jueves, 7 de junio de 2018

Era protestante y evangelizaba con la música: orando y ayunando, una visión de San Francisco la guió

Nada resume mejor la historia de Kathleen Fowle que el nombre de su último disco: Coming Home (Volviendo a casa). Después de una vida dedicada a Jesús como evangelizadora protestante, usando la música y trabajando con pobres, sintió que realmente “estaba en casa” cuando fue recibida en la Iglesia Católica y pudo confesarse y comulgar.

Kathleen fue criada en los adventistas del Séptimo Día, según cuenta en Coming Home Network, una denominación que no cree en el Infierno y que muchos protestantes no consideran bíblica. Desde muy pequeña creía en Jesús y le amaba.

Ya de adolescente, empezaron a surgir preguntas teológicas complicadas en su mente. La mayoría giraban en torno a su padre, que murió cuando ella era muy pequeña.

"Los adventistas me decían que mi padre "dormiría" hasta que Jesús volviera. No paraban de repetírmelo, pero eso no me daba paz”, explica Kathleen. “Parecía que Dios nos hubiera creado como trozos de carne, y no almas”.

Vocación por la música y por Jesús
A los cuatro años Kathleen había empezado una actividad que sería una de sus futuras vocaciones: la música. “Era en la música donde mi relación con Dios parecía más tangible”, cuenta Kathleen.

En la universidad, dejó el credo de los adventistas y empezó a visitar a baptistas y luteranos. Pero fue después de graduarse cuando, trabajando en un voluntariado con gente pobre, conoció la Vineyard Christian Fellowship, una fraternidad de evangélicos de estilo carismático.

“Eran muy atractivos para mí por la pasión que ponían al adorar al Señor y por su música, que era muy parecida a la que yo componía entonces”, comenta Kathleen. Se unió a ellos. “Fui bautizada en el Espíritu Santo, y mi corazón ardía por evangelizar”.

"¿Los católicos rezan como yo?"
Kathleen comenzó a orar con y por los pobres en las calles de  la ciudad de St. Paul, Minnessota (EEUU) y a conducir la oración en algunos grupos evangélicos. Ella se definía como “cristiana sin denominación”. Asistía a una gran variedad de iglesias, pero nunca a una católica. “Yo pensaba que los católicos estaban “salvados”, por supuesto”, explica Kathleen. “Pero me burlaba pensando que ellos no experimentaban realmente el poder del Espíritu Santo y no conocían la BIblia”.

En Cincinnati Kathleen visitaba a menudo una prisión de mujeres como responsable de un grupo de oración al estilo carismático. Las presas le decían: “Rezas igual que la hermana Mary (una monja que también visitaba a las presas), solo que tú llevas maquillaje”.

Kathleen se extrañó. “Me pregunté: '¿Los católicos rezan así?' Las presas me decían incluso que la hermana Mary les enseñaba a rezar mirando la cruz de una iglesia que se podía ver por la ventana de la prisión, igual que hacía yo”.

Rezando ante la cruz franciscana
También visitaba enfermos pobres en hospitales y le asombraba su sufrimiento. En una casa de cuidados que tenían los franciscanos, rezaba ante la cruz que había allí, la cruz franciscana, medieval, de San Damiano. En su oración, entregaba esos sufrimientos a la cruz, fuente de sanación. 

En cierta ocasión, en un grupo de oración interdenominacional, un asistentes le invitó a ir a una misa en un convento de clarisas, unas monjas, le dijeron, que “amaban a los pobres”. “Yo pensé: “¿Un monasterio...? Ni de broma”. Pero allí fue.

“Me senté en el último banco para poder observar bien toda la iglesia”, cuenta. “Y ahí estaba, la misma cruz ante la que había rezado tanto tiempo, la cruz franciscana de San Damiano. Las hermanas me hablaron sobre san Francisco de Asís, que, como yo, amaba a los pobres”.
Mediante esta cruz, que Francisco de Asís encontró reconstruyendo la iglesia de San Damiano, Dios habló al santo

“Empecé a ayunar, expectante. Fui en coche hasta lo alto de una montaña para rezar. Caminando, sintiéndome más perdida, sola y desorientada que nunca en mi vida, clamé a Dios: “Señor, si esto es real, por favor, muéstramelo. ¿Qué quieres de mí?” No estoy segura de qué respuesta esperaba, pero no fue la que recibí. Vino una presencia silenciosa y tuve una visión. Era Francisco. Él me tomó de las manos”. 

Kathleen entendió que había una conexión entre Francisco de Asís y ella, su servicio a los pobres, su escucha de los que sufren…  “Las lágrimas, el gozo y la paz que se instalaron en mí entonces eran asombrosas”, recuerda.

