jueves, 22 de noviembre de 2018

Religiosas de San José de Gerona en Rubare (RDC)

Diez años casi exactos han pasado desde que la hermana María Presentación López abandonara la misión que las religiosas de San José de Gerona promueven en Rubare, al este de la inmensa República Democrática de Congo. No se marchó por propia voluntad: la expulsó la guerra, hiriéndola de extrema gravedad. Pero ha vuelto.
Octubre de 2008. Los alrededores de la misión de las Hermanas de San José de Gerona en Rubare (RDC) eran teatro de operaciones del conflicto que enfrentaba a los rebeldes del general Laurent ­Nkunda contra el Ejército congoleño. Rubare se hallaba en medio, de modo que lo que todo el mundo se temía terminó sucediendo: una bomba alcanzó de lleno la comunidad de las misioneras y la hermana Presentación –Presen–, que se hallaba en su interior, perdió ambas piernas. Era el día 28.

Presen se emociona cuando recuerda los momentos posteriores al ataque. El móvil le sirvió –mientras le aguantaron las fuerzas– para informar de lo sucedido. Las muestras de solidaridad se sucedieron de inmediato. Algunas impactantes, como la de un amigo nativo, Sansón, que, despreciando su seguridad, hizo lo imposible por rescatarla: «Me preguntaba por teléfono si estaba en condiciones de montar… ¡en una moto, detrás de él! Lo intentó en dos ocasiones, pero los controles militares le impidieron pasar. Le tomaban por loco… También lo intentó nuestro párroco, el P. George, misionero palotino polaco, pero tampoco a él se lo permitieron».

Lo que son las cosas, la hermana Presentación López guarda un recuerdo imborrable del perro de casa que, en cuanto amainó el bombardeo, vino adonde se encontraba malherida y se quedó con ella. «Me miraba con fijeza, de manera lastimosa. Le hice signos para que se acercara y se acostó pegadito a mí, como para darme vida. Al mismo tiempo, vigilaba con mucha atención el agujero, la única entrada practicable que quedaba. En un momento dado, al ver acercarse a dos militares, comenzó a ladrar. Yo les dije que entraran, que estando yo, el perro no les haría nada. Al verme me dijeron «pole», es decir, «lo sentimos», y me preguntaron a quién avisaban. Les respondí que buscaran a las demás hermanas, que estarían por el jardín. Cuando las encontraron y salieron, me llevaron hasta el centro de salud. Allí nos estaba esperando la hermana Urbana Sancho, con todo a punto para trasladarme».

La religiosa, que había perdido mucha sangre, se hallaba cerca del coma, por lo que apenas recuerda lo que sucedió después. Urbana la llevó al hospital de Rutshuru, a unos ocho kilómetros de la misión, en donde le realizaron una cirugía de urgencia. En el hospital se hallaba un médico español de paso que, atrapado por los combates, operaba a los heridos que llegaban. Cuando reconoció a Presen advirtió a Urbana de que la veía muy mal, que si no la trasladaban con rapidez no habría nada que hacer, porque allí no tenían los medios indispensables para salvarla.
Ante tales expectativas, la hermana Urbana se presentó en el cuartel general de Naciones Unidas ­(MONUC) en la región, que se hallaba en Goma, a unos 70 kilómetros de Rutshuru. Aunque MONUC no evacuaba heridos civiles, la insistencia de la religiosa junto a la intervención de la embajada de España en RDC y la implicación directa de algún alto cargo del Gobierno español consiguieron el milagro: Presen fue trasladada en avión a Sudáfrica donde, tras superar unos críticos primeros momentos, se recuperó con relativa rapidez.

El regreso a casa
La ortopedia consigue en nuestros días auténticos milagros y Presen no fue la excepción. Aunque no tenía piernas, en poco tiempo, con la ayuda de dos prótesis, una muleta y poco más, consiguió llevar una vida razonablemente normal. Pero tras su «accidente» –ella habla así de aquello– la misión quedó reducida a una colección de gratos recuerdos, por más que la religiosa siempre colaborase con personas y asociaciones que apoyan proyectos en RDC. «En mi oración jamás olvidé a la gente de Rubare; siempre los tuve muy presentes. Pero volver a la misión, regresar allí, me parecía que no sería posible», confiesa Presen con sinceridad; aunque «he sentido al Señor siempre muy cerca, protegiéndome contra la amargura».

