantes hacia Europa. No estamos en Libia, Egipto o Argelia, pero algunos jesuitas sí trabajan en Ceuta y Melilla. En ese aspecto tenemos algún contacto con las personas que quieren venir desde Marruecos. Estuve en Etiopía hace pocos meses, porque trabajamos en los campamentos en el norte con la comunidad eritrea. Ya sabe que los jóvenes salen de este país por la presión de las Fuerzas Armadas del Gobierno. Para mí fue muy interesante que nuestro equipo nos dijera que el movimiento de los jóvenes eritreos había disminuido por la información de que el viaje desde Libia a Italia y Europa era demasiado peligroso.

Una escuela de refugiados sursudaneses en el norte de Uganda. Entre los desplazados forzosos, solo uno de cada cuatro estudiantes de secundaria tiene acceso a la educación. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo

De alguna manera, los pactos globales que se están formando en las Naciones Unidas, y que desde luego no son perfectos, suponen al menos una expresión de la responsabilidad de los países ricos que deben ayudar a los países más pobres o en desarrollo. Un 85 % de las personas desplazadas en el mundo están en África. No están en Europa, ni están en Estados Unidos como la gente piensa. Necesitan ayuda para tener un desarrollo y una economía que pueda servir a las personas. Nadie quiere salir de su propio país. Los familiares están allá, es más cómodo, etcétera. Pero tienen que hacerlo por la situación de la guerra, por la situación de explotación. Si ­podemos cambiar esas cosas desde la base, creo que podremos hacer diferencias. Nosotros trabajamos en Congo, en Kivu Norte, en el área de Goma, Masisi, Mweso, y estamos a punto de abrir otro centro en Butembo-Beni, más al norte. Es un desastre humanitario desde hace muchos años. La gente sigue escapando por la situación de las minas, de los guerrilleros, del Ejército… Es un desastre que nadie conoce. Una cosa muy importante para nosotros es que la gente sepa que hay situaciones humanitarias gravísimas. La semana pasada el Gobierno de Burundi anunció que quiere echar a todas las oenegés. Yo sé que es una cuestión política, de los impuestos…, pero crea una situación muy complicada. Si enfocamos, si podemos poner el foco en esas situaciones, eso nos ayudará a todos a mejorar la situación.

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