sábado, 24 de noviembre de 2018

Dos centenarios par nuestra historia

Imperios de Ghana y Malí
Se cumplen este año el XI y el VIII centenarios del nacimiento de dos grandes imperios africanos: Ghana (918) y Malí (1218). Marcaron una era de esplendor en África y abrieron un período intenso de relaciones políticas, religiosas, comerciales y culturales con nuestro país, cuando otros europeos aún no se habían aventurado a llegar hasta allí.
Mauritania es un país al que la gente no suele ir a hacer turismo. El desierto ocupa las dos terceras partes de su territorio, recorrido por pastores nómadas con rebaños de cabras y camellos, y solo una franja meridional, fronteriza con Senegal y Malí, está inmersa en plena zona saheliana, donde las condiciones de vida mejoran ligeramente y pueden verse rebaños de bobino y ovino en régimen semiextensivo. Para encontrar algunos cultivos de algodón, maíz, arroz y hortalizas hay que descender hasta la orilla del río Senegal.

Diríase que en un paraje tan limitado, la vida apenas puede abrirse camino, pero la inestimable arqueología nos ha mostrado todo lo contrario: esta zona subpoblada fue la pionera en el despertar político de lo que hoy conocemos como Sahel, así como cuna de los grandes imperios medievales que dieron a África uno de los momentos más esplendorosos de su historia. Las últimas excavaciones han sacado a la luz tanto utensilios empleados por la gente común como objetos suntuarios: lámparas, cristalerías, jarrones, cerámicas, platerías o piedras preciosas procedentes del Mediterráneo.

La conclusión es clara: hubo un comercio de larga distancia –que muestra la existencia de poblaciones organizadas que alcanzaron un nivel de vida suficiente– con élites de gran poder adquisitivo. La arqueología ha dado la razón a la historia, la cual nos ha procurado los primeros testimonios de un cordobés, Al-Bakri (1040-1094), interesado por estas gentes en su trabajo El libro de los Itinerarios y de los Reinos. No visitó estos lugares, pero se sirvió de la obra perdida de un geógrafo de Kairouan (Túnez) que fue a vivir a Córdoba, y allí murió en el 974. Como complemento, recogió lo que le contaban viajeros, comerciantes y caravaneros; gracias a él, conocemos detalles de estas gentes desde el siglo X.

La primera gran ciudad-estado que surgió en la zona fue ­Audaghost, de la que el cordobés dio algunos destellos: «Es una gran ciudad. La gente vive cómodamente y posee grandes bienes. Su mercado está siempre animado. Las compras se pagan en polvo de oro, puesto que no se encuentra plata. Hay bellas construcciones y casas muy elegantes. Se exporta ámbar gris perfumado y también oro puro y refinado en filigrana. El oro de Audaghost es el mejor y el más puro del mundo. Más de 20 reyes estaban sometidos a él y le pagaban tributo. Su reino se extendía dos meses de marcha, y su ejército contaba 100.000 ­caballeros».

Si dejamos aparte las exageraciones finales, debemos quedarnos con lo que dice sobre el oro que, si bien no se encontraba en los límites de la ciudad-estado, se llevaba de las regiones auríferas de Galam, Bambuk y Buré, en el curso medio de los ríos Falemé y Bafing, afluentes del Senegal. Este mismo oro era el que llegaba al Mediterráneo por las rutas caravaneras transaharianas y a Europa. El oro que circulaba por toda la Europa occidental medieval, especialmente por España, tenía este origen. La acuñación de las monedas hispanoárabes y las de los reinos cristianos se hicieron con metal africano.

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