Pero ¿qué hacer? Ella colaboraba con muchas iglesias protestantes, en servicios que “afectaban a cientos de vidas”. ¿Tenía que dejar todo eso? 

Mirando al crucifijo
“En medio de la nada, llegué a un monasterio. Entré en la iglesia. Me senté en un banco solo para respirar. Me abrazó la soledad. Miré al crucifijo. Una voz sonó en mi mente: ‘Tu hogar es conmigo. Mi cruz es tu hogar”. 

Volvió varias veces a ese monasterio, deslumbrada como en un sueño. Encontró una réplica de la Pietà, la Virgen con su Hijo muerto. También María había perdido mucho, se preguntaba “¿cómo ha podido ser esto?” Kathleen veía que no estaba sola en su incertidumbre.

De vuelta a Cincinnati quiso saberlo todo sobre Francisco de Asís.  Por primera vez en su vida, entró en una librería católica y compró sus escritos más antiguos. “Me estaba enamorando de nuevo de Jesús, pero a través de este santo”.

Repasando la Biblia y conociendo el Catecismo
A partir de entonces, Kathleen empezó a investigar sobre el catolicismo más a fondo. Investigó el capítulo 6 de San Juan, sobre la Eucaristía, en el que Jesús insiste que es "verdadera carne", "verdadera comida y bebida". 

Kathleen también profundizó en la raíz de la división entre protestantes y católicos. "Pensé: vale, si no soy católica, soy protestante", cuenta. "Y si soy protestante, ¿estoy realmente protestando? Enseguida pensé que no. Necesitaba profundizar más".

Se compró un Catecismo y lo estudió. "Qué abrumador era lo que me había estado perdiendo. Busqué la enseñanza de la Iglesia en temas morales –aborto, anticoncepción, matrimonio, etc…-. Estos temas eran importantes para mí, porque las denominaciones que encontraba estaban debilitando su defensa de los estándares bíblicos. El Catecismo no solo describe su postura, sino que la enseña extensamente”. 

En la región de Filadelfia conoció sacerdotes de la Renovación Carismática Católica, que la apreciaban y la invitaban a dirigir la alabanza en grupos de intercesión. “Yo aún no era católica, pero estos queridos sacerdotes y parroquianos daban la bienvenida y respetaban a esta mujer ministra”. 

Esos sacerdotes la invitaron a hacerse católica, pero ella no se animaba a dar el paso por miedo a la incomprensión de sus amigos y a perder las donaciones que recibía de las parroquias protestantes donde hacía su servicio pastoral. 

En Israel, conociendo las raíces judías
En medio de esa indecisión, surgió una oportunidad de vivir en Israel, en un entorno evangelizador. Vivió allí cuatro años. Aprendió la relación entre la liturgia católica y la Eucaristía y las tradiciones judías.

“También pasé horas leyendo un libro que los protestantes consideran “apócrifo”: el Eclesiástico (o Sirácida). ¡Me encantó! Tiene consejos para todo”.

Era ministra de una congregación protestante, pero se hacía preguntas. “¿Quién decidía que palabras proféticas eran correctas? ¿Y con qué autoridad? Si uno de los líderes espirituales caía en pecado, ¿quién le corregía?"

Catequesis acelerada en EEUU
Dejó aquella comunidad volvió a Estados Unidos en 2008. Siguió usando la música para acercar gente a Cristo. Pero le faltaba algo. A veces se sentaba en el aparcamiento delante de una iglesia católica, con ganas de entrar, pero no se atrevía. Más adelante, cuando se animó a ir a misa, entendió que era la Eucaristía lo que le llamaba y atraía. Empezó a ir a misa diaria: no podía comulgar, pero lo hacía espiritualmente. 

Llegó a una conclusión:  tenía que hacerse católica. 
Una responsable de la catequesis católica para adultos le recomendó los programas de TV de la madre Angélica. Allí aprendió más cosas. La catequista vio que conocía mucho de la fe católica y la Iglesia la acogió en esa misma Pascua. 

Poder sanador de la confesión
"Fui a mi primera confesión. ¡Me bendijo tanto ese encuentro poderoso! Después de años de rezar por sanación, por mí y por otros, nunca me había sentido tan liberada y curada como en esa confesión. Jesús estaba tan cerca de mí. Supe que estaba camino a casa". 

“Como católica, he sentido que mi fuerza espiritual se renovaba con mucha fuerza a través de la Eucaristía”, asegura Kathleen. “Recibir al Señor sacramentalmente me ha acercado mucho más a él”.

Kathleen sigue componiendo música cristiana, dirigiendo adoraciones y alabanzas. Ha publicado numerosos CDs. Puede conocer más de su música y ministerio en su página web: kathleenfowle.com.

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