viernes, 28 de septiembre de 2018

Las mujeres son las principales víctimas del eterno conflicto que sufre el este de República Democrática de Congo.

 Frente a esta realidad, surgen iniciativas como FEPSI, que pretenden devolverles una dignidad que nunca debieron perder.

Las paredes de su despacho son toda una escuela de ética. En ellas están colocados pequeños carteles con frases para leer y pensar: «El que se burla de una mujer violada es tan culpable como el que la ha violado», «Todo el mundo debe actuar contra este fenómeno para proteger a su madre, su hermana, su vecina»… Si algo ha aprendido Marie Dolorose Masika de la guerra en Kivu (RDC) es la resiliencia y la lucha por los derechos de las mujeres. Enfermera de formación, fue la cuarta congoleña en recibir el premio Femme de Courage que otorga el Departamento de Estado de Estados Unidos. Casi 20 años después de la fundación en Butembo de la ONG que dirige, Mujeres Comprometidas en la Promoción de la Salud Integral (FEPSI, por sus siglas en francés), no duda de que su trabajo, para esta católica practicante, es una misión.

¿Qué significó el Premio Femme de Courage en 2014?
Es algo que no busqué. Este premio se otorga como reconocimiento a las mujeres que, por su compromiso con la promoción de la mujer, sostienen el mundo. Cuando vinieron a anunciarme que me habían concedido el premio no entendía de qué hablaba porque ni siquiera sabía que existía este galardón. Acordarme del premio me hace pensar en el esfuerzo que como mujeres hemos realizado para ayudar a las víctimas.

¿Por qué su interés por los problemas de las mujeres en la región?
Porque soy una mujer y porque siento una gran compasión por las víctimas. En el año 2000, que era tiempo de guerra, había mucha inestabilidad en Kivu Norte, muchos desplazados, muchos casos de violación de los derechos humanos y, como ocurre tantas veces en zonas de conflicto, muchas víctimas de violencia sexual abandonadas a su suerte. Me afectaban mucho las noticias que recibía sobre esa violencia sexual. Entonces me pregunté qué podía hacer. Afortunadamente no fui la única. Había más mujeres a las que este problema les impactaba. Por ejemplo Josephine Kighoma, que ya falleció, nos convocó para reflexionar sobre esta realidad. Nos dimos cuenta de que la primera necesidad de las víctimas era la atención médica y, como la mayoría de nosotras éramos enfermeras, empezamos a trabajar juntas para atender a tres tipos de víctimas: mujeres que habían sufrido violencia sexual, personas portadoras de VIH y enfermas de sida y, por último, desplazados a causa de la guerra. Así comenzamos y así lo seguimos haciendo.

¿Cuáles son los principales logros que ha conseguido FEPSI durante este tiempo?
Empezamos con 12 camas y hoy tenemos 65; o sea, ahora tenemos una capacidad de acogida mucho más grande y disponemos de estructuras más adecuadas para atender a las personas. Al principio titubeábamos, pero ahora, tras muchas sesiones de formación, hemos obtenido una gran experiencia. Tenemos una sala de escucha en el centro, tenemos psicólogos, enfermeras, consejeras… También trabajamos con otras organizaciones locales como la Asociación de Defensa de los Derechos de la Mujer, que se encarga de ofrecer asistencia jurídica, o el Sindicato de Mujeres Trabajadoras, que se ocupa de la inserción socioeco­nómica de las víctimas. De este modo el acompañamiento es más completo. Hemos extendido la sensibilización a toda la región para que las mujeres no se sientan solas. A día de hoy, más mujeres se acercan a pedir ayuda. El mismo hecho de que vengan es muy positivo porque supone que quieren romper con el silencio y ser ayudadas. Primero llegan llorando y muy deprimidas, pero después del acompañamiento se reencuentran con su sonrisa.

¿Las víctimas vienen solas o salen ustedes en su búsqueda?
Procedemos a la sensibilización de las mujeres en los pueblos, para lo que nos servimos de los medios de comunicación, especialmente la radio. Para no estigmatizar a las víctimas de violencia sexual, cuando abrimos el centro nos dijimos que no debía ser específico para este tipo de víctimas. Nos comprometimos a atenderlas gratuitamente gracias a nuestra aportación y la de nuestros socios que, a veces, nos traen medicamentos. Esto ya es una buena manera de atraerlas para que acudan a curarse. Decidimos atender también a otros pacientes, que pagarían algo por el servicio, lo que, además de evitar el estigma, nos ayudaría en el funcionamiento del centro hospitalario. Trabajamos también con estructuras sanitarias que ya existen en la región y formamos al personal sanitario que se encuentra allí, y que es el que trabaja sobre el terreno. Y si el caso es problemático, enviamos a las víctimas a profesionales especializados en un tipo de psicoterapia profunda y reparadora. Esta descentralización nos ha facilitado el trabajo de tal manera que, gracias a los profesionales sanitarios a los que formamos, podemos llegar hasta la base, que son los habitantes de los pueblos más olvidados.

¿Qué estrategia emplean en la ONG para que las víctimas se abran a la terapia y al acompañamiento?
En las zonas de conflicto formamos a las mujeres sobre violencia sexual. Les explicamos los factores físicos, psicológicos y sociales que son consecuencia de estas situaciones. Luego las escuchamos, les hacemos pequeñas preguntas para que hablen, aunque si encontramos resistencia por su parte no insistimos, dejamos que se vayan para escucharlas al día siguiente. Si constatamos que es muy difícil, dejamos pasar el asunto, creamos y fortalecemos el lazo de amistad con ellas y, a la larga, terminan abriéndose a nosotras. Pero también detectamos a falsas víctimas. Hay algunas mujeres que se inventan historias con el objetivo de beneficiarse de las ventajas que ofrece el centro.

Por Lwanga Kakule Silusawa

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