Esta religiosa de San José de Gerona se equivocaba, porque la insistencia de algún amigo, junto con la generosidad de sus superioras, consiguieron que una década después del «accidente», a mediados del pasado julio, regresara a Rubare. «Para mí es una gracia del cielo», repetía emocionada durante sus primeros días. Allí se reencontraría con Urbana, su ángel protector, que continuaba al pie del cañón. Pudo también conocer la nueva casa de la comunidad, pues la vetusta residencia de colonos belgas que había acogido al principio a las misioneras quedó muy dañada tras la explosión; hubo que construir una nueva. La mayoría de las religiosas de la comunidad eran ahora nativas, congoleñas y ruandesas, continuadoras de la obra que sus hermanas españolas iniciaran en 1992.

El regreso de la hermana Presen causó revuelo en la región. El primer día que acudió al centro de salud de Rubare, su antiguo puesto de misión, el entusiasmo desbordó las previsiones más optimistas. Trabajadores y pacientes recibieron a la religiosa con danzas y gritos de júbilo, y no dudaron en cubrir con sus vestidos el suelo por el que esta había de pasar –era el tratamiento que solía ofrecerse a Mobutu Sese Seko cuando el país todavía se denominaba Zaire–. Si Presen acudía a la parroquia, o a algunas capillas de los alrededores, tenía que subir al presbiterio para saludar a los fieles. Y la caravana de gente que deseaba saludarla, al final de las celebraciones litúrgicas o en la misma comunidad, parecía no tener fin.

En una de aquellas celebraciones eucarísticas, el párroco de Rutshuru recordó que durante la guerra, poco antes del «accidente», todo el mundo –incluido él mismo, entonces un sacerdote recién ordenado– había escapado para refugiarse. Pero las hermanas, que eran extranjeras, despreciaron el peligro y se quedaron. «Cómo nos íbamos a ir si en aquel momento, por desgracia, al centro de salud acudían más enfermos que nunca… A pesar de los riesgos, no lo dudamos en ningún momento», comenta Presen al hilo de las palabras del párroco.

Un puesto de venta de tarjetas de telefonía. Una de las novedades que han llamado la atención de la religiosa española a su vuelta a Rubare ha sido el uso masivo del móvil en la zona. Fotografía: Josean Villalabeitia.

Apariencia de cambio
Un decenio es mucho tiempo, pero seguro que a su regreso a Rubare la hermana Presen se encontró con un panorama conocido. Porque la belleza natural que envuelve la región, con sus densos e impenetrables bosques, habitados por gorilas de montaña y otros animales exóticos, apenas ha variado. Allí permanece también el volcán Nyiragongo, con sus 3.500 metros de altitud; majestuoso, sí, pero muy peligroso, pues su última erupción, en 2002, arrasó Goma. Allí siguen los cafetales, los cañaverales azucareros, los huertos…

La religiosa española tuvo que circular por la misma carretera, llena de baches y controles militares, que antaño recorriera, al borde de la muerte, en sentido contrario. «Antes se veían más bicicletas y no había tantos móviles; ahora hay muchas motos, y las casas parecen más consistentes –nos dice–; junto a la carretera se ha construido sobre antiguas tierras de cultivo, mientras que, en el interior, poblados enteros están desapareciendo». Son efectos de la inseguridad generalizada, perceptibles para la religiosa.

Para tratar –sin éxito– de contrarrestarla, de seis de la tarde a seis de la mañana está prohibido utilizar la carretera general, aunque fuera de ella los bandidos campan por sus fueros. Proliferan las milicias, armadas hasta los dientes, de todo tipo y condición (ver MN 640, págs. 34-39); en diciembre de 2017 se contabilizaron hasta 132 por aquellos parajes. Y abundan asimismo los ladrones sin otra etiqueta, que aprovechan la coyuntura para actuar, a menudo disfrazados de militares. En la carretera, un puñado de soldados gubernamentales controla barreras formadas casi siempre por una caña entre dos piedras. Alojados en minúsculas chozas individuales levantadas no lejos de las barreras, vestidos de cualquier manera, a menudo en condiciones lamentables, a causa del alcohol o las drogas, pero siempre con su inseparable Kaláshnikov entre las manos. Un puesto ideal para extorsionar a cuantos tienen que cruzar la barrera. Porque puede que la última guerra oficial haya terminado, pero la violencia es aún muy ostensible en toda la región.

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